Sinleke Unumi, uno de los primeros escritores

 

La Epopeya de Gilgamesh es una de las primeras muestras de escritura que puede recibir el nombre de literatura, porque es la primera con una ambición narrativa obvia. No se limita a contar las hazañas de los dioses con un propósito religioso, ni las batallas de los reyes para elogiar su gloria, sino que parece esconder también un propósito artístico. No sabemos quién escribió este relato por primera vez, pero sí conocemos los nombres de algunos de los que la copiaron siglo tras siglo en diversas lenguas, como Sinleke Unumi, autor de la versión ninivita, la más apreciada. Nínive era una ciudad de Asiria y, por lo tanto, Sinleke Unumi, el primer autor literario conocido, era asirio.

Al leer las aventuras de Gilgamesh, rey de la ciudad de Uruk,  y de su compañero, el hombre bestia Enkidu, podemos preguntarnos las mismas cosas que  nos preguntamos al leer la Ilíada y la Odisea, las dos obras atribuidas a Homero. Del mismo modo que nos preguntamos si Homero conoció la escritura, podemos preguntarnos ¿conocía Sinleke Unumi la escritura?

La respuesta a la primera pregunta es difícil. Muchos expertos opinan que Homero era analfabeto, un poeta ciego, cuyos cantos alguien transcribió. En el caso de Sinleke Unumi, sin embargo, hay que suponer que conocía muy bien la escritura, a pesar de haber vivido probablemente 2000 años antes que Homero. ¿Y por qué lo digo con tanta seguridad? Porque es en la propia Epopeya de Gilgamesh donde se menciona la escritura de manera explícita en sus primeros versos:

«Voy a presentar al mundo
a Aquel que todo lo ha visto
que ha conocido la tierra entera
comprendido todas las cosas
y explorado alrededor
de todo lo que está oculto.

 

Excelente en sabiduría
todo lo abarcó con la mirada
contempló los secretos
descubrió los misterios
y nos ha contado incluso
el tiempo antes del Diluvio.

 

De vuelta de su lejano viaje
agotado pero apaciguado
grabó sobre una estela
todos sus trabajos.

Como se ve, quien nos transmite el poema no se atribuye el mérito de haberlo escrito, sino que afirma que el verdadero autor es el  protagonista de las aventuras, el rey Gilgamesh de Uruk. Para confirmar que se dispone a transcribir los textos escritos por el legendario rey sabio (2el que todo lo ha visto»), el escriba nos dice un poco más adelante:

«Ve ahora a buscar
el cofrecillo de cobre
manipula en él
el anillo de bronce
Abre en él
el pomo del secreto
y extrae la tablilla de lazulita
para descifrar
cómo Gilgamesh
superó tantas pruebas.»

Esta manera de iniciar el relato es la misma que emplea Cervantes cuando dice en el Quijote que las aventuras del caballero manchego fueron escritas no por Alonso Quijano en persona pero sí por Cide Hamete Benengelí. Algunos han intentado identificar este nombre con Cide Hamete Bejarano, y también se sabe que había ciertos personajes en La Mancha que se vestían con viejas armaduras y se lanzaban a aventuras a la usanza de la antigua caballería. Tal vez Cervantes se inspiró en crónicas y atestados de la época como lo hizo Stendhal con sus deliciosas Crónicas italianas.

Regresemos a la Epopeya de Gigamesh.

Parece claro, como hemos visto, que existía un antiguo relato escrito en ese mineral de nombre tan hermoso como su color, lapislázuli o lazulita. Persiste, sin embargo, la duda acerca de si esa tablilla contenía todo el relato o si se trataba tan sólo de la clave que permitía descifrar el lenguaje de otras tablillas. Al parecer, el antiguo sumerio ya no se hablaba en esa época, pero ciertos escribas acadios, asirios o babilonios conservaban el secreto de su lectura.

Son dudas que se deben, sin duda, a mi ignorancia de la lengua del poema, que en este caso era el acadio, o a la ambigüedad del traductor, en este caso Jean Bottéro, al escribir “Extrae la tablilla de lazulita para descifrar…” Conviene, pues, consultar otras traducciones, como la de Joaquín Sanmartín,  realizada a partir de los textos acadios recopilados por Andrew George. Combino aquí la traducción de Sanmartín con la del propio George, para resolver algún pasaje dudoso:

«Encuentra el cofre de cobre,
descorre sus cerrojos de bronce,
levanta la tapa misteriosa
alza la tablilla de lapislázuli
y lee en voz alta
los trabajos de Gilgamesh
y como él los superó.»

Aquí la idea de que la tablilla de lapislázuli es una especie de contraclave que serviría para descifrar otro texto se disuelve, y con ella la sugerente posibilidad de que nos encontremos ante el primer lenguaje secreto de la humanidad. Sin embargo, no hay que olvidar que el lenguaje cuneiforme precisaba siempre de un cierto desciframiento, al componerse de 600 signos diferentes, cada uno de ellos con muy diversas interpretaciones, como señala Julian Jaynes:

“Muchos de esos signos eran ideográficos, pero el mismo signo podía representar una sílaba, una idea, un nombre o una palabra con diversos significados según la clase a la que perteneciera, clase que solía ser señalada por una marca. Sólo por el contexto se podía entender el significado”.

Jaynes pone el ejemplo del signo, que cuando se pronuncia como samsu significa sol, pero que cuando se pronuncia como ūmu es día, y cuando pisu es blanco, pero que también sirve para las sílabas ud, tu, tam, pir, lah, y his, por lo que las dificultades para interpretarlo “eran incluso grandes en su momento”. A quienes conozcan un poco la lengua china, les sonará esta característica del sumerio, con la diferencia de que en chino hay más de 50.000 caracteres, aunque basta con 2000 para hablarlo y escribirlo. Por otra parte, si recordamos que los bibliotecarios del año -600 leían los textos del -2700, es inevitable pensar que ellos también descifraban lo que habían escrito sus antepasados, incluso aunque estuviera escrito en el mismo idioma.

Escriba

En cualquier caso, es a partir del momento en el que se extrae del cofre y se lee la tablilla de lapislázuli cuando Sinleke Unumi trascribe el relato del propio rey Gilgamesh. A partir de ese momento el relato coincide con lo que se conoce  como la versión antigua del poema, aunque de tanto en tanto se encontrarán muchas interpolaciones que hacen diferente y único el relato de Sinleke.

Pero, ¿por qué hablo de un autor, de Sinleke Unumi, con tanta seguridad? ¿Por qué atribuirle, no el poema de Gilgamesh pero sí al menos su versión más elogiada, no ya por nosotros, sino por los bibliotecarios de la Biblioteca de Asurbanipal, que los arqueólogos encontraron en Nínive?

Lo hago porque en un catálogo encontrado en esa asombrosa biblioteca se atribuye la serie de Gilgamesh (las doce tablillas que comprende el poema) a Sinleke Unumi. Los bibliotecarios escriben el catálogo hacia  el año -600 y sitúan a Sinleke hacia el -2700, así que las sospechas acerca de su fiabilidad con muchas, pues son tantos años los que les separan de Sinleke como los que nos separan  a nosotros de ellos, de Asurbanipal o de Homero. Los bibliotecarios dicen que Sinleke era un exorcista y lo sitúan en la época posterior al Diluvio, por lo que sería contemporáneo del propio Gilgamesh.

Como se ve, en la Epopeya de Gilgamesh la escritura está siempre presente. Se habla de un relato escrito y de una transcripción de ese relato, más que de un canto, como parece suceder en los textos considerados homéricos, en los que apenas hay alguna mención a la escritura y además es dudosa (ver ¿Conocía Homero la escritura?).


[Escrito en 2014. Revisado en 2019]

En cuanto a si Sinleke es el primer autor de la humanidad o si Homero habla de sí mismo en sus obras, esas son otras historias, que cuento en ¿Habla Homero de sí mismo en sus obras? y en El primer autor de la historia es una mujer.

Toda la mitología

LA EPOPEYA DE GILGAMESH

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