La misma historia siempre diferente –
– La cicatriz de Ulises /8

En los últimos capítulos de La cicatriz de Ulises, he comparado el método narrativo de Homero, la manera en la que el cantor ciego recorre el edificio de la narrativa mitológica, con algunas narrativas modernas, entre ellas la película Siete vidas (Ulises en Singapur), que trascurre en las calles de Singapur. Esa película es probablemente una de las  primeras muestras de algo que anuncié en las páginas finales de El guión del siglo 21:

«Tal vez, el arte del narrador acabará consistiendo en moverse o en guiar a los demás por un universo hipertextual casi infinito, seleccionar rutas, ofrecer un mapa de senderos que se bifurcan. Del mismo modo que podemos experimentar la emoción de un salto en paracaídas atados a un profesional, también podremos compartir una experiencia narrativa ajena, por ejemplo en un videojuego de realidad virtual y aumentada.»

Todo esto puede parecer muy moderno, casi como una película de ciencia ficción, pero no es tan diferente de lo que siempre ha sucedido en la narrativa, no sólo en Homero, sino en la génesis de cualquier novela:

«Un novelista no hace otra cosa que ofrecernos el resultado de sus elecciones y recorridos en un mundo virtual que sólo ha existido en el interior de su cerebro, pero en el que ha tenido que decidir a cada frase, párrafo y capítulo qué camino tomar, quizá durante meses o años de duro trabajo. El resultado es la novela. Por eso Henry James describió el arte del novelista con la misma metáfora que Havelock empleara para describir la narración homérica, imaginando a alguien que recorre una habitación a oscuras con una linterna, iluminando ciertas zonas, pero nunca toda la habitación.»

La teoría de la iluminación de James no sólo se refería a iluminar ciertas zonas de la historia que queremos contar, manteniendo otras deliberadamente en la sombra, sino también a iluminar ciertas partes de un personaje precisamente a través del punto de vista de los otros personajes:

 «No sólo sucede, dice James, que un personaje se comporta de manera diferente con cada uno de los demás personajes; además, su relación con los otros personajes es lo que nos va mostrando partes de su personalidad. Si imaginamos al personaje situado en un círculo oscuro, cada uno de los otros personajes ilumina partes de ese círculo, aspectos del protagonista, como cuando se encienden lámparas en una habitación a oscuras. Descubrimos así fragmentos de esa personalidad, que quizá nunca llegamos a ver plenamente iluminada.» (Las paradojas del guionista)

En cierto modo, James nos esta recomendando que nos volvamos a propósito un poco ciegos, como lo fueron Homero, Milton, Joyce, Borges y otros narradores que alcanzaron gran precisión mostrando sólo ciertas zonas de lo que veían, a veces bajo una iluminación multiplicada,  como Joyce en el Ulysses;  una iluminación, por cierto, que acaba creando tantas sombras, o al menos tantos matices, como la oscuridad, pues no hay que olvidar que en una única sombra pueden estar ocultas varias sombras, que no vemos hasta que se retira esa primera sombra, del mismo modo que no vemos las luces que se ocultan tras el resplandor de una luz mayor, como las estrellas durante el día, subsumidas en el resplandor solar.

Cualquier novelista, en el proceso, a menudo fatigoso, y para algunos también doloroso, de llenar páginas y páginas, debe jugar consigo mismo a una especie de videojuego que ofrece muy diversas opciones, aunque sólo las vea él en el interior de su cráneo. Ve allí dos posibilidades: que el protagonista llegue a tiempo al tren o que lo pierda, que decida empezar una nueva vida o que prefiera la seguridad y la monotonía, que muera en el capítulo final o que triunfe de manera definitiva. En cada caso debe elegir y ofrecer al lector una única posibilidad. En algunas ocasiones, como en  Jacques el fatalista, el narrador se permite mostrar al lector algunas de las infinitas posibilidades que se le ofrecen mientras escribe la historia:

«Como podéis apreciar, querido lector, voy por buen camino, y si quisiera podría haceros esperar un año, dos años, tres años, antes de contaros los amores de Jacques, separándolo de su amo y haciéndoles correr a cada uno de ellos las aventuras que me pluguiera. ¿Qué me impediría casar al amo y hacerle cornudo? ¿O embarcar a Jacques rumbo a las islas? ¿Llevar hasta allí a su amo? ¿Devolverlos a Francia, ambos en el mismo navío? ¡Qué fácil es escribir cuentos! Pero los libraré de ello a uno y a otro, a cambio de una mala noche; y a vos, a cambio de este retraso.»

Después, Diderot empieza a interpelar una y otra vez al lector, urgiéndole a que decida de una vez qué historia quiere leer, e incluso le cede la palabra:

«En qué se convertiría esta aventura, si a mi fantasía le diera por desesperaros! Realzaría la importancia de esta mujer; la haría sobrina del cura de un pueblo vecino; amotinaría a los campesinos del pueblo; arreglaría combates y amoríos; porque a fin de cuentas la campesina, bajo las faldas, era muy hermosa. Jacques y su amo lo habían percibido; no siempre el amor ha esperado una ocasión tan seductora. ¿Por qué no iba a enamorarse Jacques, el rival favorito de su amo?

—Pero ¿es que ya ha ocurrido por segunda vez?

¿Por qué no iba a ser por segunda vez antes? Siempre preguntando. ¿Así que no queréis que Jacques continúe con la historia de sus amores? Decidlo de una vez por todas: ¿os gustaría o no que Jacques explicara la historia de sus amores?».

Y entonces, como si pudiera rebobinar una película o retroceder una pantalla del videojuego, Diderot nos permite volver a donde estábamos:

«Si eso es lo que os gustaría, reintegremos la campesina a la grupa, detrás del jinete, dejemos que se vayan y   volvamos a nuestros dos viajeros. Esta vez fue Jacques quien tomó la palabra y le dijo al amo: «Así va el mundo; vos, que nunca habéis recibido una herida y que no sabéis lo que es un balazo en la rodilla, me mantenéis a mí, que tengo la rodilla destrozada y cojeo desde hace veinte años…».

También Italo Calvino habla con su lector y le ofrece diversos inicios, desarrollos y desenlaces en Si una noche de invierno un viajero;  le permite atisbar todas esas novelas posibles que no llegan a nacer al vernos obligados a elegir una de ellas, del mismo modo que, según ciertos teólogos medievales, del semen derramado nacen, en vez de los miles de hijos que pudieron ser, miles de demonios.

Woody Allen también ofreció diversas maneras de iniciar Manhattan:

Y, por supuesto, también existe toda la moderna narrativa hipertextual o los videojuegos, que ofrecen un árbol de historias que se bifurcan una y otra vez.

Pero en la novela clásica, lineal, el escritor tiene que elegir entre diversas alternativas y se limita a mostrarle un resultado al lector. Porque a los lectores, a los espectadores, a los degustadores de la narrativa también nos gusta ver cómo otros se mueven por el mundo narrativo y no siempre queremos ser protagonistas no vernos obligados a elegir:

«También en la antigüedad, muchos se pasaban las horas como espectadores del recorrido que otros, como Homero, les ofrecían, porque su manera de moverse, de detenerse aquí y allá, de acariciar y mostrar los objetos de aquel prodigioso edificio narrativo era única. Pero quizá tan sólo ahora, en este futuro que ya está aquí, el narrador de los nuevos medios y el lector de los nuevos medios pueden ser, finalmente, la misma persona.» (El guión del siglo 21)

Ahora bien, tampoco había que olvidar que aunque en la Ilíada o en la Odisea o en cada una de las obras de los dramaturgos griegos se nos ofrece una única posible historia, si algo caracteriza a la mitología griega es la variedad de versiones de un mismo acontecimiento, y cada vez que Sófocles, Esquilo o Eurípides retomaban un tema mítico de ese inmenso edificio de la mitología, ofrecían aquí y allá nuevos desarrollos, variantes inesperadas, nuevas interpretaciones, como hizo Eurípides al hacer a Medea responsable de al muerte de sus hijos, se dice que porque en Corinto le pagaron para que librara a la ciudad de la mala fama de esa leyenda. De este modo, al final se acababan por contar de una manera no todas pero sí muchas de las historias posibles. Todo aficionado a la mitología griega sabe que, si busca bien, puede encontrar una versión de un mito concreto que satisfaga sus necesidades, expectativas y deseos, y eso que sólo se ha conservado un diez por ciento de la cultura grecolatina, o menos. Si quiere que Ulises no regrese a Ítaca, existe una versión; si prefiere que regrese pero después se vaya, también; si le gusta imaginar que Penélope fue infiel con un pretendiente o con todos a la vez, encontrará a alguien que lo dijo. Del mismo modo que el jugador conecta de nuevo su videojuego y toma una ruta alternativa, el mitógrafo puede encontrar casi lo que quiera siempre que sepa buscar e interpretar.

 


  [Este texto fue publicado en la página Divertinajes, dentro de la serie titulada La ilusión imperfecta]

Entradas publicadas en La cicatriz de Ulises

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