Diatriba contra la virginidad
En A buen fin no hay mal principio, Parolles hace un ingenioso y bastante convincente ataque al deseo de mantenerse virgen:
ELENA.- ¡Dios preserve nuestra castidad contra los minadores y asaltantes! ¿No conocéis estrategia alguna militar mediante la cual puedan las vírgenes hacer saltar a los hombres?
PAROLLES.- Una vez perdida la virginidad, el hombre danzará más presto por los aires; y aunque consigáis rechazarlo, perderéis la ciudad por la brecha que vos misma habréis abierto. En la república de la naturaleza es impolítico conservar la virginidad. La pérdida de una virginidad implica provecho para la nación. Toda virginidad que nace procede de una virginidad perdida. La tela de que habéis sido confeccionada es para concebir nuevas vírgenes. De una virginidad perdida nacen otras diez. Guardarla siempre, es anularla perpetuamente. Creedme, es una compañera glacial de la que conviene separarse.
ELENA.- Quiero defenderla todavía, aunque haya de morir virgen.
PAROLLES.- Eso es asunto vuestro, pero resulta contrario a las leyes de la Naturaleza. Al hacer el elogio de la virginidad, acusáis a vuestra madre, lo que envuelve una evidentísima falta de respeto. Lo mismo es ahorcarse que morir virgen. La virginidad es una suicida, que debiera enterrarse en el camino real, lejos de toda tierra sagrada, como culpable del delito de lesa Naturaleza. La virginidad engendra más gusanos que el queso. Se consume hasta la última recortadura, y muere devorando su propia entraña. La virginidad es fastidiosa, orgullosa, desocupada, llena de egoísmo, y el egoísmo es el pecado más explícitamente prohibido por los cánones. No la conservéis, que no haréis sino perderla. Deshaceos de ella. Dentro de diez años la tendréis decuplicada, lo que constituye un bonito interés sin que el capital sufra por ello ningún quebranto. ¡Fuera con ella!
ELENA.- ¿Y qué hay que hacer, señor, para perderla a gusto?
PAROLLES.- Dejad que reflexione… Es preciso hacer mal, pardiez, ya que es necesario amar a quien no la ama. La virginidad es una mercancía que, almacenada, pierde su lustre. Cuanto más se conserva, tanto más desciende de valor. Deshaceos de ella mientras sea vendible; aprovechaos del momento en que todavía vale. La virginidad es semejante a un cortesano viejo que lleva un sombrero pasado de moda, un traje rico, fuera de uso, como esos broches y mondadientes que ya no se estilan. Un dátil cuadra mejor en un pastel o en un guiso que en vuestras mejillas; y vuestra virginidad, vuestra vieja virginidad, aseméjase a una pera de Francia, dañada, fea de ver, sin sabor, pera pasada de madura; un tiempo buena, pero, a fe, pasada. Eso dicho, marcho ahora a la corte.
En un pasaje dice Parolles:
“Deshaceos de ella. Dentro de diez años la tendréis decuplicada, lo que constituye un bonito interés sin que el capital sufra por ello ningún quebranto”.
Lo que nos recuerda inevitablemente a varios de los sonetos de Shakespeare, como aquella serie en la que anima a su amante o a su amigo a no ser egoísta y a dejar una copia suya en el mundo, es decir, a tener un hijo:
“Mira a tu espejo, y a tu rostro dile:
ya es tiempo de formar otro como éste.
Si no renuevas hoy su lozanía,
al mundo engañas y a una madre robas.
¿Quién es la bella del intacto seno
que tu cultivo marital desdeñe?
y ¿quién tan loco para ser la tumba
de un amor egoísta sin futuro?
Tu madre encuentra en ti, que eres su espejo,
la gracia de su abril, su primavera;
así, de tu vejez por las ventanas,
aunque mustio, verás tu tiempo de oro.
Mas si pasar prefieres sin memoria,
muere solo y tu imagen morirá.
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[Publicado el 26 de diciembre de 2008]
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