Los libros que queremos leer y el Cardenio
Shakespeare y Cervantes /3
En Cardenio, ¿la obra perdida de Shakespeare? he hablado del Cardenio un libro que tendría la virtud de unir a Cervantes y Shakespeare de una manera más estrecha que la casualidad, quizá falsa, que asegura que ambos murieron el mismo día del mismo año.
Hay certeza de que una obra llamada Cardenio se escribió y representó en tiempos de Shakespeare y que le fue atribuida, en colaboración con John Fletcher. Sin embargo, como conté en El Shakespeare cervantino, el texto se perdió hasta que Lewis Theobald aseguró haberlo encontrado y lo publicó con el título Doble falsedad, que hace poco ha sido por fin considerado como obra de Shakespeare y Fletcher y publicado este mismo año (2010) por la shakesperiana editorial Arden.
Sin embargo, ya en 2007, la editorial española Rey Lear publicó ese libro de tema cervantino atribuido a Shakespeare, y además con su título original, Historia de Cardenio. La edición fue preparada por el erudito inglés Charles David Ley, quien, por cierto, ya había publicado el libro, aunque en otra editorial, ¡en 1987!
Da la impresión de que la historia de la Historia de Cardenio en España es tan interesante y rocambolesca como la de las diversas pesquisas llevadas a cabo en Inglaterra, pero no tengo datos suficientes para afirmarlo.
Borges aventuraba la hipótesis de que un clásico es:
“Aquel libro que una nación o un grupo de naciones o el largo tiempo han decidido leer como si en sus páginas todo fuera deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin término.”
Borges se refería a los libros, pero podemos aplicar la definición a los autores de esos libros y considerar que Shakespeare es un clásico, el más clásico de todos los clásicos. Es por ello que las interpretaciones de la obra de Shakespeare no acaban nunca. Siempre hay algo nuevo que encontrar en ellas, cualquier detalle cobra una importancia a veces desmesurada y parece relacionarse con todo el universo, al menos con el modesto pero también inabarcable universo de la literatura.
Otra frase célebre define el arte como aquello que miramos con atención. Cuando leemos una obra escrita por Shakespeare siempre la miramos con más atención, que la que dedicamos a dramaturgos coetáneos, como Ben Jonson, John Ford o el propio John Fletcher. Es probable que si observáramos a muchos de estos autores con la meticulosidad que concedemos a Shakespeare, descubriríamos muchos pasajes asombrosos en sus obras.
La conclusión, quizá no muy agradable, es que los clásicos a veces son sobreinterpretados y sobrevalorados, que algunos pasajes de Shakespeare que nos parecen esenciales en la mecánica del universo literario tal vez son sólo accidentales y que a veces hemos puesto más nosotros al interpretarlo que Shakespeare al escribirlo.
Una disposición positiva hacia un autor favorece encontrar en él diversas bellezas, como sucedió con los poemas de Ossian, tan elogiados mientras se consideraron el testimonio de unos tiempos heroicos, y tan olvidados cuando se supo que eran el fraude urdido por un poeta moderno llamado McPherson.
En definitiva, nuestros prejuicios condicionan nuestra lectura, nuestros gustos determinan en gran parte nuestras observaciones y, como decía un francés, nuestras razones son las esclavas de nuestras pasiones.
Lo anterior es bastante cierto, pero a veces la realidad se encarga de refutar nuestras teorías: he de confesar que, pese a mi atenta búsqueda y entusiasmo, no he logrado encontrar en Historia de Cardenio nada comparable a lo que encuentro en otras obras de Shakespeare, incluso en obras menores como Los dos hidalgos de Verona (que también escribió en colaboración con Fletcher).
Tal vez, si forzara un poco las cosas, podría encontrar algún rasgo shakesperiano, pero entonces estaría cayendo en aquello que Umberto Eco llamaba sobreinterpretación, que no es muy diferente de encontrar el número pi en una pirámide; algo tan improbable como encontrar a Montaigne citado en un libro de Plutarco, o al Dante en La Eneída de Virgilio.
En Historia de Cardenio los diálogos se suceden con cierta soltura narrativa, pero sin mayor interés, a menudo repitiendo cosas que ya han sido explicadas, y otras veces no explicando algo que resulta confuso. Aquí y allá se descubren comparaciones insípidas y diálogos triviales. Tan sólo en ciertos pasajes se adivina algo que podría sonar un poco shakesperiano, pero que se ha desinflado en el camino, ya sea en la reescritura de Theobald o en la traducción al español de David Ley. Por ejemplo:
“DON BERNARDO: No es burla mi buen Camilo, aunque en los tratos amorosos ya sabes que hay abundancia de mudanzas en media hora. El tiempo, el tiempo, vecino, hace jugadas con todos nosotros.”
Tras esta alusión al tiempo, parece esconderse una ambición mayor, pero se echa a faltar algo más concreto, como que el tiempo juega con nosotros mientras jugamos a perderlo, o mientras perdemos el tiempo jugando. Pero la misma expresión elegida, “Hace jugadas con nosotros”, es feísima.
Un poco más adelante descubrimos el inicio de una burla que si podría haber sido escrita por Shakespeare:
“El tiempo, Señor! ¿Qué me dices del tiempo? Vamos, ya veo cómo son las cosas. Un poco de tiempo puede agarrarle a un hombre por la nuca y sacudirle el honor.”
Otro diálogo destaca un poco por la viveza y el ingenio de la réplica de Luscinda:
“FERNANDO: El mérito de mi más tierno afecto ha de borrar a Cardenio, hombre de baja estirpe, de tu mente preclara.
LUSCINDA: Ella se mancharía si siguiese tus consejos corrompidos.
FERNANDO: Mudarás.
LUSCINDA: ¿Para qué quieres esposa tan mudable?”
Cardenio y Dorotea
Pero lo mejor es, sin ninguna duda, este hermoso poema, que tan español parece:
“DOROTEA:
¿Quién menoscaba mis bienes?
Desdenes
Y ¿quién aumenta mis duelos?
Los celos.
Y ¿quién prueba mi paciencia?
Ausencia.
De este modo, en mi dolencia
ningún remedio se alcanza,
pues me matan la esperanza,
desdenes, celos y ausencia.
Y no es extraño que parezca español, puesto que una consulta a los capítulos deDon Quijote dedicados a la historia de Cardenio nos revela que el poema ya estaba allí. ¿Es que Fletcher y Shakespeare lo tradujeron al inglés y después quienes lo retradujeron al español escogieron, siguiendo el ejemplo del borgiano Pierre Menard , las palabras exactas que cinco siglos antes había escrito Cervantes?
La respuesta de David Ley es más compleja que convincente:
“En cierto momento se oye a Dorotea, fuera de escena, cantar una estrofa, cuyo estilo me parece claramente que no es ni de Shakespeare ni de Fletcher, sino de un autor de cien años después, por lo tanto, supongo yo, de Theobald. Así que he sustituido esta canción por otra sacada de El Quijote, cantado a lo lejos en la Sierra Morena por Cardenio poco antes de aparecer Dorotea, vestida de pastor.”
Curioso procedimiento, que hace cantar a Dorotea la canción que cantaba Cardenio, pero en otra obra y en otro idioma, aunque tal vez en la misma época, la de Cervantes y Shakespeare.
Del mismo modo, David Ley podría haber mejorado bastante el inicio de la Historia de Cardenio si el personaje del Duque le hubiese dicho a su hijo en la primera escena:
“DUQUE:
Hijo mío, en un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…”
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[Publicado en 2008 en Variaciones y de nuevo en 2010 en Divertinajes]
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