Chaplin recorre el ciberespacio
La cicatriz de Ulises /9

 

He comparado en los artículos anteriores de esta serie la manera en la que Homero recorría el edificio de la mitología con aquella en la que un jugador o espectador de una película de realidad aumentada recorre las calles de una ciudad como Singapur (Ulises en Singapur). En El guión del siglo 21 avancé en esa comparación, mostrando que Homero ofrecía a sus oyentes, o a sus lectores, un recorrido particular, el suyo, por el edificio inmenso de la mitología griega (Lo que no se cuenta).  No conocía entonces un extraordinario pasaje de Charlie Chaplin en su libro Mis andanzas por Europa, recientemente reeditado por Evohé. En ese pasaje, como me señaló mi amiga Ana Aranda, Chaplin se convierte en espectador y participante de las narraciones de Thomas Burke, autor de Limehouse nights, una colección de cuentos de gran éxito en los años 30, que fue también lo que hoy llamaríamos un producto multimedia: Griffith adaptó uno de los cuentos en Lirios rotos, Chaplin otro en Una vida de perros, Arthur Penn (no se trata del famoso director muerto el año pasado) escribió la canción Limelit houses.

Chaplin también tuvo el privilegio único de recorrer la novela de Burke junto a su propio autor, no en las calles de Singapur mediante un mecanismo de realidad aumentada, sino en las calles de Londres, paseando junto al propio Burke. Creo que vale la pena citar por extenso este hermoso pasaje de narrativa virtual tal como lo cuenta el propio Chaplin:

«Mientras Burke y yo paseamos sin ningún destino en particular, le hablo de su libro. He leído Limehouse Nights como él lo escribió. No hay nada a la vista ni la mitad de efectivo. Discutimos el hecho de que realidades como las que él ha mantenido vivas rara vez ocurren duran­te un paseo, pero me doy por satisfecho. No quiero ver. Nada podría ser más hermoso que el libro.»

La literatura que se construye a partir de la realidad vivida, nos dice Chaplin, acaba siendo, en su proceso de depuración, de selección, de síntesis, superior a la vida que imita y el arte acaba resultando inalcanzable. Burke no responde nada a su célebre interlocutor, ni siquiera agradece el elogio a su arte narrativo, lo que, en opinión de Chaplin, demuestra que es un hombre muy inteligente. Continúan caminando por los barrios de Londres.

«Guardo silencio durante un buen rato mientras paseamos hacia Stepney. Hay una neblina verdosa suspendida por todas partes y parecemos encontrarnos en un laberinto de angostas callejas, que ahora se convierten en calles y después forman plazas. El está callado y nos limitamos a caminar.»

Finalmente, se produce la revelación:

«Y entonces me despierto. Veo su propósito. Puedo construir mi propia historia: el tan solo me está prestando las herramientas. ¡Y menudas herramientas son! Siento que ya he pasado por un amplio aprendizaje mediante la mera lectura de sus relatos. Ahora me los está contando mediante imágenes. Las mismas sombras cobran vida y romance. Las formas que merodean, se apresuran y revolotean alrededor, pasando a nuestro lado y desapareciendo en la noche, se están convirtiendo ahora en personajes. Se levanta el telón de Limehouse Nights, representada por el elenco original.»

Chaplin y Burke caminan en silencio y allí, calle tras calle empieza a ver todo lo que contienen los cuentos de Burke en su propio escenario. Claro, como dice Chaplin, antes hay leer el libro de Burke, para saber ver lo que tienes delante:

 «Burke se limita a alzar su bastón de vez en cuando y señalar. Su gesto no necesita comentarios. Localiza y hace notorio, sin lenguaje, el único objeto que quiere significar, y extrañamente es siempre algo de particular interés para mí. Es un hombre en extremo inusual. ¡Qué guía! No me ensena Main Street, ni lo obvio, ni siquiera los hitos tradicionales de los visitantes, pero con esta excursión me estoy apropiando del corazón, el alma, el sentimiento.»

Chaplin vive ese paseo como una verdadera e intensa experiencia interactiva, reconociendo aquí y allá a los personajes de Limehouse Nights:

«Y por todo el recorrido tengo la sensación de que, tras las puertas cerradas, ocurren cosas triviales, portentosas, hermosas, sórdidas, rastreras, gloriosas, sencillas, memorables, odiosas, amables. Pueblo todas esas chabolas con chicas, chicos, asesinatos, aullidos, vida, belleza.»

Este es un privilegio reservado a muy pocos: que toda una ciudad, no la ciudad real, sino esa ciudad medio real medio fantástica imaginada y contenida en un libro, se extienda ante ti y que tú puedas recorrerla junto a su autor. Probablemente, en un futuro cercano esas posibilidad será accesible para mucha más gente y los lectores y espectadores no se llamarán así, sino degustadores, visitantes o viajeros narrativos. Quizá entonces se harán realidad los sueños más locos del filósofo francés Nicolás Malebranche, del que hablaré en el próximo capitulo.

Mientras tanto, recomiendo al lector que lea la descripción completa en el delicioso libro de Chaplin. Vale la pena.

 

 

Chaplin y un amigo

 

 


Mis andanzas por Europa, de Charles Chaplin

En Evohé

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  [Este texto fue publicado en la página Divertinajes, dentro de la serie titulada La ilusión imperfecta.]

Entradas publicadas en La cicatriz de Ulises

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