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Sabios ignorantes y felices, de Daniel Tubau
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Las dos sustancias: alma y cuerpo

Después de establecer el Cogito ergo sum («Pienso luego soy»), Descartes afirma en sus Principios de filosofía:

«A partir de aquí se conoce la distinción entre el alma y el cuerpo, es decir, entre la cosa pensante y la corporea» (Punto 8).

Esto me parece un salto argumentativo bastante grande, que quizá se podría justificar, pero que no está justificado en el texto.

Cuando Descartes afirma que nuestra naturaleza es pensamiento, no debería olvidar que dependemos hasta  tal punto de nuestro cuerpo que sin él morimos, o al menos eso parece.

Comentario en 2012
Supongo que en estas notas a los Principios de Filosofía de Descartes, escritas en 1990, volví a hablar de este asunto, así que aquí sólo aclaro que me refería entonces a que deducir a partir del «Pienso luego soy» la distinción entre alma y cuerpo (entre sustancia pensante y sustancia extensa o res extensa y res cogitans en la propia terminología de Descartes) es un salto de proporciones descomunales, completamente injustificado y que es una de las extrañas e incomprensibles distorsiones que el propio Descartes hace de su método de la duda.

Si Descartes o yo, o cualquiera, pudiera pensar sin usar el cuerpo, entonces podría llegara a decir con toda tranquilidad:  «Pienso al margen de mi cuerpo, luego no hay necesidad de tener o de ser un cuerpo para pensar».

Pero es evidente que tal cosa no le sucedió a Descartes, ni a mí, ni a nadie, que se sepa.

Podríamos establecer una comparación con los modernos computadores: en la pantalla de un computador puede aparecer el siguiente mensaje:

«Pienso luego soy»

Lo que no quiere decir ni que el computador piense ni que pueda deducir a continuación:

«Puesto que en mi pantalla aparece la frase «Pienso luego soy» entonces mi pantalla piensa sin necesidad de ningún circuito electrónico».

Porque, si desenchufamos la pantalla del ordenador, ¿qué sucede? El mensaje y toda la estupenda deducción desaparecen.

Con esto no pretendo decir que el alma se equipare a una pantalla de ordenador y el cuerpo al propio ordenador, sino tan sólo mostrar lo que sería un razonamiento tan erróneo como el de Descartes: que las pantallas de ordenador pueden procesar y escribir mensajes por sí mismas.

En vez de imaginar que es el ordenador quien deduce todo eso, simplemente podemos imaginar que lo deducimos nosotros: «Puesto que en la pantalla del ordenador aparece este texto, entonces ese texto es creado por la pantalla». Algo que sólo podría aceptarse en plan de broma si se tratase de un ordenador-pantalla como el iMac.

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Descartes

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