Ulises en Singapur
La cicatriz de Ulises /7

En los últimos capítulos de La cicatriz de Ulises he estado recorriendo edificios narrativos en compañía de Homero y de los guionistas de algunas series de televisión, como The Wire, Los Soprano o Mad Men. Mi intención es mostrar que lo más actual a veces consiste en volver a mirar hacia el pasado. Esa es una de las ideas principales de mi libro El guión del siglo 21, que al principio se iba a llamar La cicatriz de Ulises, una alusión a la escena en la que la sirvienta Euriclea lava los pies a un mendigo en quien reconoce a Ulises. También pensé en llamar a mi libro El algoritmo de Polifemo, por razones que el lector pronto conocerá.

“La cicatriz de Ulises” es también el título de un capítulo del libro de Erich Auerbach Mímesis o la representación de la realidad en la literatura occidental, que me ha orientado a menudo en esta investigación. Ya hemos visto, por ejemplo, que Auerbach recurría a la metáfora de la casa narrativa (ver La narración en primer plano contínuo en Homero), del mismo modo que lo hacía Eric Havelock en otro deliciosa obra: Prefacio a Platón (ver Homero en casa de Simónides). Teniendo en cuenta estos precedentes, cuando investigué las nuevas propuestas narrativas del siglo 21 me llamó poderosamente la atención el hecho de que en una ficción de realidad aumentada llamada Nueve vidas  su autor, Scott Hessels, recurriera a la metáfora arquitectónica:

Cuando escribimos Nueve vidas usamos la metáfora de la casa: imagina que entras en una casa y la recorres. Cada habitación te dirá algo acerca de la familia que vive allí y no importa si visitas antes esta o aquella habitación o cuánto tiempo estés en cada una. Hicimos una aproximación arquitectónica a la narrativa… es la exploración del espacio lo que revela la historia.

 


Hessel con un tocado carnívoro

La diferencia entre lo que dice Hessels y lo que decían Auerbach o Havelock es que en la película de Hessels no se propone al espectador recorrer la narración de un modo metafórico, sino que se le invita a caminar realmente por esa narración. No por una casa o un edificio, sino por una ciudad entera. Esa ciudad es Singapur.

No sé si sabes, lector, que Singapur es una ciudad, un estado y una isla. Es también una ciudad-estado casi china pero que está fuera de China. Mucho de lo que se escucha acerca de Singapur roza la extravagancia: no se puede fumar en las calles, compran arena a sus vecinos malayos e indonesios para expandir su país y sus fronteras, lo que hace que la isla crezca y se vayan hundiendo las que le venden arena, por lo que parlamentarios indonesios han pedido que se considere delito de alta traición la venta de arena. En Singapur se celebra también la única carrera del mundial de fórmula uno que tiene lugar durante la noche. Singapur es, además, uno de los cuatro tigres asiáticos, junto a Hong Kong, Taiwan y Corea del Sur, a pesar de que sólo tiene unos cinco millones de habitantes. En su desarrollo económico actualmente juega un papel de primera importancia el mundo digital. Esa es la razón por la que muchos de los experimentos más avanzados en tecnología y narrativa digital tienen lugar en las empresas de Singapur o, como en el caso que ahora nos ocupa, en su mismas calles.


Singapur

Antes dije que Nueve vidas, era una película de realidad aumentada. ¿Qué es eso?

La realidad aumentada es un sistema que nos permite superponer a la realidad algo que no está de verdad en ella. No es exactamente lo mismo que la realidad virtual, de la que tanto se habló en los años 90 del siglo pasado, sino que tiene más relación con la confluencia de dos mundos a través de una cámara y una pantalla. En la pantalla de un teléfono móvil, por ejemplo, se superpone lo que se ve a través de la cámara y, además, un mundo virtual, lo que puede lograrse de diversas maneras.

La cámara del movil muestra lo que tiene delante, pero también,
según las coordenadas del GPS, una imagen superpuesta

Aquí nos interesa la activación de ese mundo superpuesto, de esa segunda realidad, a través de los sistemas de geolocalización, lo que se conoce vulgarmente como GPS y que cada vez más coches utilizan para orientarse en las calles o carreteras. La geolocalización es una de las herramientas con las que vienen equipados los teléfonos inteligentes o smartphones, que son capaces de detectar dónde estamos e indicarnos cómo llegar a otro lugar o cómo encontrar una tienda o un restaurante cerca de donde nos encontramos. Pues bien, la realidad aumentada utiliza el sistema de geolocalización por satélite para que podamos ver a través de la cámara de nuestro móvil no sólo lo que tenemos delante, sino cosas que no están ahí.

¿Demasiado confuso? Lo mejor es que ver una presentación y algún fragmento de la película de realidad aumentada Nueve vidas para entender a qué me refiero:

[vimeo]http://vimeo.com/24468432[/vimeo]

Los creadores de Nueve vidas decidieron combinar la realidad aumentada y la interactividad a las calles de Singapur y rodaron una historia compleja para que después los espectadores pudieran verla a través de su móvil, pero no como se ve una película en el cine o una serie en la televisión, sino recorriendo las calles de Singapur. Un espectador de Nueve vidas tiene que caminar por Singapur y apuntar con la cámara de su móvil a todos lados buscando esa ficción superpuesta a la realidad. Gracias a la geolocalización, que detecta la posición del aparato, puede ver en la pantalla de su móvil la calle de enfrente y a un hombre corriendo por ella. La calle está allí y cualquiera puede verla, pero el hombre que corre no está allí fuera, sino tan sólo en la confluencia del móvil y la calle.


Una espectadora de «Nueve vidas»

No se trata, como quizá haya creído algún lector, de que el usuario vea en el móvil una película que se grabó en esa calle. No es eso: la calle que ve es la que tiene enfrente, no una imagen grabada. El espectador, en consecuencia, tiene que estar en las calles de Singapur para ver la película, aunque Hessels ofrece gratis el software para adaptar la historia a otras ciudades.

Sin embargo, preparar una narración como Nueve vidas no resulta nada fácil por diversas razones:

La película se divide en nueve partes, cada una en un barrio distinto de Singapur, con un pequeño prólogo de dos minutos que sitúa al espectador-jugador y permite al sistema de geolocalización obtener las coordenadas del móvil. Como no se sabía si los usuarios recorrerían las calles en taxi, autobús o a pie, hubo que escribir historias de diferente duración en cada barrio: «Fue una pesadilla para los guionistas». Nueve vidas no tiene por qué verse de principio a fin, porque siempre  está ahí; el espectador puede sentarse en un café y descubrir con su móvil que allí habitan esa especie de fantasmas que están y no están en la realidad, algunos de los cuales, por cierto, son literalmente fantasmas del pasado.
(El guión del siglo 21)

 

Nueve vidas fue promocionada con el lema: «Not a movie picture: a picture moving», que se podría traducir como: «No una imagen en movimiento, sino movimiento en una imagen».  Es una manera inesperada de situar los elementos narrativos en diferentes lugares y dejar que sea el espectador quien los vaya encontrando. En el próximo capítulo veremos que todo esto no sólo tiene relación con Homero y el edificio mitológico, sino con uno de los filósofos más extravagantes y sensatos de la historia, Nicolás de Malebranche, pero antes vale la pena recorrer el ciberespacio londinense junto a Charles Chaplin.


  [Este texto fue publicado en la página Divertinajes, dentro de la serie titulada La ilusión imperfecta. ]

Entradas publicadas en La cicatriz de Ulises

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