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Sabios ignorantes y felices, de Daniel Tubau
Sabios ignorantes y felices, de Daniel Tubau

Galería

Sacro y profano CUADERNO DE VENECIA
¿Inventó Coca-Cola la felicidad?
El buenánimo de Demócrito y los peligros de la envidia
Es más fácil ver que escuchar
¿Ataca Tucídides a Pericles?
David Hume
Platón, ¿creador de la filosofía evasiva?
La impopularidad del imperio ateniense
No hay una única receta para la felicidad, pero sí recetas felices

La Biblia atea de Buñuel

Buñuel dice en sus memorias, Mi último suspiro, que su libro favorito de la Biblia es el Eclesiastés o Libro de la Sabiduría. Es también mi favorito, con cierta ventaja sobre el Libro de Job, el Cantar de los Cantares y el Apocalípsis . Pongo aquí el fragmento del Libro de la sabiduría que un anciano lee a un niño en la película Él, tal como lo cita el propio Buñuel:

«En una escena de la película, un anciano leía a un niño un pasaje que, para mí, es el más bello de la Biblia, muy por encima del Cantar de los Cantares. Se encuentra en el Libro de la Sabiduría (2, 1-7), libro que no figura, ni mucho menos, en todas las ediciones. El autor de estas líneas admirables las pone en boca de los impíos. Basta con poner entre paréntesis las primeras palabras y leer: 

 

«(Pues neciamente se dijeron a sí mismos los que no razonan): Corta y triste es nuestra vida, y no hay remedio cuando llega el fin del hombre, ni se sabe que nadie haya escapado del hades.

  Por acaso hemos venido a la existencia, y después de esta vida seremos como si no hubiéramos sido: porque humo es nuestro aliento, y el pensamiento una centella del latido de nuestro corazón.
  Extinguido éste, el cuerpo se vuelve ceniza, y el espíritu se disipa como tenue aire.
  Nuestro nombre caerá en el olvido con el tiempo, y nadie tendrá memoria de nuestras obras, y pasará nuestra vida como rastro de nube, y se disipará como niebla herida por los rayos del sol que a su calor se desvanece.
  Pues el paso de una sombra es nuestra vida, y sin retorno es nuestro fin, porque se pone el sello y ya no hay quien salga.
  Venid, pues, y gocemos de los bienes presentes, démonos prisa a disfrutar de todos en nuestra juventud.
  Hartémonos de ricos, generosos vinos, y no se nos escape ninguna flor primaveral.
  Coronémonos de rosas antes de que se marchiten, no haya prado que no huelle nuestra voluptuosidad.
 Ninguno de nosotros falte a nuestras orgías, quede por doquier rastro de nuestras liviandades, porque esta es nuestra porción y nuestra suerte».

Ni una sola palabra -dice Buñuel- que cambiar en esta lejana profesión de ateísmo. Creería uno estar leyendo la más hermosa página del Divino Marqués

El Divino Marqués es, por supuesto, el marqués de Sade. Quizá a algún lector el «rastro de nube» que seremos le haya recodado las lágrimas en la lluvia de Blade Runner.


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EL RESTO ES LITERATURA


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