La escritura como superstición

McLuhan dijo en una ocasión que para los chinos la escritura no había pasado de la superstición del tamborcillo budista de rezos, o algo semejante. Se unió con este tonto comentario a la cofradía de ilustres ignorantes acerca del mundo chino, como Hegel y Marx, o Godard y Sartre.

Ahora bien, en lo de McLuhan existe un grano de verdad, pero no aplicado a China, sino a casi cualquier cultura que posee escritura. Intentaré explicar por qué.

Sucede que en una primera etapa la escritura es una de las más eficaces armas contra la superstición y la arbitrariedad. Permite registrar las profecías y predicciones y enfrentar a sus autores con lo que dijeron, desbaratando sus intentos de escurrir el bulto y reinventar el pasado:

— Yo en realidad dije…

— Pues no, en realidad tú dijiste esto, y aquí está escrito, como todos podemos ver.

En los oráculos  chinos en huesos de toros y plastrones de tortuga de la época Shang alguna vez se encuentra, junto a los oráculos, verificaciones, que no sabemos si fueron escritas por los consultantes o por una autoridad independiente, pero que demuestran que ya era posible, gracias a la escritura, llevar un registro de la predicción y comprobar más adelante si se había cumplido. Algo que se podía quizá hacer sin escritura, pero que resulta mucho más indiscutible con un registro preciso de lo que dijo o no dijo el chamán.

En China y en cualquier otro lugar la escritura debió de suponer un desafío para los chamanes, y es posible que tuviera consecuencias fatales para ellos. Mark Edward Lewis habla de chamanes sacrificados si prometían lluvia y no llovía.

Plastrón de tortuga (la parte inferior) con oráculos.

 

Esta es la primera etapa de la escritura, como arma contra la superstición y también contra la arbitrariedad de los gobernantes, al conservar un registro de las leyes que cualquiera podrá ahora consultar, posibilidad que se prohibió en ciertas épocas de China, manteniendo las leyes ocultas y solo accesibles para una élite, algo que al parecer también sucede ahora, porque se cree que hay leyes secretas que el pueblo no conoce.

Otra utilidad de la escritura consistió en permitir que un comerciante no estafara a sus clientes, o que se mantuviera un testimonio fiable de las deudas. Pero, junto a estas virtudes de la escritura frente al pensamiento mágico o arbitrario, la escritura ha conocido una segunda etapa en casi todas las culturas, y a esto es a lo que se refiere sin duda McLuhan.

Esta segunda etapa consiste en el empleo de la escritura para crear una nueva superstición, incluso más poderosa y terrible que la de las culturas iletradas. Esa superstición consiste en considerar la escritura no como un medio de registro y comunicación, sino como algo sagrado en sí mismo. Adorar las letras y los trazos como quien adora un ídolo de barro. Nacen así los textos sagrados, los oráculos sibilinos, los diez mandamientos, los textos hebreos del Antiguo Testamento, los cristianos de los Evangelios del Nuevo testamento, los Vedas y el Corán. Y esta nueva superstición es tanto más extrema en la misma proporción en la que se dota de un carácter sagrado a las letras mismas o a las palabras por encima de su significado.

Es en este sentido en el que se puede aplicar la observación de McLuhan de usar la escritura como se usa un ídolo de barro o un tamborcillo de rezos. Pero eso, que se puede aplicar en una muy leve medida a los clásicos de los Zhou o a los clásicos confucianos, encuentra su aplicación verdadera muy lejos de China, quizá en la India (pero sólo en las épocas dominadas por los brahmanes), en cierto modo en el cristianismo (donde no hay superstición letrista extrema, pues el espíritu se impone a la letra), en el judaísmo y especialmente en las tendencias cabalistas. Y, de manera absolutamente desquiciada, en el Islam y su consideración del Corán como texto intraducible y sagrado letra a letra. Es en esos lugares y no en China, dónde McLuhan debería buscar la superstición letrista. Y también los grandes crímenes basados en textos escritos, por supuesto.

Por otra parte, resulta curioso que en el cristianismo se diera un proceso muy semejante a las leyes privadas de China con la consideración de la privacidad de la Biblia, que se mantuvo en manos de la élite sacerdotal durante siglos.


(2018)

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