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Sabios ignorantes y felices, de Daniel Tubau
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Lectura de El Anticristo de Nietzsche

A veces es necesario cómo se dice, hablar sin conocimiento de causa. Aquel que reflexiona y calla, por temor a equivocarse, no siempre hace bien. Algunas ideas nacen como un fuego que rápidamente se extingue, son un destello que ilumina nuestra mente y que sin poder remediarlo se apaga y difícilmente vuelve a iluminarla.

Cuando queremos conocer todos los datos, mantenemos ese destello y lo engrandecemos, pero cuando no sucede así, cuando nuestros conocimientos son incompletos, guardamos silencio para no meter la pata.

Esto, ya lo he dicho alguna vez, es error, pues esas ideas, qué tal vez si fueron acertadas, se pierden para siempre. Para avanzar en la construcción de nuestro propio pensamiento es necesario equivocarse muchas veces, y además no debemos tener la posibilidad del error.

Si a la luz de nuevos datos descubrimos una idea falsa en nuestras reflexiones pasadas, siempre podremos corregirlas, pero si guardamos silencio temiendo que debido a nuestros errores se nos considera imbéciles, no tendremos nada. No avanzaremos hacia nuestra propia identidad, nacida de mil y una opiniones y reflexiones equivocadas. Temeremos siempre el error, y por querer conocer todo, nunca conoceremos nada.

Entre los griegos se hablaba de una enfermedad, no recuerdo ahora su nombre, qué consistía en un deseo casi enfermizo de aprender y conocer todo lo que pasa delante de nuestros ojos, de aprehender todo aquello que nos llama la atención, lo que sea: geometría, pintura, literatura, filosofía, carreras de caballos, cine, juegos… Todo a la vez. Esta enfermedad, naturalmente, impide casi siempre profundizar lo necesario en un solo tema. Carecemos( quiénes padecemos esta enfermedad) de un conocimiento exhaustivo de cualquier materia, pero, a cambio, sabemos un poco de todo.

Yo, desde siempre, he preferido saber un poco de todo que todo de una cosa, y estoy, además, convencido de que para ser capaz de contemplar el mundo en toda su vastedad y conocer eso que une a todas las cosas, a las carreras de caballos, la filosofía, los indios pieles rojas y el ajedrez, es necesario, no ser completamente ignorante de ninguna materia, en ningún tema.

Es una cosa sabida que en la actualidad las ciencias han llegado a un grado de complejidad que resulta casi imposible ser un experto en varias a la vez; quién desee conocer toda la química deberá dedicarse exclusivamente a la química, sin distraer su atención en otros campos de conocimiento.

Sin embargo existe entre los científicos un gremio que no renuncia a hacer incursiones en terrenos ajenos: los físicos. Y son los físicos en mi opinión,, quiénes poseen una más completa visión del mundo y quiénes, ya de los antiguos griegos, has levantado los sistemas filosóficos más importantes e interesantes. Al físico no le importa hacer filosofía (disfruta mucho al hacerlo). No teme entrar en el terreno de los químicos, sus rivales, y posee un conocimiento bastante completo de la matemática y de la biología. Frecuentemente, además, los físicos son grandes lectores y los mejores escritores entre los científicos.

Regresando a lo anterior, y para ser más concreto, intentaré, como los físicos, hacer comprensible y sencillo todo lo anterior. Por ello, iré directamente al origen de esta disertación: Nietszche.

Leí El Anticristo por primera vez en 1981 y no lo comprendí demasiado bien. Al menos eso creo, por que, desgraciadamente, no seguí mi consejo y no conservo ningún apunte que haga referencia a la lectura original. Tenía entonces 18 años. Vuelvo a El anticristo ahora e inició con su lectura un deber y un placer largamente retrasado: leer la obra completa de Nietzsche.

No sabiendo más que cosas superficiales acerca de Nietzsche, me enfrentó a la lectura como un novato y no ignoro que puedo malinterpretar las palabras del filósofo alemán en esta primera lectura. Es El Anticristo uno de esos libros cuya lectura incita a la polémica interior, qué impulsan a hacer reflexiones contrarias o a favor del autor.

Por ello es mi intención tomar notas, muchas notas, todas las ideas que vayan llegando a mi mente.

La relación entre esto y todo lo anterior es esta: sé que me puedo equivocar, que me voy a equivocar, cuando afirme o niegue los postulados de Nietzsche; pero se también que puedo acertar. Estas ideas que me vayan surgiendo, si no las escribo, seguramente se perderán. Para que eso no ocurra, para poder no solo comprender a Nietzsche, sino para comprenderme a mí mismo, tomo estás notas.

En un momento de su vida, cuando la enfermedad le tenía casi dominado, Nietzsche escribió que las ideas le venían tumultuosas a la cabeza y que, para conservarlas, se veía obligado a escribir rápidamente, sin pulir la expresión, «no con palabras sino con relámpagos».

(Escrito hacia 1986)


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