La causa de todas las causas

Cuando Aristóteles examina a los filósofos que le han precedido, casi siempre tiene críticas que hacer, muchas de ellas dirigidas a su propio maestro, Platón, pero hay un filósofo al que admira y al que parece considerar su precursor, Demócrito de Abdera:

«En general, ningún filósofo trató tema alguno sino superficialmente, a excepción de Demócrito. Éste, en efecto, parece haberse preocupado por todo y se distingue de los demás ya en su forma de proceder».

A pesar de admirar su correcta manera de filosofar, Aristóteles apenas coincide con Demócrito en nada. Demócrito es el creador, junto a su maestro Leucipo, del atomismo, una manera de pensar puramente materialista, que Aristóteles rechazaba. En un trabajo que hice cuando estudié filosofía, comparé la ética de Aristóteles y la de Demócrito y mostré que, a pesar de algunas semejanzas, eran muchas las diferencias. Sin embargo, es en el terreno de la filosofía de la naturaleza, la biología, la cosmología o la física donde los dos filósofos más se alejan, en especial cuando intentan explicar la causa o causas de que el mundo sea como es.
Aristóteles

Aristóteles decía que existían al menos cuatro causas. Una de ellas es la causa material de Demócrito, pero Aristóteles opinaba que la más importante era la causa final o teleológica: las cosas suceden para algo, debido a un objetivo. Se podría decir que la causa final está en el futuro: yo escribo ahora este artículo porque quiero terminarlo a tiempo para que se pueda publicar en Diletante; compro una entrada en una taquilla porque quiero ver una película, compro comida en el mercado para poder hacerme la comida, etcétera.


En la vida de los seres humanos es bastante evidente que la causa final explica muchas de nuestras acciones, aunque quizá nos engañemos al pensar que las explica casi todas. El problema del finalismo de Aristóteles es que en la física y en otras ciencias no parece nada claro que se pueda usar de modo coherente la causa final, por lo que la ciencia moderna ha rechazado de plano el recurso a la causa final como explicación.

La astronomía actual no acepta el Primer Motor Inmóvil aristotélico, que se encargaba de mover las esferas de los planetas y estrellas con el objetivo de mantener el orden cósmico. En biología, a pesar de algunas creencias populares, la evolución de los seres vivos tampoco se explica porque tiendan a ser cada vez más perfectos, ni siquiera porque tiendan a ser más aptos o fuertes (como han supuesto las interpretaciones evolucionistas afines al fascismo), sino porque los seres vivos mejor adaptados sobreviven y tiene más o mejor (mejor adaptada) descendencia que los peor adaptados. No hay una causa final allá en el futuro, algo así como: “voy a ser más perfecto y así mis descendientes también lo serán”. El primate que vivía hace un millón de años no tenía como objetivo convertirse en un homo sapiens, a pesar de que los famosos dibujos de la evolución humana parezcan sugerirlo.

La ciencia moderna, en consecuencia, rechaza la causa favorita de Aristóteles, la causa final, y privilegia la causa que la antigüedad y el propio Aristóteles atribuían a Demócrito, la causa material. En este sentido, el triunfo del filósofo atomista ha sido completo. Pero las cosas no son tan sencillas (nunca lo son), como se puede ver en El azar y la necesidad.


[Publicado el 28-11-2013]

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ENSAYO «LA ÉTICA DE DEMÓCRITO Y ARISTÓTELES»

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