Sobre dogmatismo, bluejeans y Coca-Cola

«Tras aquella discusión que mantuvimos durante casi dos años acerca del fondo y la forma, parece que ahora [1985] nos vamos a embarcar en otra no menos larga en torno al nacionalismo en sus diferentes variantes. Ambas tienen en común el que nuestras ideas coinciden casi por completo –quizá sea también un problema de fondo y forma-. Ambos estamos de acuerdo en que el patriotismo, los homenajes a la bandera, etcétera, son cosas detestables. Lo fascinante de esta nueva disputa epistolar es discutir esos pequeños detalles que nos separan de una manera u otra. Yo –no sé si lo sabes- en ocasiones me muestro en exceso tajante en mis juicios, por no decir dogmático; pero, como he escrito en una especie de reflexión hace unas horas, normalmente utilizo ese dogmatismo para dar más interés a las conversaciones, no importándome en el transcurso de las mismas ir variando mis postulados bajo el peso de los razonamientos de mis antagonistas. No es esto, en mi opinión, un signo de inseguridad en mis convicciones, ni de volubilidad: yo diría que puedo estar dogmático, pero que no soy dogmático (utilizando ese matiz de nuestro idioma del que carece el inglés).

Mientras escribo esta carta, bebo de vez en cuando –once in a while- Coca Cola y llevo puestos siempre[1] unos tejanos. No ignoras que siempre –ahora entendido como desde que tuve uso de razón hasta ahora- he dicho que no me gustaban los tejanos y menos aún la Coca Cola. He sido, además, muy dogmático en este punto, considerando estos productos (casualmente americanos ambos) prácticamente como creación de Satanás; algo parecido a lo que hace en los últimos días toda nuestra flora y fauna intelectual ante la perspectiva de que se instale Disneylandia en Alicante…

high-TimesPues bien, ahora bebo Coca-Cola muy a menudo y llevo tejanos con bastante frecuencia. ¿Por qué? Bien, considero, como Warhol (lo he leído en un  Hight Times de hace varios años) que la Coca-Cola es la bebida más estimulante que conozco –muy por encima del café o el té-, a pesar de que ya no contenga cocaína.

Además, lo cierto es que siempre me gustó mucho el jarabe de zarza, que es como la Coca-Cola pero menos estimulante y sin burbujas. Lo que más me desagradaba de la Coca –Cola eran precisamente las burbujas, y como aún no me he acostumbrado a ellas, suelo dejar la botella abierta o meter una servilleta en el vaso (al sacarla se lleva con ella casi todo el gas)[2].

En cuanto a los tejanos, supongo que ahora me gustan porque un amigo alemán me dejó unos cortados en Italia y que no se venden aquí. Me pareció que me quedaban bien, que me hacían más joven –supongo debido a que siempre he vestido con pantalones de traje desde los 17 o 18- y porque a la gente –y a mí mismo- parece gustarle ese cambio de imagen[3]. Sucede también que a mi edad ya no se puede vestir de traje, a no ser que sea muy bonito, sin peligro de parecerse a un ejecutivo o a un camarero.

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Con Lennard, el amigo alemán

Sirva esta introducción para dejar claro que en la presente disputa, o en cualquier otra, a veces puedo excederme o equivocarme sin querer, incluso decir algo que no pienso. “Pienso lo que digo” no es lo mismo que “Digo lo que pienso” –como recuerda el Sombrerero Loco a Alicia-, ni “Respiro cuando duermo” lo  mismo que “Duermo cuando respiro” –añade la Liebre de Marzo. Sucede simplemente  que nos servimos de los argumentos y del idioma para expresar nuestras ideas, pero el idioma y los argumentos acaban cobrando más importancia que las ideas y nos llevan al error sin nosotros quererlo. Por ello, es necesario ser muy cuidadoso al construir un razonamiento y aceptar las matizaciones del antagonista, quien fácilmente puede observar los errores en un razonamiento ajeno (y por tanto, en el que no está directamente implicado).»

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Junto a la piscina Estela de Madrid, tal vez con los tejanos que me regaló Lennard

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  [Fragmento de una carta a mi padre, Iván Tubau,  del 25 de septiembre de 1985]


[1] Entendiendo “siempre” como el periodo de tiempo que va desde hace unas horas hasta el momento en que me vaya a la cama, pasando por el instante actual; es decir “siempre” –y no “de vez en cuando”-, puesto que no me los quito y me los pongo mientras te escribo.

[2] [Una servilleta de papel, no de tela]

[3] Supongo que no ignoras que me gusta gustar.

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