¿Una república racista?

Platón y los asesinos de la montaña /3

 Jean Delville, L'Ecole de Platon, 1900, Paris, Musée d'Orsay
La escuela de Platón, de Jean Delville. Todo es un símbolo en esta representación de la Academia de Platón, desde las vestimentas del maestro, que lo equiparan a Jesucristo, a los doce discípulos. Delville, por supuesto, no destacó en la escuela de Platón, sino en la simbolista.

Sócrates, en la larga conversación que mantiene con Glaucón en el interior de La República de Platon, propone un estado ideal en el que habría tres clases sociales claramente diferenciadas, la de los arcontes o guardianes, la de los auxiliares, en la que se incluiría tanto a los militares como a lo que hoy llamaríamos funcionarios, y el resto, todo el pueblo, artesanos, comerciantes, trabajadores…

Tras intentar resolver el problema del amor a la patria contando a los ciudadanos que todos han nacido de la tierra y que por tanto deben defender esa tierra concreta que les ha dado la vida, sugiere otro mito para que no solo defiendan a la patria, sino para que acepten sus leyes sin discusión. Este nuevo mito afirmaría que la razón por la que el estado se divide en tres clases se debe a que quienes pertenecen a cada una de ellas están compuestos fundamentalmente por oro, plata y bronce, que los dioses han puesto en ellos. Hay que entender que Sócrates no quiere decir que los dioses hayan puesto literalmente los metales oro, plata y bronce, sino que les han dado cualidades excelsas, buenas y vulgares. Es solo una metáfora visual para entender que unos ciudadanos están mejor dotados que otros ya desde su nacimiento. En ocasiones, Sócrates también distingue entre la raza de bronce, a la que pertenecerían los artesanos, y la raza de hierro, compuesta por los labradores y quizá otros trabajadores.

Platón- delville
Dos discípulos de Platón según Delville

Los dos mitos parecen contradictorios a primera vista, porque si todos los ciudadanos son hijos de la tierra y hermanos entre sí, no parece razonable que después sean tan distintos: unos de oro, otros de plata y otros de bronce o hierro. Sin embargo, Sócrates enseguida aclara que esas tres razas no lo son por pertenecer a una familia de oro, plata y bronce, es decir no propone un racismo estricto, sino que dice que a las personas que nazcan en su república ideal hay que contarles más o menos la siguiente fábula:

«Puesto que todos sois congéneres, la mayoría de las veces engendraréis hijos semejantes a vosotros mismos, pero puede darse el caso de que de un hombre de oro sea engendrado de un hijo de plata, o de uno de plata uno de oro, y de modo análogo entre los hombres diversos». 

Parece, por tanto, que lo más frecuente es que cada clase social engendre hijos de su misma naturaleza, pero no siempre sucederá así y pueden darse accidentes. Tal vez porque los dioses lo han decidido así o quizá porque Sócrates tenía un vago vislumbre de lo que hoy en día llamaríamos mezcla genética con resultados no siempre previsibles. Enseguida veremos que Sócrates, en efecto, llegará a hablar de mejorar la raza de humanos como se mejora una raza de perros.

Lo más probable, sin embargo, es que, al señalar estas excepciones, Platón estuviera pensando en personas a las que había conocido y que destacaron como grandes sabios o valientes guerreros a pesar de ser de origen humilde. No en su propio caso, puesto que él pertenecía a una de las mejores familias de Atenas, emparentada ni más ni menos que con Codro, el último rey de Atenas, pero si pensaba casi con total seguridad en su adorado maestro Sócrates, hijo de una comadrona y un cantero, que es quien expone la teoría en La República y, por ello, resultaría también inexplicable que el creador y legislador de la sociedad perfecta hubiera sido expulsado de su propia utopía debido a su humilde origen. Para evitar que una situación tal se produzca, una de las tareas de los guardianes, la clase gobernante, consistirá en detectar a las personas que, a pesar de nacer en una clase social determinada, posean mezclas importantes de los otros metales. No solo para que los de las clases inferiores accedan a los privilegios de las clases superiores, sino también en el sentido contrario, para que los de las clases superiores sean enviados al lugar que verdaderamente les corresponde:

«En primer lugar y de manera principal, el dios ordena a los gobernantes que de nada sean tan buenos guardianes y nada vigilen tan intensamente como aquel metal que se mezcla en la composición de las almas de sus hijos. E incluso si sus propios hijos nacen con una mezcla de bronce o de hierro, de ningún modo tendrán compasión, sino que, estimando el valor adecuado de sus naturalezas, los arrojarán entre los artesanos o los labradores».

Sócrates adopta, en cierto modo, uno de los procedimientos más célebres que se aplicaban en Esparta a los niños deformes: arrojarlos por un precipicio para que la raza espartana no se degradara. Pero Sócrates (o su discípulo, Platón, que tanto admiraba a Esparta) no propone que se haga esta selección atendiendo a las cuestiones físicas, sino más bien a las morales e intelectuales. En cuanto a los de las clases más bajas, como ya se ha dicho, «si nace alguno con mezcla de oro o plata, tras tasar su valor, los ascenderán entre los guardianes o los guardias, respectivamente».

Todas estas operaciones de nivelación social en función de los talentos naturales se sustentarán ideológicamente con otro mito o fábula, y ya van tres: «con la idea de que existe un oráculo según el cual el Estado sucumbirá cuando lo custodie un guardián de hierro o bronce”.

Se podría considerar, quizá dejando aparte el recurso a los mitos, que algunas de las ideas de Platón se aplican en las sociedades modernas, en las que, incluso aunque no haya una separación de clases tan estricta, sí existen mecanismos compensatorios, como las becas y las ayudas estatales o privadas para aquellos estudiantes que, por no haber nacido en una familia pobre, no tienen acceso a los recursos con los que cuentan los ciudadanos más privilegiados. Lo que no se hace casi nunca, que yo sepa, es enviar a los hijos de aristócratas o ricos que no demuestran talento alguno a las minas de carbón, sino que se prefiere enviarlos a los platós de televisión, para que puedan seguir haciendo dinero con los pocos talentos que los dioses, la educación o el destino les han concedido.

Sócrates, en cualquier caso, parece tener en estos asuntos una concepción de la biología humana marcada por un fuerte determinismo, que parece hacer que las personas nazcan  en la clase que les corresponde, aunque con un cierto grado de azar que se debe tener en cuenta.

De todos modos, no basta con los dones naturales, sino que estos deben ser detectados, fomentados y desarrollados mediante una cuidadosa educación, en la que los mitos, de nuevo, jugarán un importante papel. Lo descubriremos pronto, y también qué relación tiene todo esto con el Viejo de la Montaña, el temible jefe de la sociedad secreta de los Asesinos de Alamut.

Continuará…


PLATÓN Y LOS ASESINOS DE LA MONTAÑA

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La verdadera historia de las Sociedades Secretas
La verdadera historia de las Sociedades Secretas, de Daniel Tubau

Daniel Tubau

La verdadera historia de las Sociedades Secretas

Editorial Daiyan

La SEGUNDA EDICIÓN de La verdadera historia de las Sociedades Secretas se publicó el 22 de mayo de 2020 por la editorial DAIYAN. Es una edición ampliada y revisada de la primera edición que se publicó en 2008 en la editorial Alba.

Ahora ya puedes encontrar La verdadera historia de las Sociedades Secretas.

2ª Edición en 2020. Revisada y ampliada.


 

Entradas de La verdadera historia de las Sociedades Secretas

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