No lugares en 2011

Aeropuerto de Dubai

Hace unos años, cuando escribí acerca de los no lugares (ver Escrito en el cielo y en ningún lugar), creo que no señalé un hecho que ahora me parece llamativo, al menos en los aeropuertos.

Aquí, en el aeropuerto de Dubai, veo a personas procedentes de todo el planeta: africanos de países como Nigeria, Senegal, Egipto o Marruecos, chinos, japoneses, europeos, estadounidenses, mexicanos, árabes… Cada uno va a su aire, unos vestidos con ropas regionales o étnicas, otros con el traje tradicional de las sociedades desarrolladas (chaqueta y corbata). Todos nos cruzamos y nos miramos, con esa mirada de aeropuerto, a medias indolente y a medias curiosa, y todos nos comportamos de manera distendida, porque todos sabemos que somos privilegiados, porque este no-lugar que es un aeropuerto internacional no está abierto a cualquiera; hace falta, como decía Marc Augé pagar una entrada, que en este caso es muy cara: el pasaje del avión. Así que aunque uno esté huyendo de la miseria, buscando una vida mejor en otro país, ahora, este momento de tránsito en el aeropuerto puede ser vivido sin más angustia que la de despistarse y perder el vuelo.

En cualquier caso, y eso es lo que me interesaba señalar, en la relación efímera que se establece entre todos los que compartimos los espacios comunes del aeropuerto, hay poca o ninguna agresividad, a pesar de que muchas de estas personas que caminan (que caminamos) enfundados en nuestros trajes étnicos, si se cruzaran en las calles de una ciudad cualquiera en muchos casos se mirarían al menos con desconfianza, sino con desprecio mejor o peor disimulado, e incluso con miedo.

Esta convivencia en los aeropuertos esconde sin duda alguna lección, tal vez relacionada con la no territorialidad, con la suspensión o la atenuación de la identidad. Muestra en la práctica, en la vivencia inmediata, un cierto cosmopolitismo, aunque sea transitorio. Tal vez los aeropuertos internacionales sean también el limitado y modesto anticipo de un mundo postnacional, que por pertenecer a todos no pertenezca a ninguno.

También muestra, creo, que los seres humanos somos capaces de aceptar reglas de juego distintas a las que aplicamos en nuestra vida cotidiana y que quizá el error es no aplicar estas reglas, las reglas cosmopolitas del aeropuerto, en nuestra vida llena de nacionalismos e identidades grupales.

 


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[Escrito el 5 de diciembre de 2011]

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