Viena reconstruida
El escritor austriaco Thomas Bernhard decía que Viena se había convertido en un museo. Viena siempre ha sido célebre por sus muchos museos, pero Bernhard quería decir que la ciudad estaba muerta, sin vida, que ya no quedaba nada de la antigua Viena.
No sé si Bernhard sintiera nostalgia por la Viena de su infancia y su juventud, que fue la posterior a la Segunda Guerra Mundial, una ciudad pobre y destruida, en un país que ni siquiera tenía autoridad propia y era gobernado por cuatro naciones (Unión Soviética, Francia, Gran Bretaña y EE UU).
Es probable que Bernhard pensará más bien en al Viena del Imperio Austrohúngaro, o en la de entreguerras, cuando todavía era una de las capitales culturales de Europa y del mundo.
Esa capital quedó arrasada tras la Segunda Guerra Mundial y durante varios años los vieneses vivieron en medio de las ruinas de su antigua gloria, sin dinero y sin siquiera permiso para levantar de nuevo la ciudad. Hacia 1949 el dinero comenzó a llegar y los vieneses iniciaron la reconstrucción de la ciudad. Esa es la Viena que aparece en El tercer hombre.
Los vieneses decidieron dejarlo todo tal como estaba antes de la guerra, con algunas pequeñas variaciones, como el techo de colores de la catedral de san Esteban o el número de vagones de la noria gigante del Prater, que redujeron a 14.
Otras ciudades destruidas durante la guerra renunciaron a recuperar el aspecto de antaño, como Berlín occidental, que tan sólo en los últimos años, al convertirse de nuevo en capital de Alemania, se ha vuelto a edificar como una gran metrópolis.
Viena y Budapest decidieron reconstruir sus viejos edificios y castillos como si no hubiera pasado nada y la mayoría de los palacios y monumentos que hoy vemos son réplicas de los originales. Se plantea aquí el célebre problema de la identidad y el barco de Teseo.
En la Atenas clásica guardaban una réplica del barco con el que Teseo viajó a Creta para luchar contra el Minotauro. Ese barco con el tiempo iba estropeándose y los atenienses sustituían las piezas rotas por otras nuevas. Al cabo de muchos años ya no quedaba ni una sola pieza del barco original: todo el barco estaba hecho con piezas de madera, tela y metal posteriores al célebre viaje.
La pregunta es: ¿Es el mismo barco? ¿Podemos decir que aquel barco seguía siendo el barco de Teseo? Y, si ya no era el barco de Teseo, ¿cuándo dejó de serlo? ¿Seguimos siendo nosotros la misma persona a pesar de que no compartimos ni una sóla de las células de la persona que éramos hace veinte años?
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[Publicado por primera vez el 8 de noviembre de 2004]
En 2012 publiqué Nada es lo que es, el problema de la identidad, donde examino el problema del barco de Teseo y otros dilemas relacionados con la identidad.