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Sabios ignorantes y felices, de Daniel Tubau
Sabios ignorantes y felices, de Daniel Tubau

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No hay una única receta para la felicidad, pero sí recetas felices
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El origen de la idea de Dios

Tras decir que “A partir de que la existencia necesaria se contiene en nuestro concepto de Dios, se concluye rectamente que Dios existe”, Descartes se queda tan tranquilo (La idea de Dios implica su existencia). Recupera así sin ningún pudor el argumento ontológico de Anselmo de Canterbury, que sin duda aprendió con los jesuitas, y echa por la borda todo lo conseguido con su duda metódica. Es decir, puesto que podemos imaginar el concepto de un dios perfecto, y puesto que un dios perfecto además de poder existir debería existir de hecho, entonces Dios existe.

A continuación, anticipándose, aunque muchos siglos después, a la objeción que el monje Gaunilo hizo al argumento ontológico de Anselmo, Descartes dice:

«En los conceptos de las otras cosas no se contiene del mismo modo la existencia necesaria, sino sólo la contingente» (Principios de la filosofía, Punto 15).

Es decir, como ya dijera Anselmo, el argumento ontológico sólo es aplicable a Dios, porque es fácil imaginar la gran farsa que se armaría si comenzáramos a aplicar un argumento tan efectivo como ese para demostrar la existencia de todas las cosas que nos apetece que existan. Puesto que podemos imaginar un unicornio azul perfecto y puesto que ese unicornio azul perfecto no sería perfecto si no existiera, entonces existe el unicornio azul perfecto.

Más adelante, explica por qué la idea innata de Dios no es accesible a todos los hombres (es decir, por qué, en definitiva no es innata): a causa de sus prejuicios.

Ahora bien, si como dice el abate Bergier en su Diccionario Teológico, los primeros hombres creían en Dios único, ¿cómo es que dejaron de creer en Él? ¿Por la intervención de Satán quizá?

Aquí, me temo, podemos caer en profundas disputas teológicas. Y no es este momento ni lugar.

Bergier- Diccionario teologico


 



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