El movil de McLuhan

marshallMarshall McLuhan pensaba que cada nuevo medio, la televisión, el cine, la radio, la imprenta, cambia nuestra manera de relacionarnos con el mundo, pero que también transforma los antiguos medios. Además, supone una extensión o un nuevo uso de alguno de nuestros sentidos;  de ahí la célebre frase “El medio es el mensaje”.

Para McLuhan la palabra “medio” no se refería exactamente a medios como los que he enumerado antes (cine, televisión, imprenta), sino más bien a todo el contexto creado por esas nuevas extensiones de nuestros sentidos,  tampoco se refiere la palabra tan solo a los medios de comunicación o a los sentidos como tales, sino a todo nuestro cuerpo, incluyendo en ello nuestra mente y sensibilidad. Para McLuhan, en efecto, la ropa es una extensión de la piel y la rueda una extensión del pie, como también lo es una canoa, a pesar de que remamos con los brazos y las manos, pues tanto la rueda como la canoa nos permiten multiplicar el poder de desplazamiento del pie.

A menudo me pregunto qué habría pensado McLuhan de los nuevos medios y del nuevo medio creado por internet y los ordenadores. Él apenas vivió para ver los comienzos de la era digital, por lo que su poderoso ingenio metafórico y analógico no pudo aplicarse en toda su plenitud a este nuevo mundo tan lleno de novedades al que ya casi toda la humanidad nos hemos acostumbrado, por no decir entregado, permitiendo que transforme de manera radical nuestra vida cotidiana.

teléfonoPensemos en el teléfono, que sí conoció McLuhan, y en su evolución,  el móvil o celular. A primera vista, si consideramos ambos aparatos solo en teniendo en cuenta sus cualidades telefónicas, es decir si olvidamos que un smartphone o teléfono inteligente también puede contener documentos, canciones, brújulas, linternas, cuentakilómetros, GPS y otras mil utilidades; si nos limitamos a comparar el teléfono tradicional y el móvil o celular atendiendo tan solo a lo que tienen en común, descubrimos, junto a la semejanza,  una diferencia notable que transforma no solo al aparato en sí sino a nosotros mismos y a nuestra relación con el mundo. Esa diferencia consiste en que el teléfono tradicional no era transportable, mientras que el móvil, como su nombre indica (al menos en países como España), sí lo es: es un aparato móvil, que se puede llevar de un lugar a otro. Esta característica supone un cambio notabilísimo que hace que los dos aparatos sean absolutamente diferentes y que den origen a un medio, entendido en el sentido amplio macluhiano completamente diferente.

mcluhan-El teléfono tradicional, aparte de la función de comunicarnos con otras personas, tenía otras funciones o consecuencias de importancia vital: era un gancho, un lazo que nos atrapaba y nos unía a un lugar: nuestra casa y nuestra oficina. Era una herramienta propia de una civilización sedentaria, que nos emparentaba con nuestros antepasados agrícolas y ganaderos: creaba un lugar fijo en nuestras vidas, un lugar al que regresar y al que acudir, un lugar del que no podíamos alejarnos demasiado tiempo sin temor a perdernos algo vital o importante, un lugar que también nos ofrecía de manera mágica la posibilidad de contactar con personas que se hallaban en lugares muy distantes. También condicionaba nuestro comportamiento, al permitirnos establecer citas a distancia, pero al obligarnos también a ajustar esas citas en los períodos en los que sabíamos que nosotros o la otra persona contábamos con la posibilidad de pasar por nuestros dos centros fundamentales de comunicación: nuestro hogar o nuestra oficina. El teléfono tradicional, en consecuencia, acentuaba nuestro sedentarismo: tarde o temprano  (más bien temprano) debíamos regresar al lugar en el que ese artilugio nos permitiría contactar con aquellas personas que nos interesaban o con las que nos veíamos obligados a mantener contacto a distancia.

Es cierto que podíamos usar una cabina de teléfonos pública, pero, de hacerlo, al menos la otra persona debía estar en uno de los lugares que definían su vida sedentaria, su casa o su oficina. Cuando la comunicación con otra persona se convertía en imprescindible o necesaria, por ejemplo tras una ruptura amorosa, en los días, semanas o meses en los que todavía no sabíamos si esa ruptura era definitiva, nos veíamos obligados a permanecer encerrados en casa con la esperanza, casi siempre vana, de que el maldito aparato sonase de una vez y nos transmitiese el sonido de la voz amada.

Con el teléfono móvil o celular, todo lo anterior queda cancelado y volvemos a los hábitos de una tribu trashumante y cazadora, olvidando las costumbres sedentarias. Ahora podemos llevar el aparato de comunicación encima, estemos donde estemos, con lo que el regreso al hogar o a la oficina ya no es obligado, ya no nos inquietamos si llevamos demasiado tiempo fuera de esos lugares en los que antes se encontraba el mágico aparato de comunicación. Podemos lanzarnos a la caza de presas con las que comunicar caminando por las calles, por los montes e incluso por los mares (siempre que haya cobertura).

 

Marshall McLuhan atropellado por su hijo Eric
Marshall McLuhan atropellado por su hijo Eric

Las ventajas de este cambio son evidentes, pero las desventajas quizá son mayores, al menos para quienes son víctimas del aparato y se convierten, como también diría McLuhan, en servomecanismos de su móvil, en  esclavos orgánicos de un aparato mecánico, aplicando a la inversa aquel consejo de Jesucristo acerca del sábado: “No se hizo el móvil para el hombre, sino el hombre para el móvil”.

Con la adopción del móvil es cierto que ya no estamos atados a un lugar o  dos, pero no porque nos hayamos liberado, sino porque estamos mucho más atados que antes. Si el teléfono tradicional era la jaula o prisión a la que teníamos que regresar cada cierto tiempo, como si fuéramos presos en libertad condicional que tienen que fichar regularmente, con el móvil nos hemos regalado a nosotros mismos una cadena portátil que llevamos siempre con nosotros. Si con el teléfono fijo disponíamos de un tiempo de libertad pleno entre la oficina y el hogar, de unas horas en las que podíamos disfrutar de nuestra soledad e intimidad sin temor a ser localizados o detectados, con el móvil esto se hace casi imposible: estamos localizados en todo momento. Existen excusas, por supuesto: “Se me acabó la batería”, “No había cobertura”, “Me robaron el móvil…”, pero no se pueden mantener por mucho tiempo sin empezar a despertar sospechas.

Ahora bien, el cambio del teléfono fijo al móvil tiene muchas más consecuencias. Es cierto que ahora, ante una ruptura amorosa, no estamos obligados a dejar pasar las horas encerrados en casa con nuestra angustia, pues podemos salir a la calle, pasear, distraernos, ir al cine… Cierto, pero, a cambio, en todo momento estaremos pensando que puede sonar el móvil, con lo que no tendremos un verdadero momento de libertad, descanso o intimidad. En la ya lejana época del teléfono fijo, si lográbamos salir de casa, sabíamos que, al menos durante esas horas, no podía sonar el teléfono (o al menos no podríamos oírlo).

Otra consecuencia del cambio de fijo a trasportable es que el móvil permite que también nos tengan localizados en el trabajo, que en todo momento estemos al alcance de nuestros jefes o colaboradores, incluso en horas fuera del horario laboral. El móvil, como cadena portátil que nosotros mismos enganchamos a nuestra muñeca o que llevamos en el bolsillo, nos convierte en prisioneros en una jaula sin muros, pero de la que es casi imposible escapar, pues sus eslabones invisibles nos pueden mantener atados de una punta a otra de un país, de un continente e incluso del planeta entero.

Por otra parte, aunque ya he dicho que ese aspecto no lo voy a analizar aquí, no sólo estamos encadenados por el teléfono como tal, sino por el correo electrónico o cualquier aplicación del smartphone que nos mantenga atados a las redes sociales. El móvil, que por un lado supone un paso en el camino hacia la liberación laboral, al facilitar el trabajo a distancia y fuera de las oficinas, por otro lado lleva a lo contrario, al permitirnos llevar nuestra jaula a cuestas. Obsérvese, por cierto, que también los ordenadores fueron en su momento un gancho que nos mantenía unidos a nuestros hogares y oficinas, pero que su evolución ha ido en la misma dirección que la del móvil, la portabilidad, a través de portátiles, ultraligeros y tablets.  La liberación de las oficinas, un paso sin duda beneficioso para la humanidad, o al menos para las personas, puede tener la consecuencia de que todo nuestro tiempo se convierta en tiempo de oficina, puesto que llevamos a cuestas el aparato que nos permite seguir trabajando. Cuando empecé a trabajar con un ordenador portátil en una cafetería, hace ya unos cuantos años, me gustaba la sensación de estar allí pensando y escribiendo mientras los que me rodeaban desayunaban o charlaban, pero cada vez más las cafeterías se empiezan a parecer a oficinas, en las que todas las mesas están ocupadas por personas que escriben en un ordenador. Incluso algunas de ellas resuelven asuntos de oficina desde su móvil, sin levantarse de la mesa y haciéndonos escuchar a todos las típicas conversaciones que creíamos desterradas de nuestras vidas cuando huimos de las oficinas.

Tómese todo lo anterior más con humor que con ardor, pues no es mi intención denunciar sino describir, y regresemos a la diferencia entre el antiguo teléfono, como gancho que nos ataba a un lugar o dos (el hogar y la oficina), ejerciendo un cierto control sobre nuestra vida y nuestra libertad, y el móvil, que nos permite movernos con libertad pero que en realidad nos mantiene encadenados casi durante toda nuestra vigilia.

Mi intención ha sido tan solo mostrar el cambio trascendental que un nuevo medio (o una evolución de un antiguo medio) ha provocado o puede provocar en nuestra vida. No es el único cambio, pues hay otros, aunque sin duda menos radicales que el regresar desde el sedentarismo a la caza y la recolección o la aceptación voluntaria de llevar nuestra propia cadena. Otro cambio notable es que mientras que el teléfono fijo permitía que las conversaciones a distancia fueran privadas (en casa) o semiprivadas (en la oficina), el móvil ha hecho que ahora se hagan públicas (en cafeterías, trenes, autobuses, caminando por la calle). No menos trascendental es el hecho de que el móvil casi ha acabado con la posibilidad de establecer plazos de desconexión real con el mundo exterior, que nos impida entregarnos al olvido y el anonimato, a la libertad de no ser interrumpidos, a la posibilidad de que nuestra mente mire hacia el futuro inmediato, a corto o a medio plazo, con la tranquilidad de que no será interrumpida por el sonido de nuestra cadena portátil, por el ladrido inesperado de ese perro guardián que llevamos en el bolsillo, recordándonos que estamos atrapados, estemos donde estemos.

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Escrito en la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, en Cuba, donde algún eslabón de la cadena del móvil y de internet se quiebra, regesando a los viejos tiempos de la desconexión, con todo lo malo… y lo bueno.


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