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Sabios ignorantes y felices, de Daniel Tubau
Sabios ignorantes y felices, de Daniel Tubau

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Siete maneras de alcanzar la felicidad

Hay alternativa a las alternativas

La página noALT

En La página noALT intento mostrar de qué manera funciona el pensamiento dogmático, que he llamado alternante siguiendo la idea de Ana Aranda y la inspiración de Goethe. También tiene que ver con uno de los grandes clásicos de la ciencia ficción, del que espero hablar pronto: El mundo de no-A, de Alfred Elton Van Vogt, que es como una ilustración novelística de las ideas de un filósofo más o menos extravagante (no aparece en las enciclopedias de filosofía) llamado Alfred Korzybsky, fundador de la Semántica General. Korzybsky es el autor de la célebre frase «El mapa no es el territorio».

Por cierto, que una de las más simpáticas explicaciones de esa frase la he leído hace un momento en un foro de Internet: «El mapa no es el territorio porque para hacer el mapa hemos tenido que cortar un árbol, cambiando así el territorio».

El pensamiento alternante es aquel que considera que en los problemas sólo hay dos posibilidades: la nuestra y la de los otros, la de los amigos y la de los enemigos. Como decía Margaret Thatcher al aplicar su política económica de reducción del gasto público y la asistencia social: «I’m sorry but there is no alternative» («Lo siento, pero no hay alternativa»).

Que en realidad quiere decir: «Sí hay alternativa, pero esa alternativa es tan estúpida, absurda e infernal que ni siquiera se puede considerar». Es decir, la alternativa es: «O yo, o el caos».

En la entrada anterior acerca de Israel me he referido a la manera en la que la mayoría de los españoles se plantea el asunto: blanco y negro. No hay más.

Yo pienso que en ese conflicto, como en casi todos, es mentira que sólo haya dos posibilidades: creo que hay muchas más y que todas ellas son mejores que la alternativa que consiste en elegir entre Israel y Palestina, sin más matiz. Y esas otras posibilidades son, creo, mejores también tanto para los israelíes como para los palestinos.

Recuerdo que mi amiga Beatriz se reía de mí porque yo no utilizaba bien la palabra «alternativa». Por ejemplo, yo decía: «Tenemos tres alternativas para la cena de esta noche». Y ella me decía: «No:, alternativa siempre sólo hay una».

Y es cierto, pero tal vez mi error lingüístico tiene un origen ético: pienso que casi siempre hay una alternativa al pensamiento alternante.


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