Ética y estética de las máscaras

ESCRITO EN EL CIELO 4

Ensayo sobre las máscaras /5

Avión volando de París a Madrid

[Martes 8 de Diciembre de 1997]

 

Del mismo modo que existe la duda de si la piel es lo que nos une al mundo exterior o lo que nos separa de él, podemos decir que eso sucede con nuestros rostros,que son también piel, por cierto.

En esa máscara, de nuestra mente o de nuestra alma, que es nuestro rostro se traducen en gestos nuestras emociones, pero también, en la máscara del rostro, se ve el efecto que el mundo exterior provoca en nosotros. Ese espectáculo de nuestro rostro podemos verlo nosotros en un espejo o los demás.

A esto habría mucho que añadir.

Es posible que en algunas personas la traducción de la emoción interna en gestos externos sea menos precisa que en otras. Algo parecido a un actor que en su mente se ve a sí mismo interpretar su papel a la perfección, pero que después no es capaz de conseguir que su cuerpo repita esa actuación imaginada.

Para quienes no son actores, se puede ofrecer un ejemplo más cercano: la dificultad que a veces tenemos para contar una mentira, que hemos ensayado hasta sus últimos detalles, cuando nos encontramos en el momento preciso en el que estamos obligados a contarla.

Otro ejemplo para los que no son ni actores ni mentirosos: a menudo repetimos para nosotros mismos, sin abrir la boca, una canción. Y nos parece, en ese instante, que podemos reproducirla con una fidelidad casi exacta respecto al original. Después, abrimos la boca, cantamos…  y nada de nada. La entonación falla, la afinación nos asusta, incluso olvidamos la letra que un momento antes recordábamos. ¿Por qué?

Tal vez porque hay un módulo cerebral que se encarga de la canción imaginada y otro módulo, relacionado con el lenguaje, que se encarga de la interpretación de esa canción. Quizá el problema sea un fallo en la conexión entre ambos: nuestros músculos no quieren o no pueden hacer lo que esperamos de ellos.

Algo parecido puede pasar con nuestro rostro, que a menudo no es capaz de traducir nuestras emociones, de tal modo que los demás entienden lo contrario de lo que queremos decir.

También puede ser un problema de ellos, por no ser capaces de entender ese lenguaje de los gestos que quizá también se puede aprender, como el arte de cantar en vivo lo que se ha cantado antes en la imaginación.

Pero a menudo sucede lo contrario y nuestros gestos revelan un pensamiento o una emoción que pretendíamos ocultar. Muchas mujeres aseguran, y a veces no hay razón para dudar de ellas, que en una larga situación de seducción, no imaginaron en ningún momento que iba a suceder algo (un beso, un abrazo, una invitación sexual).

Quizá digan la verdad, tal vez su mente consciente no llegó a advertir las señales enviadas por su mente sensual a su cuerpo y, a través de él, a la otra persona implicada en esa seducción.

La conclusión provisional de todo esto podría ser que, aunque podemos considerar que nuestro rostro es una máscara, pues cumple las dos funciones de las máscaras (ocultamiento y conversión), sin embargo, posee otra característica de la que carecen las máscaras, pues a veces nuestro rostro o máscara no puede ocultar ni convertir a su propietario en lo que quiere que los demás crean que es, sino que muestra lo que el que se esconde detrás quería ocultar.

Todo esto me recuerda algo que leí en la adolescencia en un libro de Kierkegaard, no sé si en Diario de un seductor o en Temor y temblor, y que me impresionó mucho:

“La estética exige el ocultamiento y lo recompensa; la ética exige la manifestación y castiga el ocultamiento”.

 La persona, si quiere ser ética, ha de manifestarse tal como es, quitarse la máscara, prescindir de la estética.

 

Portada del primer cuaderno de viaje

 

 

 

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