La vida y la obra en Shakespeare y Catulo
Siempre es arriesgado considerar las obras de un poeta o un escritor de ficción como autobiográficas.
Con Shakespeare, como muestra Shapiro en 1599. Un año en la vida de Shakespeare, es especialmente complicado:
Quienes ponen su empeño en descubrir la personalidad de Shakespeare adulto en sus experiencias formativas acaban buscando indicios en las obras, que luego pueden releer sacando conclusiones excesivas de lo poco que se puede inferir acerca de sus años tempranos (lo cual , dado que las obras contienen casi todos los géneros imaginables de experiencias y relaciones no es tan difícil de hacer como parece).
Y añade Shapiro:
Como dijo un crítico del siglo XIX, aunque Shakespeare muestra a la perfección lo que uno siente cuando está enamorado, es traicionado o se siente terriblemente decepcionado, ello no quiere decir necesariamente que sin duda fue tan desgraciado en amores como Romeo, y que, como Hamlet, estuvo un tiempo sin saber qué hacer después.
Ahora se cree que este retrato es de Shakespeare
En uno de los capítulos más interesantes de su biografía de Shakespeare, Peter Ackroyd intenta trazar un retrato de Shakesperare, basándose más que en lo que él dice en sus obras, en lo poco que dijeron de él sus contemporáneos. Señala Ackroyd que un autor no tiene por qué parecerse a sus personajes y temas y que Sófocles escribía tragedias angustiosas pero era conocido como “el dramaturgo feliz”. También Villiers de l’Isle Adam alertaba contra la tendencia de atribuir a un autor las opiniones de sus personajes, por ejemplo las del patito feo a Hans Christian Andersen.
Nicholas Rowe describió a Shakespeare como “un hombre agradable, con modales muy dulces y un compañero de lo más bondadoso”. Para decepción de los románticos, dice Ackroyd, Shakespeare no parece haber compartido “los horrores de macbeth y los tormentos de Lear… No es el celoso Otelo ni el bullicioso Falstaff”. Comparto, aunque es difícil demostrar tal cosa, la idea que el padre de W.B.Yeats tenía de Shakespeare:
Apuesto a que el gentil Shakespeare no fue extraordinario por su gravedad, y me parece que en sus obras está maliciosamente atento a las personas serias, como si no le gustasen.
Tres retratos en los que se ha creído ver a Shakespeare
Continúo con la relación entre los autores y sus obras.
En una edición brasileña de los poemas de Catulo, Paulo Sergio de Vasconcellos afirma, sin dejar lugar a la más mínima duda, que los poemas de Catulo no son autobiográficos, y que quien opine lo contrario es cuando menos un ingenuo, o tal vez un idiota.
Yo opino lo contrario. Tal vez soy ingénuo, tal vez soy idiota. Tal vez ambas cosas.
Catulo
No es que crea que los poemas de Catulo son absolutamente biográficos, porque ningún poema es absolutamente biográfico, probablemente lo menos biográfico son las biografías y autobiografías. Pero veamos cuáles son los argumentos de De Vasconcellos:
De inmediato, já se pode dizer que expressäo sicera da sensibilidades do escritor é, no mínimo, una concepçäo que só anacronicamente se aplicaria a um poeta latino da Antiguidade.
De inmediato, ya se puede decir que la expresión sincera de la sensibilidad del escritor es, como mínimo, una concepción que sólo anacrónicamente se puede aplicar a un poeta de la Antigüedad.
Para reforzar su tesis, cita unos versos de Catulo:
Pedicabo ego uos et irrumabo,
Aureli pathice et cinaede Furi
qui me ex uersiculis meis putastis,
quod sunt molliculi, parum pudicum.
nam castum esse decet pium poetam
ipsum, uersiculos nihil necesse est,
qui tum denique habent salem ac leporem,
si sunt molliculi ac parum pudici,
et quod pruriat incitare possunt,
non dico pueris, sed his pilosis
qui duros nequeunt mouere lumbos.
uos, quod milia multa basíorum
legistis, male me marem putatis?
pedicabo ego uos et irrumabo.Os daré por el culo y por la boca,
mamón de Aurelio y Furio maricón,
que decís que no tengo yo vergüenza
porque algo afeminados son mis versos.
Sabed que ha de ser íntegro el poeta
en su vida, mas no en su poesía,
pues ésta, al cabo, tiene ingenio y gracia
por ser afeminada y descarada,
y capaz de poner algo calientes
no digo a niños sino a los peludos
que no pueden mover sus duros lomos.
Vosotros que leísteis tantos miles
de besos ¿poco hombre me creéis?
Os daré por el culo y por la boca.
Fresco de la Pompeya prohibida
Quizá sea innecesario señalar la paradoja en la que cae De Vasconcellos al pretender negar los elementos biográficos de Catulo en su poesía recurriendo a un poema de Catulo en el que habla de los elementos biográficos de su poesía, diciendo que él no es como sus versos parecen mostrar (¿pero debemos confiar en estos versos o en los otros?)
La paradoja aumenta si se trata, como en este caso, de un poema tan personal, en el que se mencionan por su nombre (¿serán seudónimos?) a dos amigos, amantes o rivales de Catulo, quienes le reprochan la disparidad entre su vida y su obra, el que sus versos no reflejen su verdadera vida.
También será sin duda superfluo destacar la ironía del poema de Catulo, quien parece defenderse de las acusaciones de “afeminado”, pero termina con una propuesta homosexual fuerte y explícita (no dirigida a niños sino a “hombres peludos”). Es un poema muy divertido porque se refuta y contra refuta una y otra vez.
Otro de los argumentos de De Vasconcellos contra el carácter biográfico de la poesía de Catulo va por otro lado:
Analisando a estrutura das composiçöes geralmente consideradas mais sinceras e subjetivas, vemos como nada, na obra de Catulo, corresponde ao descuido formal que poderia denunciar uma expresäo espontânea, direta, dos sentimientos.
Analizando la estructura de las composiciones generalmente consideradas más sinceras y subjetivas, vemos como nada, en la obra de Catulo, se corresponde con el descuido formal que podría denotar una expresión espontánea y directa de los sentimientos.
Pero esa falta de espontaneidad e improvisación no demuestra que Catulo no quiera expresar sus sentimientos: podría significar sencillamente que quiere expresarlos con precisión.
Cuando un juez dicta una sentencia lo hace con absoluta precisión, precisamente porque quiere contar exactamente qué es lo que ha sucedido durante el proceso, qué es lo que se ha dicho y lo que no se ha dicho. La sinceridad o subjetividad de un poeta o un juez no tiene por qué ir acompañada de descuido formal.
Pero De Vasconcellos concluye en la misma línea:
Sob a simplicidade de superfície, escondese uma arte laboriosa, um “fazer” artístico meticuloso a negar enfaticamente a possibilidade de uma expressäo direta dos sentimentos.
Bajo la sencillez superficial, se esconde un arte laborioso, un “hacer” artístico meticuloso que niega enfáticamente la posibilidad de una expresión directa de los sentimientos.
Insisto en que De Vasconcellos parece creer que la expresión directa de los sentimientos se debe expresar por algo así como la escritura automática. Pero no tiene por qué ser así. Quizá ni siquiera debería hacerse así nunca.
Los sentimientos pueden durar segundos, minutos, tal vez horas e incluso años, y también pueden tardar en expresarse horas, minutos y años. Un sentimiento que nos asalta de improviso raramente puede ser descrito inmediatamente, entre otras razones porque la emoción que experimentamos no permite que nuestra mente funcione con precisión y nos ofrezca las palabras adecuadas. En los momentos de gran emoción es sabido que resulta muy difícil explicarse bien. Incluso el elocuentísimo Cyrano de Bergerac no puede expresar sus sentimientos ante Roxana, a no ser que lo haga fingiéndose otro.
Aquellos que parecen expresar con insólita precisión sus sentimientos tal como surgen de su emoción y en el instante mismo en que se producen suelen resultar artificiales y poco creibles: más que expresar sus sentimientos son grandes fingidores y lo único sincero es su deseo de asombrar, seducir o deslumbrar. Echan mano de tópicos y recursos, de estilemas ya muy manoseados, de expresiones mil veces repetidas, a veces abstractas, incorpóreas, insustanciales. Mucha poesía de ese tipo se puede leer en Internet y en especial inunda las páginas de Facebook. Es la poesía de quienes tiene más sentimientos que palabras para expresarlos. Yo escribí más de mil poemas de ese tipo durante la adolescencia hasta que me di cuenta de que casi no significaban precisamente por querer significarlo todo. Pocos poetas pueden llegar a buen término ambiciones cósmicas (“abrazar el universo entero”) sin caer en la trivialidad e incluso en la vulgaridad. Que recuerde ahora, lo han conseguido Walt Whitman, William Blake en algunos poemas como Tigre, bastantes versos de John Donne, Allen Ginsberg y, aunque no es poeta, Olaf Stapledon en Hacedor de estrellas. Pero cuando el poeta quiere expresar una emoción o un sentimiento que duró apenas un instante, necesita pensárselo mucho para lograr expresarlo, porque el lenguiaje y la emoción, como ya he dicho, no discurren en paralelo. ¿Cuantas veces no hemos descubierto, años después, la manera de expresar o explicar aquello que experimentamos en un breve instante que nos dejó mudos?
De Vasconcellos también cita en apoyo de sus ideas un texto de Oscar Wilde:
Talvez acredíteis que advogo, entäo, simplesmente, a técnica. Näo. Enquanto reste o menor sinal da técnica, o quadro näo estará terminado. Quando está terminado um quadro? Quando todo rastro de trabalho, assim como os meios empregados para conseguir o resultado, desapareceram (…) Deveria poder dizer-se de um quadro, näo que está “bem pintado”, mas “que näo está pintado.
Tal vez me diréis que defiendo, entonces simplemente la técnica. No. En tanto que quede la menor señal de técnica, el cuadro no estará terminado. ¿Cuándo está terminado un cuadro? Cuando todo rastro de trabajo, así como los medios empleados para conseguir el resultado, desaparecen (…) Debería poder decirse de un cuadro, no que está “bien pintado”, sino que “no está pintado”.
Pero las palabras de Wilde refutan más bien a quien las cita, a De Vasconcellos: un retrato hiperrealista nos puede parecer perfecto en cuanto que imagen duplicada de una realidad, reflejo exacto de alguien a quien reconocemos, pero no es el producto de un instante, ni de una pincelada espontánea, sino de horas y horas de trabajo. Sólo las inhumanas cámaras fotográficas son capaces de esa rápidez, de esa escritura directa y automática que De Vasconcellos exige a lo autobiográfico y a lo sincero.
Sea cual sea la opinión de cada experto, el problema es que, dada la poca información con que contamos de la vida de Catulo, para demostrar que sus escritos son autobiográficos la única posibilidad es recurrir a los propios versos de Catulo. Eso se ha expresado de manera decididamente paradójica en un poema:
Si trás mis versos se esconde mi vida
o si son sólo arte poética
¿quién lo dice?
¿Seré el testigo y el acusado?
¿Serán mis versos el testimonio de la defensa
y la prueba del fiscal?
Shapiro, aunque de manera menos dogmática que De Vasconcellos, nos alertaba del peligro de buscar la biografía de Shakespeare en sus obras de ficción. James Joyce no estaba de acuerdo con Shapiro, o al menos no lo estaba el locuaz Stephen Dedalus, que en un divertido e ingenioso capítulo del Ulises (Escila y Caribdis) intenta demostrar que Hamlet es el padre de Shakespeare y que en sus obras no sólo aparece su hijo, sino toda su familia al completo, incluídos sus hermanos Richard y Edmund. Dedalus recuerda la escena en la que se aparece el fantasma del padre de Hamlet (que también se llama Hamlet) y habla con su hijo:
Comienza la función. Un actor avanza desde las sombras del escenario, disfrazado con la cota de malla desechada por un buco cortesano, hombre bien plantado con voz de bajo. Es el espectro, el rey, rey y no rey, y el actor es Shakespeare que ha estudiado Hamlet todos los días de su vida que no fueron vanidad para poder representar el papel del fantasma. Dirige las palabras a Burbage, el joven actor que está ante él más allá de la nebulosa sábana encerada, llamándole por un nombre: Hamlet, soy el alma de tu padre, requiriéndole que escuche. A un hijo le habla, al hijo de su alma, al príncipe, al joven Hamlet y al hijo de su cuerpo, a Hamnet Shakespeare, que ha muerto en Stratford para que su tocayo viva para siempre.
¿Es posible que aquel actor Shakespeare, espectro por ausencia, y con los ropajes del rey de Dinamarca enterrado, espectro por muerte, expresando sus propias palabras al nombre de su propio hijo (de haber vivido Hamnet Shakespeare hubiera sido el hermano gemelo del príncipe Hamlet), es posible, me gustaría saber, o probable que él no sacara o previera la conclusión lógica de esas premisas: eres el hijo desposeído: yo soy el padre asesinado: tu madre es la reina culpable, Ann Shakespeare, de soltera Hathaway?
Sin embargo, las teorías de Dedalus son cortadas en seco por su interlocutor:
Pero este remover en la vida familiar de un gran hombre, empezó Russell impacientemente (…) Es interesante sólo para el registrador. Quiero decir, tenemos las obras. Quiero decir cuando leemos la poesía del Rey Lear, ¿qué nos va a nosotros cómo vivió el poeta? Por lo que se refiere a vivir nuestros sirvientes pueden hacerlo por nosotros, ha dicho Villiers de L’Isle. Fisgando y removiendo en las comidillas cotidianas de camerinos, el poeta y sus borracheras, el poeta y sus deudas. Tenemos el Rey Lear. Y eso es inmortal.
Tal vez sea cierto, pero también lo es que algunas veces este hurgar en la obra para buscar la vida resulta muy sugerente, como lo demuestra el propio James Shapiro, que se mostraba tan prudente al inicio de su libro, cuando se decide a analizar, pero en un sentido diferente a Joyce o Dedalus, la escena de Hamlet. Esa escena, dice Shapiro, sin duda fue representada por Richard Burbage, como Hamlet, y por Shakespeare, como el espectro del padre de Hamlet:
Shakespeare escribió también la respuesta de Burbage a la exhortación [del espectro del padre de Hamlet] “Recuérdame”, unos versos que sirven asimismo de reflexión íntima sobre las esperanzas que ambos [Shakespeare y Burbage] abrigaban de crear juntos en el nuevo teatro (llamado The Globe):
“– ¿Recordarte… a ti?
— Sí, pobre espectro, mientras quede memoria
en esta esfera [globe] desorbitada.
Resulta dificilísimo, en efecto, no dejarse seducir por este doble sentido y es un placer imaginar a Shakespeare y a Burbage representando a Hamlet padre y Hamlet hijo, pero, al mismo tiempo, representándose a sí mismos como el mejor dramaturgo y el mejor actor del Globo y de El Globo (the globe and The Globe).
Shapiro ofrece otro ejemplo de análisis sutil al comparar el triste momento en el que el príncipe Hal se deshace de Falstaff, puesto que sus bromas ya no convienen a su nueva dignidad real, comparándola con el momento en el que Shakespeare despide de la compañía al cómico William Kemp:
A partir de entonces, aquel iba a ser el teatro de un dramaturgo, y no el de un actor, por muy popular que tal actor fuese.
Kemp, tras intentar vivir por su cuenta con sus gracias de cómico experto en improvisaciones, acabó en la pobreza como el pobre Falstaff.
William Kemp
Es cierto que estas deducciones de la vida de Shakespeare en su obra son quizá tan dudosas como aquellas que el propio Shapiro criticaba, pero tienen la virtud de hacer más interesante la lectura, en vez de empobrecerla. Sin duda, se les puede aplicar el viejo precepto “Si non è vero è ben trovato”.
Publicado por primera vez en Variaciones (2008)
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