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Sabios ignorantes y felices, de Daniel Tubau
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Recuerdos de Alejandro Magno en la India

El libro más célebre de los muchos que cuentan las hazañas de Alejandro Magno se atribuye a un historiador sobrino de Aristóteles: Calístenes.

Calístenes estuvo allí, en la India, y lo vio y lo escuchó casi todo. Es seguro también que Onesícrito le contó con todo detalle su encuentro con los gimnosofistas, y tal vez el propio Calístenes se entrevistó con ellos, pues Alejandro y los suyos permanecieron en Taxila tres años. Sería insólito que no hubiera mantenido conversaciones con Calano.

Por desgracia, la Vida de Alejandro de Calístenes, añade una palabra que niega su autoría: Pseudo. Se trata de un pseudo Calístenes. Lamentablemente, es seguro que esa Vida de Alejandro no fue escrita hacia el 300 antes de nuestra era, sino por un autor que vivió más de quinientos años después de los acontecimientos narrados.

Además, como nos advierte Carlos García Gual, el autor tiene un estilo mediocre, comete numerosos errores históricos, mezcla fuentes muy diversas de manera acrítica y demuestra un «escaso alcance intelectual». A pesar de ello, su casi fábula acerca de Alejandro Magno fue el libro más traducido durante siglos, sólo superado por la Biblia. La enumeración de versiones que ofrece García Gual resulta asombrosa: armenio, georgiano, persa, sirio, árabe, turco, etíope, copto, hebreo… Además, el libro llegó a la India, a Java, a las islas Célebes, y fue la influencia más importante en la gran épica persa, el Shahnameh o Libro de los reyes, escrita en el siglo X y que convirtió durante siglos a Alejandro o Sikander en el héroe nacional persa hasta que, a comienzos del siglo XX, se recuperó el recuerdo de Ciro, Jerjes y de aquel rey Darío II, que fue vencido por Alejandro.

Posteriormente, la Vida de Alejandro se tradujo al serbio, al búlgaro, al ruso, al latín y a las lenguas europeas: «francés, alemán, español, italiano, inglés, sueco, danés, checo, polaco y húngaro» .

A pesar de la falsedad y de los aspectos novelescos del Pseudo Calístenes, la obra nos interesa, ya que parece contener el recuerdo deformado de textos anteriores, como demostró la formidable erudición alemana a partir de la primera edición crítica de la obra, que llevó a cabo Karl Müller en 1846. Entre las fuentes perdidas que pudo emplear el Pseudo Calístenes, se detectan:

  • Un relato histórico de la época helenística, que era tal vez una biografía de Alejandro.
  • «Una colección de cartas en forma de novela epistolar», que era un género popular, y cuya existencia quedó demostrada por dos papiros, uno de ellos del siglo I antes de nuestra era.
  • Cartas ficticias de Alejandro a su tutor Aristóteles y a su madre Olimpíade, en las que les cuenta las maravillas que descubre en los lugares que va conquistando.
  • Leyendas acerca del faraón egipcio Nectanebo y la reina Candace.
  • Un escrito acerca de los últimos días de Alejandro.
  • Y lo que nos interesa de manera especial: un texto en el que se cuenta un coloquio de Alejandro con los gimnosofistas.

Además de la Vida y hazañas de Alejandro del Pseudo Calístenes y los fragmentos de quienes viajaron en la expedición, contamos con la biografía de Alejandro que Plutarco escribió hacia el siglo II en sus Vidas paralelas, así como con la Vida de Alejandro del romano Quinto Curcio Rufo; la Anábasis de Alejandro Magno, de Arriano, y una Epístola de Alejandro a su maestro Aristóteles. Filóstrato también nos habla de los gimnosofistas, aunque los sitúa en Egipto, y de los magos, a los que considera babilonios en vez de persas, en su Vida de Apolonio de Tiana.

Otros autores, como Diodoro o Estrabón, transmiten informaciones que podrían proceder de los primeros cronistas, como Onesícrito, Nearco o Aristóbulo que acompañaron a Alejandro, además del embajador Megástenes, ya en época del imperio de Chandragupta y sus sucesores. Historiadores anteriores a la expedición de Alejandro, como Ctesías o Heródoto nos ayudarán en esta búsqueda detectivesca tras la identidad de aquellos gimnosofistas y otros misteriosos sabios indios que, tal vez, influyeron en el que muchos consideran el primer escéptico griego, Pirrón.


Carlos García Gual.

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