De Montaigne al lector

PÓRTICO

Señora, si no me salvan la originalidad y la novedad, que acostumbran  a dar valor a las cosas, jamás saldré dignamente de esta necia empresa; mas es tan fantástica y posee una apariencia tan alejada de lo común, que quizá por ello tenga un pasar. Una inclinación melancólica y por consiguiente muy enemiga de mi forma de ser natural, producida por la tristeza de la soledad, a la que me había entregado desde hacía algunos años, hizo que naciera en mi cabeza esta fantasía de meterme a escribir. Y después, hallándome enteramente desprovisto y vacío de cualquier otra materia, me presenté a mí mismo como argumento y tema. Es este un libro único en el mundo y en su especie, de propósito raro y extravagante. No hay cosa alguna en esta tarea digna de destacar, si no es esta misma rareza; pues a tema tan vano y vil ni el mejor artesano del mundo habría sabido dar forma que mereciese ser mencionada .

Hace varios años que soy yo el único objetivo de mis pensamientos, que no analizo y estudio más que mi propia persona; y si estudio otra cosa, es para aplicármela a mí. No hay descripción de tanta dificultad como la de uno mismo, ni ciertamente de tanta utilidad.

, quizá me digan que este deseo de servirse de uno mismo como tema para escribir, sería excusable en hombres únicos y famosos, los cuales, por su celebridad hubieren inspirado cierto deseo de ser conocidos… Este reproche es muy verdadero, más apenas sí me afecta… No erijo con esto una estatua para colocarla a la entrada de una ciudad, ni en una iglesia, ni en la plaza pública:

 Non equidem hoc studeo, bullatis ut mihi nugis

Pagina turgescat… Secreti loquimur.

(“No intento inflar mis páginas con bagatelas y con nimiedades; hablo de forma confidencial” Persio V,19)

Es para un rincón de la biblioteca y para divertir a un vecino, a un pariente, a un amigo que se entretendrá en descubrirme y compararme con esta imagen…Y aun cuando nadie me leyese, ¿acaso habría perdido el tiempo al ocuparme durante tantas horas ociosas en pensamientos tan útiles y agradables?

Al moldear en mí esta figura hube de alzarme y componerme tan a menudo para extraerme, que el modelo se afirmó y formó de algún modo a sí mismo. Al pintarme a mí para los demás, me pinté en mí con colores más nítidos que los míos primeros. No he hecho mi libro más de lo que mi libro me ha hecho, libro consustancial a su autor, mediante tarea propia, parte de mi vida; no mediante una tarea y una meta tercera y ajena como todos los demás libros.

¿Acaso he perdido el tiempo al haberme rendido cuentas de mí mismo tan continua y cuidadosamente? Pues aquellos que se dan un repaso en pensamiento solamente y en voz alta en algún momento, no se examinan tan esencialmente ni se penetran como aquél que hace de ello su estudio, su obra y su oficio, que se compromete a un análisis largo, con toda su fe y todas sus fuerzas.

!Cuántas veces me ha distraído este trabajo de pensamientos enojosos! Y han de contarse como enojosos todos los frívolos. Nos ha obsequiado la naturaleza con una amplia facultad para entretenernos en privado y a ello nos llama a menudo para enseñarnos que nos debemos en parte a la sociedad, más, en la mejor parte, a nosotros. Para formar mi fantasía a que incluso sueñe con orden y proyecto, y salvarla de perderse y desbarrar en el viento, no hay como dar cuerpo y anotar tantos menudos pensamientos como se le ocurren.

¿Y qué decís de estar más atento a los libros desde que los acecho por ver si podré sisar algo con qué esmaltar y apuntalar el mío?

No estudié para hacer un libro; más sí estudié algo porque lo había hecho, si a revolotear y pellizcar de aquí y de allá, ora de un autor, ora de otro, puede llamársele estudiar; en modo alguno para formar mis ideas; sí, para, una vez formadas, ayudarlas, secundarlas y servirlas.

Quizá quieren que dé testimonio de mí con obras y hechos, y no sólo con desnudas palabras. Pinto principalmente mis pensamientos, objeto informe, que no puede reducirse a producto artesanal. A duras penas puedo meterlo en ese cuerpo etéreo de la palabra… Los hechos hablarían más acerca del destino que de mí. Dan testimonio de su papel, no del mío, a no ser por conjeturas y de forma incierta: retazos de una exhibición particular. Me expongo por entero: como una anatomía en la que a primera vista aparezcan las venas, los músculos, los tendones, cada pieza en su lugar.

No describo mis gestos, sino mi propia persona, mi esencia. Sostengo que se ha de ser prudente al juzgarse uno mismo e igualmente serio al dar testimonio, ya sea elevado, ya sea bajo, indistintamente. Ocuparse de uno mismo a algunos les parece que es complacerse en uno mismo; tratarse y observarse, quererse demasiado. Puede ser, mas ese exceso sólo nace en aquellos que se palpan superficialmente, que se miran después de sus asuntos, que a ocuparse de sí mismos, a formarse y a construirse, a hacer castillos en el aire, llaman ociosidad y fantasía: considerándose cosa secundaria y ajena a ellos mismos.

No dudo en modo alguno que a menudo caiga en hablar de cosas que tratan mejor los maestros del oficio y con más verdad. Esto es puramente la prueba de mis facultades naturales y en absoluto de las adquiridas; y quien me sorprenda en algún error, no hará nada contra mí, pues apenas si responderé ante los demás de mis razones, si no respondo de ellas ni ante mí mismo; ni de ellas estoy satisfecho. Quien va en busca de la ciencia, hállala allí donde se aloja: nada hay de lo que yo me jacte menos. Plasmo aquí mis ideas, mediante las cuales no pretendo dar a conocer las cosas, sino a mí mismo: quizá algún día me sean conocidas o me lo hayan sido antaño según me haya llevado la fortuna a los lugares en los que quedaban esclarecidas. Mas ya no lo recuerdo. Y si soy hombre de ciertos estudios, soy hombre de memoria nula.

Así, no garantizo certeza alguna si no es la de dar a conocer hasta qué punto llega en estos momentos el conocimiento que tengo. Que no se fijen en las materias sino en la forma que les doy.

Que vean, por lo que tomo prestado, si he sabido elegir con qué realzar mi tema. Pues hago que otros digan lo que yo no puedo decir tan bien, ya sea por la pobreza de mi lenguaje, ya por la pobreza de mi juicio.

Mucho me agradaría tener un conocimiento más perfecto de las cosas, mas no quiero comprarlo a cualquier precio. Mi proyecto es pasar dulcemente y no laboriosamente lo que me queda de vida. Nada hay por lo que quiera romperme la cabeza, ni siquiera por el saber, cualquiera que sea su valor. En los libros sólo busco deleitarme mediante sano entretenimiento; o si estudio, sólo busco con ello el saber que trata del conocimiento de mí mismoy que puede instruirme para bien morir y bien vivir.

Digo libremente mi parecer sobre todas las cosas, incluso sobre aquellas que quizá se salen de mi inteligencia, que en modo alguno considero que pertenecen a mi jurisdicción. Lo que opino de ellas revela la medida de mi vista y no la medida de las cosas.

Soy enemigo acérrimo de la obligación, la asiduidad y la constancia; que nada hay tan contrario a mi estilo como una narración extensa: me recorto con frecuencia, falto de aliento. Por tanto heme puesto a decir lo que sé decir, adecuando la materia a mi capacidad.  Y mis opiniones las estimo infinitamente atrevidas y constantes al condenar mi incapacidad. Realmente, también es un tema en el que ejercito mi juicio más que en ningún otro. El mundo mira siempre hacia fuera; repliego yo la vista hacia mi interior, la fijo y la ocupo allí. Cada cual mira de frente; yo miro dentro de mí: sólo he de vérmelas conmigo, me analizo sin cesar, me controlo y me pruebo. Los demás, si se dan cuenta, van siempre hacia otra parte,

nemo in sese tentat descendere

(“Nadie intenta verse a sí mismo”, Persio, IV,20)

yo, me encierro en mí mismo.

Me estudio más que cualquier otro tema. Es mi metafísica y mi física. Dividen y apuntan sus ideas los sabios más específica y detalladamente. Yo que no veo en ellas más que lo que me dice la práctica, sin regla, presento las mías de modo general y a tientas. Como aquí; escribo mi pensamiento en artículos descosidos, como cosa que no puede decirse de una vez y en bloque.

Igualmente veo yo mejor que nadie que lo que aquí escribo no son más que lucubraciones de hombre que sólo ha probado la corteza de las ciencias en su infancia, reteniendo únicamente un aspecto informe y general; un poco de cada cosa y nada del todo, a la francesa. Mas profundizar más, quemarme las cejas estudiando a Aristóteles, u obstinarme en alguna ciencia, eso jamás lo hice; ni hay arte cuyas primeras líneas sepa trazar. Sea como fuere y sean cuales sean mis inepcias, quiero decir que no he intentado ocultarlas, al igual que un retrato de mi persona en el que hubiese plasmado el pintor, no un rostro perfecto, sino el mío, canoso y calvo. Pues aquí están mis sentimientos y opiniones; los entrego en tanto que constituyen lo que yo creo, no porque deban ser creídos. Sólo intento poner al descubierto mi manera de ser que podría ser otra mañana si un nuevo aprendizaje me hiciera cambiar.

Tomo al azar el primer tema que se me presenta. Todos me son igualmente buenos. Y jamás pretendo tratarlos por entero. Pues de nada puedo ver el todo. Aquéllos que pretenden mostrárnoslo, no lo hacen. De cien partes o rostros que cada cosa tiene, tomo uno de ellos, ya sólo para lamerlo, ya para rozarlo, ya para pellizcarlo hasta el hueso. Y a menudo gusto de cogerlo desde algún punto de vista inusitado. Me atrevería a tratar a fondo alguna materia, si me conociera menos. Esta mezcolanza de tantas cosas distintas se debe a que no me pongo manos a la obra más que cuando a ello me obliga una ociosidad demasiado insulsa, y sólo cuando estoy en casa. Así se ha construido en diversas situaciones y a intervalos, pues las circunstancias me retienen fuera varios meses a veces. Por otra parte, no corrijo mis primeras ideas con las segundas; quizá sí alguna palabra, más para cambiar, no para quitar. Quiero plasmar la evolución de mis pensamientos y que se vea cada cosa en su nacimiento. Me gustaría haber empezado más pronto y reconocer la marcha de mis mutaciones.

Yo voy cambiando indiscreta y tumultuosamente. Mi estilo y mi mente vagabundean igual. Se ha de tener cierta locura si no se quiere tener más necedad. Expongo aquí fantasías, informes e indecisas, no para establecer la verdad, sino para buscarla.

He envejecido siete años u ocho años desde que comencé.  . No pinto el ser. Pinto el paso: no el paso de una edad a otra, o, como dice el pueblo, de siete años en siete años, sino día a día, minuto a minuto. He de adaptar mi historia al momento. Podré cambiar dentro de poco no sólo de fortuna, sino también de intención. Es un registro de diversos y cambiantes hechos y de ideas indecisas cuando no contrarias; ya sea porque soy otro yo mismo, ya porque considere los temas por otras circunstancias y en otros aspectos. El caso es que quizá me contradiga, más la verdad, como decía Demades, no la contradigo. Si mi alma pudiera asentarse, dejaría de probar y me decidiría; mas está siempre aprendiendo y poniéndose a prueba.

Los autores se dan a conocer al pueblo por alguna marca particular y externa; yo soy el primero en dar a conocer mi ser total, en mostrarme como Michel de Montaigne, no como gramático, o poeta, o jurisconsulto. Si se queja el mundo de que hablo demasiado de mí, me quejo yo de que él no piense sólo en sí.

Mas, ¿es lógico acaso que siendo tan individualista de costumbres, pretenda que se me conozca públicamente? Las fantasías de la música están guiadas por el arte, las mías por la suerte. Al menos tengo algo conforme a la disciplina, que jamás hombre alguno trató de tema del que entendiese y supiese más que del que yo he emprendido, y que en él soy el hombre más sabio que existe; en segundo lugar, que jamás nadie profundizó más en la materia, ni desmenuzó con más detalle los elementos y sus consecuencias; ni alcanzó más exacta y plenamente el fin que se había propuesto con su trabajo. Para acabarlo, no he de aportar más que la fidelidad; ésta es la más sincera y pura que puede haber. Digo la verdad, no tanta como en mí cabe, mas si tanta como oso decir; y oso más al envejecer, pues parece que se suele tener a esta edad más libertad para charlar y hablar de uno con indiscreción.

Os digo que cuando oigo a alguien detenerse en el lenguaje de los “Ensayos”, preferiría que se callase. No es tanto ensalzar las palabras como menospreciar el sentido. Si he errado, si muchos otros hacen más atractiva la materia, sin embargo, sea como sea, mal o bien, ningún escritor la ha sembrado ni mucho más sustanciosa, ni al menos más recia, en el papel.

Nosotros, mi libro y yo, vamos de acuerdo y con la misma marcha. En otros casos se puede elogiar la obra y criticar al obrero, por separado; en este no: si se ataca al uno, se ataca al otro.

¿Quién no ve que he tomado un camino por el cual seguiré sin cesar y sin esfuerzo mientras haya tinta y papel en el mundo? No puedo contar mi vida por mis actos: la fortuna los pone demasiado abajo; la cuento por mis pensamientos. ¿Y cuándo terminaré de representar la continua agitación y mutación de mis pensamientos, sea cual sea la materia en que caigan, dado que Diomedes llenó seis mil libros únicamente con el tema de la gramática?

Además de este provecho que saco escribiendo sobre mí, espero este otro: que si ocurre el que mis lucubraciones plazcan y convengan a algún hombre de bien antes de que yo muera, intente tratarme. Le doy mucho ya hecho, pues todo cuanto un largo conocimiento y una larga familiaridad podría proporcionarle en muchos años, lo ve a través de este escrito en tres días y con mayor seguridad y exactitud. Escribo este libro para pocos hombres y para pocos años.

He hecho lo que he querido: todos me reconocen en mi libro y a mi libro en mí.

Y yo no sé si no preferiría haber producido un hijo perfectamente formado mediante la unión con las musas que mediante la unión con mi mujer. A éste [los Ensayos] tal y como es, lo que le doy, se lo doy pura e irrevocablemente, como se da a los hijos corporales; ya no dispongo de ese pequeño bien que le he hecho; puede saber bastantes cosas más que yo ya no sé, y tener de mí lo que yo no he retenido y que habría de tomar prestado de él, como cualquier extraño, si lo necesitara. Él es más rico que yo, aunque yo sea más inteligente.

Le hablo al papel como hablo al primero que me encuentro.  ¿No hablo siempre así? ¿No me muestro así a lo vivo? !Basta! He hecho lo que he querido: todos me reconocen en mi libro y a mi libro en mí.


Los textos anteriores pertenecen a muy diversos ensayos de Montaigne. Los títulos de esos ensayos son:

Del afecto de los padres por los hijos
Del ejercicio
Del mentir
De los libros
De la fuerza de la imaginación
De la presunción
De la educación de los hijos
Del parecido entre padres e hijos
Del arrepentimiento
Consideración sobre Cicerón
De Demócrito y Heráclito
De las oraciones
Sobre unos versos de Virgilio
De la vanidad
De la experiencia
De lo útil y de lo honrado

 

danieltubauAL LECTOR

 Con este Pórtico de Montaigne se inicia el segundo número de ESKLEPSIS. Quizá debo decir que los textos seleccionados para esta sección de la revista lo son porque tienen que ver con mi manera de pensar y con la intención que me lleva editar ESKLEPSIS. Quizá ya lo dije en el número anterior.

Pocas veces encontraré palabras y frases enteras, como estas de Montaigne, que pueda hacer mías, en sucesivos Pórticos. Dada esta semejanza inaudita y feliz, no añadiré nada a lo que dice Montaigne, porque he preferido que él tomara la palabra y lo dijera mejor.

Vuelvo pues a dejar hablar a Montaigne, transcribiendo el “Al lector que el propio Montaigne colocó en el inicio de sus Ensayos:

AL LECTOR:
Es este un libro de buena fe, lector. De entrada te advierte que con él no me he propuesto más fin que el doméstico o privado. En él no he tenido en cuenta ni el servicio a ti, ni mi gloria. No son capaces mis fuerzas de tales designios. Lo he dedicado al particular solaz de parientes y amigos: a fin de que una vez me hayan perdido (lo que muy pronto sucederá), puedan hallar en él algunos rasgos de mi condición y humor, y así, alimenten más completo y vivo, el conocimiento que han tenido de mi persona. Si lo hubiera escrito para conseguir el favor del mundo, me habría engalanado mejor y me mostraría en actitud más estudiada. Quiero que en él me vean con mis maneras sencillas, naturales y ordinarias, sin disimulo ni artificio: pues me pinto a mí mismo. Aquí podrán leerse mis defectos crudamente y mi forma de ser innata, en la medida en que el respeto público me lo ha permitido. Que si yo hubiera estado en esas naciones de las que se dice viven todavía en la dulce libertad de las primeras leyes de la naturaleza, te aseguro que gustosamente me habría pintado por entero, y desnudo. Así, lector, yo mismo soy la materia de mi libro: no hay razón para que ocupes tu ocio en tema tan frívolo y vano. Adiós, pues, de Montaigne, a uno de marzo de mil quinientos ochenta.

 

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Para saber qué era  Esklepsis y ver el contenido de los cinco números: ¿Qué es Esklepsis?

[El número 2 de Esklepsis 2 fue publicado en 1995]

 

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