El revés y la trama

Traduttore, traditore

Estamos tan acostumbrados a escuchar aquello de “Traduttore, traditore” cada vez que se habla de la traducción, que se ha convertido en un tópico.

Lo bueno de los tópicos es que muchas veces ayudan a explicar en pocas palabras cosas complejas. Esa es también la manera en la que funcionan los refranes. Es obvio que los refranes esconden algo de sabiduría popular, pero su función básica no es conservar ese viejo saber, sino, más bien, la de facilitar la comunicación rápida de ideas. Si lo que nos interesa es señalar las virtudes de echarle horas a un trabajo, decimos: “Al que madruga, Dios le ayuda”; pero si lo que queremos es destacar el hecho, también cierto, de que no todo se arregla echándole horas, es preferible recurrir a otro refrán: “No por mucho madrugar amanece más temprano”. Es una manera de expresar una idea más o menos compleja de manera rápida y comprensible para cualquiera.

Traductor medieval

En cuanto al tópico de que los traductores son traidores, es seguro que encierra bastante verdad, pero también sirve para ocultar una verdad quizá más interesante: que la traducción casi nunca es una traición.En primer lugar, porque un traidor es alguien que traiciona, que no cumple con la palabra dada, que miente, que no hace lo que se espera que haga. Tal vez sea fácil darse cuenta de cómo se traiciona a una persona, pero ¿cómo se traiciona a un texto literario?  Voy a intentar responder a esta pregunta.


Se traiciona  a un texto cuando no se le hace decir lo que dice.

Goethe
Goethe

Como es obvio, podemos traicionar a un texto sin traducirlo siquiera, tan sólo repitiéndolo en un contexto o con una intención que no se corresponde con la intención o el contexto original.

Si decimos, como se hace a menudo, que Goethe escribió: “Prefiero la injusticia al desorden”, y después nos quedamos callados, estaremos traicionando el sentido de lo que escribió Goethe, incluos si lo decimos en alemán. Porque Goethe dijo, según Javier Marías, algo así como: “Prefiero la injusticia al desorden, porque el desorden provoca mayores injusticias que las que intenta remediar”. Lo cual puede ser discutible, pero es, desde luego, distinto de la frase mutilada y fuera de contexto.

Ahora bien, he dicho hace un momento «según Javier Marías», pero debería decir «según Javier Marías y Daniel Tubau», porque yo también estaba convencido de que Goethe dijo eso. Al parecer, según explicaba un lector indignado, lo que dijo fue: «Prefiero cometer una injusticia a soportar al desorden». Lo dijo en el sitio de Maguncia, para así evitar el linchamiento de un hombre (no se sabe si para salvarle la vida o para evitar que lo lincharan en un lugar que consideraba inadecuado). En cualquier caso, lo que se quiere dar a entender con la frase de Goethe suele ser que es preferible cometer todo tipo de injusticias para salvaguardar el orden establecido, algo que nunca podrá ser, sea cual sea la interpretación correcta, lo que quiso decir Goethe. En cuanto a la frase en sí, que ya ha pasado a formar parte del acervo de frases hechas (al margen de lo que dijera o quisiera decir Goethe) sin duda prefiero la interpretación de «Prefiero la injusticia al desorden» que hace Marías (y yo mismo), porque me parece mucho más interesante y, además, cierta en muchos casos: el desorden, en efecto, suele provocar muchas injusticias; lo que no significa, como sabe cualquier buen lógico, que no se cometan injusticias en nombre del orden o con la excusa de impedir el desorden. Pero esos son otros asuntos. Volvamos a la traducción.

casablancaRecordemos ahora un ejemplo cinematográfico: si leemos un pasaje de la transcripción de la película Casablanca, dirigida por Michael Curtiz, y nos encontramos con un diálogo de Humphrey Bogart en el que dice a Ingrid Bergman: “Ya no te quiero”, es evidente que para entenderlo plenamente nos falta lo más importante: la expresión de Bogart, que en la película revela al espectador que está mintiendo al decir que ya no la quiere. Por eso, una de las cosas que descubrimos al traducir un texto es que las palabras no siempre significan lo que significan, especialmente cuando se usa la ironía o el sarcasmo. O cuando se añade el gesto del actor.


¿Cuándo se traiciona a un texto en una traducción?

Ahora bien, si de lo que se trata no es de leer con fidelidad un texto, sino de traducirlo a otro idioma (que es lo que aquí nos interesa), ¿cuándo traicionamos al original?

Sencillamente cuando no decimos en español, catalán, gallego o vasco lo que se dice, por ejemplo, en inglés. Parece sencillo, pero los traductores saben que puede ser muy complicado.

Si el texto inglés dice: “I love you”, la traducción será “Te quiero” en español. Pero alguien podría decir que hay que traducir: “Te quiero a ti”, y en algunos contextos eso será cierto. Si la persona amada hubiese preguntado: “¿A quién quieres, a ella o a mí?”, responder “Te quiero” sonaría a poco, porque parece más la expresión de un sentimiento espontáneo quizá irreprimible que una respuesta a eso que nos han preguntado.

Volviendo al “I love you”. Alguien podría decir que no hay que traducir “Te quiero”, ni “Te amo”, ni “Te quiero a ti», sino: “Yo te quiero a ti”, por ejemplo, si luego la frase continuase de esta manera: “…y tú no sé a quién quieres”.

Todos estos problemas por un simple “I love you”.

traducción simultánea

 Ya podemos imaginar lo que sucede con frases más ambiguas como aquella del chiste que se contaba durante la Guerra Fría: los americanos enviaron un mensaje con una frase bíblica: “The flesh is weak, but the spirit is strong” (“La carne es débil, pero el espíritu fuerte”). Los rusos tradujeron: “La carne está podrida, pero el vodka estupendo”.

Evidentemente no existe una única manera de traducir un texto y, por tanto, no siempre es posible saber de qué manera no se traicionaría al texto traducido.

 Nos habíamos quedado en que la traducción no puede ser calificada tan fácilmente de traidora, porque toda traducción es, en definitiva, una lectura. Y digo lectura, no relectura. Lectura de un texto, como lo sería una lectura en el idioma original: la traducción es siempre y al mismo tiempo lectura y relectura.

Ahora bien, el sentido común parece pedirnos que nos movamos en un terreno más manejable: si no existe una “única traducción” de un texto, entonces toda traducción, más que traidora, es simplemente una elección entre posibilidades. Tenemos, en consecuencia, que elegir la opción menos mala, o al menos la mejor que podamos encontrar. Si al traductor le dicen que traduzca “I love cats”, puede dudar entre traducir “Me gustan los gatos” o “Amo a los gatos”, pero nunca debería traducir: “Me gustan los perros”.

Babel, el origen de la traducción

La conclusión de todas estas disquisiciones podría ser que, a pesar de todos sus defectos, las traducciones no sólo son necesarias, sino que además son estupendas. El trabajo de los traductores es un esfuerzo encaminado a deshacer la confusión creada por un dios colérico que destruyó la torre de Babel y confundió las lenguas. Un intento de lograr que los seres humanos vuelvan a entenderse (a pesar de que a veces se dediquen a traducir textos como el Mein kampf de Hitler, que no es que abogue precisamente por el entendimiento entre culturas).

Quiero explicar ahora por qué he llamado a este artículo El revés y la trama (pero no “El revés de la trama”, como la novela de Graham Greene).

Lo he hecho porque he recordado una idea de un libro chino de crítica literaria que se llama El arte del cincelado de dragones. Ese arte es, en la metáfora china, la literatura. Pues bien, en un pasaje de ese libro se dice que una buena traducción debería ser como el revés de un bordado: se deben ver todos los hilos aunque, inevitablemente, se pierdan algunos colores y quizá, incluso, la textura.


 Quien quiera conocer las dificultades de la traducción cuando de lo que se trata es de traducir un poema chino, puede visitar el delicioso artículo de Ana Aranda Vasserot Wang Wei, el poeta intraducible. Y también visitar mi página Wang Wei, un experimento chino.


LA BIBLIOTECA IMPOSIBLE

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