¿Habla Homero de sí mismo en sus obras?
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Homero no habla de sí mismo en sus dos grandes obras, la Ilíada y la Odisea, aunque algunos han pensado que podría ser el cantor Demódoco, que aparece en la corte de los feacios en la Odisea, como veremos más adelante.

Pero tal vez sí que habla de sí mismo en los Himnos homéricos, que no hace falta decir que suelen atribuirse también a Homero. En el Himno a Apolo, el poeta dice a las doncellas de Delos, sacerdotisas del dios:

«Mas, ea -y Apolo y Ártemis nos sean propicios-, salud a todas vosotras. Y en adelante, acordaos de mí cuando alguno de los hombres terrestres venga como huésped infortunado y os pregunte: «¡Oh doncellas! ¿Cuál es para vosotras el más agradable de los aedos y con cuál os deleitáis más?» Respondedle enseguida, hablándole de mí: «Un varón ciego, que habita en la escabrosa Quíos. Todos sus cantos prevalecerán en lo futuro». Y nosotros llevaremos vuestra fama sobre cuanta tierra recorramos, al dar la vuelta por las ciudades populosas de los hombres; y éstos lo creerán porque es verdad.”

Este aedo, cantor o recitador, de Quíos sería Homero. De aquí procederían dos leyendas acerca de Homero: que era ciego y que su patria era la isla de Quíos. No todos estaban de acuerdo en la antigüedad y muchas ciudades presumieron de ser la patria del célebre cantor, incluso se llegó a defender que era de Ítaca, lo que explicaría quizá el hecho de dedicar un libro entero al soberano de una pequeña isla sin importancia, Ulises. En ese magnífico trabajo de erudición homérica que es Introducció a la Ilíada, Jaume Pòrtulas nos alerta de la primera cita literal de la Ilíada, que se atribuye a Simónides de Amorgos o a Simónides de Ceos:

«Aquesta és la cosa més bella de l’home de Quios:

com la generació de les fulles, és igual la dels homes»

(«Esta es la cosa más bella del hombre de Quíos:

como la generación de las hojas, así es la de los hombres».[ref]Jaume Pòrtulas, Introducció a la Ilíada.«[/ref]

El pasaje al que alude Simónides se encuentra en el Canto VI de la Ilíada y es extraordinariamente interesante por diversos motivos, en los que no me detendré. Solo mencionaré que es en este pasaje donde se encuentra la única mención explícita de Homero a la escritura, cuando Glauco cuenta a Diomedes cuál es su linaje. Recuerda entonces la historia de Belerofonte, al que el rey Preto de Argos envió a Licia (en Asia Menor, la actual Turquía) llevando una tablilla con «unos lúgubres signos, un sinnúmero de señales portadoras de muerte que había grabado en una tablilla plegada». ¿En qué idioma estaban grabados estos signos? ¿Licio? ¿Micénico tal vez, es decir, lineal B? Otra pregunta interesante es si los Himnos homéricos fueron escritos por Homero. Pero, para intentar responder a estas preguntas, escribiré otras homéricas.

Ahora es tiempo de regresar a la metáfora de las hojas y el linaje de los seres humanos:

«¿Por qué preguntas por mi linaje? Como el linaje de las hojas, así es también es el de los hombres; las hojas, unas las esparce el viento por la tierra, pero otras la exuberante foresta las hace nacer con la llegada de la estación de la primavera; del mismo modo, de entre el linaje de los hombres, uno nace y otro perece».[ref]Ilíada, en traducción de Óscar Martínez García[/ref]

Si nos olvidamos ahora del hombre de Quíos durante unas líneas, podemos visitar la corte del rey Alcinoo para conocer a Demódoco, que es también un cantor o aedo ciego, que aparece cuando Ulises llega a la isla de los feacios. En un momento del banquete, celebrado en honor al misterioso náufrago, el rey Alcinoo hace llamar a Demódoco para que deleite con sus cantos al extranjero:

«Que alguien vaya a llevar a Demódoco la sonora cítara que yace en algún lugar de nuestro palacio».

Todo se prepara para el canto, como si estuviéramos ante una nueva competición, pues Ulises acaba de vencer a varios feacios en pruebas atléticas, y el aedo se dirige al centro de la pista:

«Se levantó un heraldo para llevar la curvada cítara de la habitación del rey. También se levantaron árbitros elegidos, nueve en total, los que organizaban bien cada cosa en los concursos, allanaron el piso y ensancharon la hermosa pista. Se acercó el heraldo trayendo la sonora cítara a Demódoco y éste enseguida salió al centro. A su alrededor se colocaron unos jóvenes adolescentes conocedores de la danza, y batían la divina pista con los pies. Odiseo contemplaba el brillo de sus pies y quedó admirado en su ánimo».

Es este uno de los momentos más deliciosos de las aventuras de Ulises en la corte de los feacios, un pueblo amante de la música, el baile y todo tipo de competiciones, amable con los extranjeros, de hábiles navegantes y de vida pacífica. Quizá sea una de las primeras utopías que no se pinta con los colores de una sociedad represiva, pues como dijo alguien que ahora no recuerdo, en las utopías nunca falta un cuerpo de policía, ya desde los guardianes de la República de Platón.

Se ha especulado mucho acerca de la localización de los feacios. Suele darse por seguro que no existieron y que es una utopía imaginada por Homero Pero otros los sitúan en la Magna Grecia (Italia), otros en el Mar Negro o el Ponto Euxino, algunos más allá de las columnas de Hércules (Gibraltar), quizá en España, o incluso en Gran Bretaña. Si la tradición que sitúa a Homero en Quíos fuese cierta y si Demódoco es el propio Homero, lo más sensato sería pensar que la tierra de los feacios es precisamente Quíos. No recuerdo en este momento si los expertos consideran esta posibilidad. Otra, que me parece muy interesante, es que los feacios fueran fenicios o bien (o también) filisteos, ese pueblo tan despreciado, en especial porque se convirtieron en los rivales de los hebreos, como cuenta la historia del filisteo Goliat.

El canto que entona Demódoco está dedicado a los amores incestuosos del dios de la guerra y la diosa del amor:

«Y Demódoco, acompañándose de la cítara, rompió a cantar bellamente sobre los amores de Ares y de la de linda corona, Afrodita: cómo se unieron por primera vez a ocultas en el palacio de Hefesto».

Homero reproduce la historia completa de los amores de los dioses, de cómo engañaron a Hefesto, marido de Afrodita, y de cómo él les tendió una trampa, atrapándolos en una red y avergonzándolos delante de todos los dioses. Después, ya en el banquete, Ulises hace un regalo al cantor, en una escena en la que Homero parece decir a sus oyentes: «Tomad nota: así es como debéis premiarme a mí por mis cantos»:

Entonces se dirigió al heraldo el muy inteligente Odiseo, mientras cortaba el lomo, pues aún sobraba mucho, de un albidente cerdo (y alrededor había abundante grasa): «Heraldo, van acá, entrega esta carne a Demódoco para que lo coma, que yo le mostraré cordialidad por triste que esté. Pues entre todos los hombres terrenos los aedos participan de la honra y del respeto, porque Musa les ha enseñado el canto y ama a la raza de los aedos».

Poco después, terminado ya el banquete y saciadas el hambre y la sed, Homero vuelve a ofrecernos una pieza de metalenguaje, cuando Ulises, todavía de incógnito, pide a Demódoco que entone el canto de la toma de Troya, pero centrándose en la estratagema del caballo de madera y otras aventuras del ilustre Odiseo, es decir, que le cante a él. También lanza Ulises la sugerencia de que Demódoco (¿debemos entender Homero?) ha estado en Troya o ha escuchado la historia de labios de alguien que presenció aquellos acontecimientos:

«Con mucha belleza cantas el destino de los aqueos cuánto hicieron y sufrieron y cuánto soportaron, ¡como si tú mismo lo hubieras presenciado o lo hubieras escuchado de otro allí presente!»

Demódoco inicia entonces un canto debemos suponer extenso, pues es, si no la Ilíada sí una buena parte de ella, y cuenta las hazañas y desventuras de Ulises. El héroe, al escuchar el relato, no puede contener la emoción:

«Esto es lo que cantaba el insigne aedo, y Odiseo se derretía: el llanto empapaba sus mejillas deslizándose de sus párpados».

Dejemos aquí a Ulises en su llanto incontenible y dejemos aquí al divino cantor Demódoco. Volveremos a encontrarlos en otros capítulos de estas Homéricas.

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Tola la mitología: Numen

HOMÉRICAS

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3 Comments

  • Marcos

    Caray, qué entrada más sugerente y bien escrita. La cuestión es interesante. Aunque no existiera un «homero», sino los
    «homéridas», es decir, unos rapsodas que iban enriqueciendo el poema, alguien debió de transcribirlo por primera vez. ¿No sintió la tentación de incluirse clandestinamente, tal y como hacían los artistas del renacimiento en algunos cuadros? ¿Pudiera ser que alguno de los feroces héroes fuera homero? Quizás desde nuestra perspectiva actual nos parece reñida la pluma y la espada… pero bueno, Sócrates fue un guerrero tremendo, al parecer…

  • danieltubau

    No había pensado en la posibilidad de que Homero se retratara en uno de los héroes, pero lo pensaré y a lo mejor le dedicaré una de las 900 homéricas, si es que queda alguna libre todavía, o bien lo trataré en «¿Quién era Homero?». De los homéridas, por supuesto, sí que se hablara.

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