
Hace unas semanas, en una noche deliciosa, Marcos me decía que prefería al Daniel de antes, combativo y polémico y no a este tan educado y contemporizador.
La verdad es que yo prefiero a éste, aunque me veo tan polémico como siempre , pero quizá sí más contemporizador y suave. Mi ardor polémico no ha disminuido, sino que se ha modificado. En su momento, pero esto ya sucedió mucho antes de la época recordada por Marcos, ya hubo un primer cambio, cuando me di cuenta de que me gustaba polemizar pero ahora casi siempre diciendo cosas qué pensaba de verdad y en las que creía. En el colegio de Barcelona, cuando tenía unos doce años, recuerdo que con mis amigos Oli Petteri y Ricard Mas nos gustaba polemizar con los creyentes (a los doce años o así).
Después, en Madrid, me junté mucho tiempo con Pablo Arnau e íbamos discutiendo con todo el mundo fuera de lo que fuera. Mi madre y mi hermana decían que estaba dominado por el demonio de la contradicción y yo me identificaba con todos los polemistas y especialmente con el Adolphe de Benjamín Constant.
Si alguien decía negro, decía mi familia, tú dices blanco, y si alguien dice blanco, tu dices negro. Seguramente era verdad, pero yo me defendía diciendo que lo que yo discutía no era “negro o blanco, sino la manera de decir negro o la manera de decir blanco. En realidad, sigo haciendo lo mismo y la mayoría de las veces no discuto una cuestión concreta y exacta, sino la manera de encarar esa cuestión.
Deja una respuesta