Un tímido patológico

CONVERSACIÓN CON DAVID LABORDA

Daniel Tubau: En su «Fragmento autobiográfico», usted se considera a sí mismo como una persona tímida, incluso llega a definirse como tímido patológico. Sin embargo, yo no he advertido en usted ningún síntoma de timidez y falta de confianza, sino sosiego, e incluso seguridad, a lo largo de esta entrevista.

David Laborda:

Por supuesto, pero tal vez el mérito es suyo, pues ha sabido crear una atmósfera de confianza, que me permite expresarme a mis anchas, sin temores ni prevenciones.

 

DT: ¿Quiere usted decir que la timidez es una especie de prevención frente a los demás, que impide que se muestre espontáneamente la verdadera personalidad?

DL: Bueno, yo no lo diría de ese modo. La timidez, la prevención frente a los desconocidos, es un mecanismo complejo. Por un lado, se trata de tantear el terreno, averiguar cómo es el otro, descubrir de qué se puede hablar con él y de qué modo. Es, tal vez, una muestra de respeto, de cortesía hacia la diferencia.

 

DT: Pero se puede ser cortés y respetuoso sin ser tímido. La timidez más bien expresa un temor, un miedo tal vez exagerado a mostrarse uno tal como es, ¿no le parece? Es como si uno pensara que no ha de descubrir su juego, temiendo tal vez las consecuencias que puede acarrear el que los demás te conozcan tal como eres. De todos modos, incluso en ese caso, no sé si estamos hablando de timidez o de discreción, que son dos cosas distintas. La timidez es previa a cualquier consideración acerca de cómo ha de relacionarse uno con los demás.

DT: Sí, tal vez tenga usted razón, sobre todo cuando la timidez se convierte en patológica, como a menudo ha sido mi caso. Pero no estoy de acuerdo en esa idea en que usted insiste del verdadero yo, de la verdadera personalidad. Algunos pensarán, en efecto, que la desgracia de un tímido es no poder mostrar su verdadera personalidad. Sin embargo, la timidez, como dije antes, puede ser un impedimento para la relación social, pero no necesariamente una máscara de la personalidad.

 

DT: Sí parece serlo, en tanto que impide que una persona se comporte y se exprese tal como es.

DL: Sí, pero también lo impide un comportamiento excesivamente campechano. Se suele creer que las personas desinhibidas muestran sin tapujos su verdadera personalidad. Yo creo que, a veces, bajo la apariencia espontánea de esas personas, se pueden esconder dos cosas: una falta de personalidad o una ruidosa prevención, que tampoco es muy distinta de la timidez. Hay personas que sólo saben relacionarse de una manera con los demás: «Si me comportase de otra manera, ya no sería yo», dicen. Pero yo insisto en que no creo en esa historia del verdadero yo. ¿Le puedo contar una historia?

 

DT: Por supuesto, ¿tiene que ver con el tema de verdadero yo?

DL: Sí, se trata de una historia que viví con un amigo. Mi amigo es una persona de hablar franco, que se relaciona fácilmente con los demás, de ese modo que se suele llamar campechano. En una ocasión, fuimos a un centro de meditación con otro amigo de tendencias místicas. Pasamos allí una tarde deliciosa con los miembros de la orden, hablando en voz baja, respetuosamente. Advertí enseguida que mi amigo tenía ciertas dificultades: no se sentía cómodo en un ambiente tan solemne. Poco a poco fue adaptándose y al final se integró casi totalmente al nuevo modo de relación. Cuando salimos de allí, los tres comentamos lo enriquecedor de aquella velada. A él le había encantado la experiencia. Sin embargo, acabó diciendo que, aunque había conseguido meterse en el papel de hermano místico, lo único que le molestaba era el no haberse podido expresar tal como era.

 

DT. Eso, entonces, confirma lo que yo decía: su amigo tuvo que ponerse una máscara que le impidió mostrar su verdadero yo.

DL: No, esa no es la lección que yo quería extraer de esta historia. Le diré, por otra parte, que en realidad lo que le he contado nunca sucedió, por lo menos no en una orden religiosa. Lo que yo pienso es que mi amigo se equivocaba, y usted también por tanto, al considerar que existe un verdadero yo que se identifica con el comportamiento espontáneo. El problema es creer que el comportamiento que solemos llamar espontáneo expresa la auténtica personalidad, cuando, en realidad, en la mayoría de los casos se trata de un comportamiento aprendido, condicionado, tal vez elegido voluntariamente, pero que no se diferencia de la timidez fundamentalmente, en tanto que mecanismo de relación con los demás. La personalidad de alguien no consiste en que se comporte apocada o alocadamente.


DT: Sea como sea, los tímidos tienen más problemas para comunicarse con los demás.

DL: Quizá sí, pero en ocasiones son más bien los demás los que tienen dificultades para entenderse con los llamados tímidos. 

 

DT: ¿Qué quiere decir?

DL: Ya le he dicho que yo he sido en determinados momentos un tímido patológico: en situaciones de tensión he enrojecido hasta las orejas. Incluso, ya con más de veinticinco años, una vez fui a hablar con una profesora acerca del examen que me había suspendido. Llamé, abrí la puerta, miré, enrojecí como un tomate, balbuceé alguna excusa y me fui. Se dice que cuando a una persona se le acusa de algo y es culpable, enrojece, pero eso es mentira. Yo todavía enrojezco cuando me acusan de algo, simplemente por el hecho de que los demás me están observado con demasiada atención, no porque lo que digan de mí sea cierto. Le voy a contar otra historia: una vez mi amigo Jaro nos preguntó a varios compañeros de rodaje si no sentíamos una contracción del esfínter cuando afrontábamos una situación de tensión. Yo le dije que no, pero después me he dado cuenta de que sí, que lo he sentido y que todavía lo siento en tales bretes, aunque cuando iba al colegio lo que me pasaba es que sentía unas ganas tremendas de ir al servicio justo cuando iba a salir de casa. En fin, todo esos son síntomas muy molestos, que afectan al tímido patológico. Y yo los he sentido todos.

 

DT: Pero usted iba a explicarme que a veces son los demás los que tienen dificultades para relacionarse con un tímido, y no a la inversa.

DL: Sí, porque, a pesar de todos esos síntomas de timidez o de miedo a la relación social, y aunque pueda parecer contradictorio, yo me he sabido adaptar a todo tipo de ambientes, tal vez sin ceder en mi aspecto retraído, pero disfrutando de la situación interiormente. Por el contrario, las personas más campechanas, a menudo, sin dejar de aparentar soltura, tienen enormes dificultades para enfrentarse a ambientes distintos de los habituales. Sienten que tienen que representar un papel, el papel de hermano místico, por ejemplo. Pero yo no sentí en aquella ocasión que tuviese que representar un papel. Me comporté tan espontáneamente como en cualquier otra situación. A veces, me he sentido incómodo más por los demás, por aquellos que se sienten incómodos con el silencio, por ejemplo. En cierto modo, ellos mismos se han construido su cárcel espontánea.

 

DT: Sí, algunas personas hablan a todo el mundo igual, sin darse cuenta de lo que distingue a unas personas de otras…

DL: En efecto, es como aquella canción de Françoise Hardy: su conversación es un ruido de fondo constante para huir del silencio, de la intimidad.

 

DT: Bien, no estoy muy seguro de que hayamos hablado realmente de la timidez…

DL: Tiene razón, me parece que hemos estado hablando de algo relacionado con la timidez, pero que no es exactamente lo mismo. No sabría definirlo ahora, pero, ¿qué le parece si damos un paseo por el bosque y, en este día de otoño tan hermoso, dejamos de hablarnos de usted?

 

DT: Me parece estupendo.

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[Publicado en 1995]

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