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Sabios ignorantes y felices, de Daniel Tubau
Sabios ignorantes y felices, de Daniel Tubau

Galería

Los otros escépticos de la India
Los koans del escepticismo
Edipo y Stefan Zweig
Difícil de creer
Carnéades y tus dos amigos gemelos
Al principio fue el misterio
Una filosofía mundana creada por un dios
Los demonios escépticos de la India
El escepticismo perseguido y subterráneo

Lichtenberg y Kierkegaard

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Oh, lectora curiosa que te quedaste intrigada al pensar qué tenían en común Lichtenberg y Kierkegaard, ha llegado el momento de saberlo. Resulta que los dos eran jorobados. Dice la leyenda que Lichtenberg era pequeño y jorobado porque de pequeño se le cayó de los brazos a una niñera, pero Gladys Anfora, de quien tomo gran parte de estos datos, dice que eso seguramente es mentira y que Lichtenberg probablemente padeció raquitismo.

aTambién parece cierto que esta deformidad causó bastantes sufrimientos a Lichtenberg, a pesar de que incluso aprovechó este defecto para agudizar su ingenio:

«En mi el corazón está por lo menos un pie más cerca de la cabeza que en los demás hombres; de ahí mi gran equidad. Las decisiones pueden ratificarse todavía calientes»

«No sé si siento más vivamente que los demás o si puedo soportar menos la injusticia o si saco conclusiones más rápidas a causa de mi pequeña estatura, puesto que la sangre está todavía bien caliente cuando va del corazón a la cabeza»

En sus clases como profesor de física «para disimular su joroba, caminaba y escribía en el pizarrón de costado, no dando jamás la espalda a sus alumnos».

Lichtenberg

 CUADERNO DE FILOSOFÍA

Lichtenberg, breve semblanza

Lichtenberg nació el 1 de julio de 1742 en Oberamstadt, un pueblecito alemán cercano a Darmstadt. Era el hijo número 17 de Johann Conrad Lichtenberg y de Henrike Catharine Eckhard, pero sólo tres de los hijos sobrevivieron a la infancia. LEER MÁS

Lichtenberg, placer y dolor

Gladys Anfora cuenta un episodio de la vida de Lichtenberg: "Lichtenberg conoció en 1777 a María Stechard, una joven vendedora de flores, de trece años de edad, analfabeta. "Nunca había visto tal dechado de belleza y dulzura". La invita a LEER MÁS

La regla de oro de Lichtenberg

Lichtenberg: "Una regla de oro: no hay que juzgar a los hombres por sus opiniones, sino por lo que esas opiniones hacen de ellos". En honor a esta excelente idea y a la hermosura del Salmo 90, mañana escribiré un LEER MÁS

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