El pintor de la vida moderna y el hombre de la multitud
La cicatriz de Ulises /11
Cuando recorría las calles de Londres junto a Thomas Burke, Charles Chaplin buscaba lo que el escritor había extraído de ellas para encerrarlo en su libro Limehouse Nights. En ese paseo, Chaplin no recorría sólo las calles de Londres, sino que caminaba por una realidad aumentada, semejante a la de los espectadores de la película Nueve vidas cuando recorren los barrios de Singapur en busca de los fantasmas que pueblan esa película que se recorre (ver Ulises en Singapur). Pero en el caso de Chaplin, la realidad aumentada no estaba allí gracias a modernas tecnologías como la geolocalización que permiten los teléfonos móviles, sino porque junto a él caminaba Burke, que completaba con sus gestos los datos que el propio Chaplin poseía por haber leído los cuentos de su amigo.
No hace falta, sin embargo, sobreponer una realidad aumentada a la realidad percibida para recorrer la realidad como se recorre un libro. Muchos, entre ellos los cabalistas, Galileo y yo mismo en mi relato “Signos” (incluido en Recuerdos de la era analogica) hemos intentado leer los textos que de una u otra manera contiene el mundo percibido. Pero Baudelaire nos habló de alguien especial, el señor G. , al que llamó “el pintor de la vida diaria”, que destacó no sólo como pintor, sino también en ese otro oficio tan francés que consiste en flanear:
“Para el perfecto paseante, para el observador apasionado, es un inmenso goce el elegir domicilio entre el número, en lo ondeante, en el movimiento, en lo fugitivo y lo infinito. Estar fuera de casa, y sentirse, sin embargo, en casa en todas partes; ver el mundo, ser el centro del mundo y permanecer oculto al mundo, tales son algunos de los menores placeres de esos espíritus independientes, apasionados, imparciales, que la lengua sólo puede definir torpemente”.
En vez de acudir a un teatro (en la actualidad sería a un cine, a un espectáculo multimedia o un parque de atracciones), el pintor de la vida diaria simplemente se lanza a la calle, a ver la vida:
“El observador es un príncipe que disfruta en todas partes de su incógnito. El aficionado a la vida hace del mundo su familia, como el aficionado al bello sexo compone su familia con todas las bellezas encontradas, encontrables e inencontrables; como el aficionado a los cuadros, vive en una sociedad encantada de sueños pintados sobre tela. Así, el enamorado de la vida universal entra en la multitud como en un inmenso depósito de electricidad”.
Resultan evidentes en el ensayo de Baudelaire las huellas de su admirado Poe, y en concreto de aquel cuento llamado El hombre de la multitud, que el propio Baudelaire menciona y describe no como un cuento, sino como un cuadro, “un verdadero cuadro”. En el cuento de Poe, el narrador, que comienza a recuperarse de una enfermedad (detalle que quizá no sea casual), se dedica a observar a la gente que recorre las calles de Londres:
“Al principio, mis observaciones tomaron un giro abstracto y general. Miraba a los viandantes en masa y pensaba en ellos desde el punto de vista de su relación colectiva. Pronto, sin embargo, pasé a los detalles, examinando con minucioso interés las innumerables variedades de figuras, vestimentas, apariencias, actitudes, rostros y expresiones.”
Tras muchas horas de observación, descubre a un anciano decrépito al que decide primero vigilar atentamente y luego seguir. Algo en su actitud le llama la atención. Cada vez que las calles empiezan a vaciarse de gente, el anciano parece sentir una inquietud y angustia crecientes y busca desesperado otro lugar en el que encontrar multitudes, o al menos una cierta densidad de ciudadanos. Así llega a los barrios bajos de Londres, que probablemente eran los mismos que recorrieron décadas después Chaplin y Burke, y allí, rodeado de gentes que a otros asustarían, el anciano recupera sus fuerzas.
Ahora bien, cuando me refiero al personaje de Poe, no estoy considerando flâneur tan sólo al anciano (Benjamin incluso le niega tal condición), sino también al narrador: él es el verdadero flâneur que se pasa las horas mirando a la multitud o siguiendo a ese anciano, quizá un flâneur jubilado, ya sin la fuerza de la curiosidad, adicto simplemente a la presencia humana, sin la que no puede seguir existiendo. El pintor de la vida moderna de Baudelaire, el señor G., se parece al narrador de El hombre de la multitud, no al anciano que da título al cuento, aunque quizá no haya que subestimar ese carácter adictivo que puede sobrevenir al flâneur , restándole fuerzas propias a su vida y dependiendo cada vez más de las ajenas.
En cualquier caso, del mismo modo que el narrador o el hombre de la multitud, el señor G., el pintor de la vida diaria de Baudelaire, nunca se cansa de estar entre la multitud:
«Todo hombre», decía un día el Sr. G. en una de esas conversaciones que ilumina con una mirada intensa y un gesto evocador, «todo hombre que no está abrumado por una de esas penas de naturaleza demasiado positiva para no absorber todas las facultades, y que se aburre en el seno de la multitud, ¡es un necio! ¡un necio! ¡Y yo lo desprecio!»
Para el señor G. nos dice Baudelaire, la multitud es su dominio, “como el aire es el del pájaro, como el agua el del pez”. Como el personaje de Poe, el señor G tiene una pasión y una profesión, que consiste en “adherirse a la multitud”. Además de ello, pinta, pero su oficio, al que Baudelaire dedica la segunda parte de su simpático ensayo, es sólo una consecuencia de su verdadera pasión, que es el flanear por las calles, deambular en busca de detalles de la vida diaria, de instantes robados a la realidad.
Lev Manovich, teórico de los nuevos medios narrativos, que combinan el carácter interactivo y la hipertextualidad con el enciclopedismo y el azar que ofrecen las bases de datos, considera a Baudelaire y su pintor de la vida moderna precursores de los espacios navegables de la narrativa digital. De esa curiosa, pero razonable, relación hablaré pronto en esta página.
Continuará…
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Daniel Tubau
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