Las conversaciones de Bioy Casares con Borges

Borges, de Bioy Casares, es un libro excelente para aplicar aquello que decía Girolamo Cardano en Historia de mi vida: es una demostración de que una misma vida puede dar lugar a múltiples biografías. Una única persona, en este caso Borges, puede tener muchos rostros, aunque no estemos del todo seguros de si todos esos rostros o máscaras nos muestran a la persona que está detrás, o si ninguno lo hace. Bioy conoció a Borges más que otras muchas personas que han escrito sobre él, y también escribió mucho sobre él, pero en estas conversaciones Bioy nos muestra un  rostro de Borges que nos decepciona.

He dicho que Bioy conoció más a Borges que otras personas, pero quizá no lo conoció mejor. Cardano decía, si es que la memoria no me engaña y yo ahora me estoy inventando a otro Cardano, que cualquier persona puede seleccionar acontecimientos de una vida, todos ellos verdaderos, y trazar el retrato de un malvado o el de un benefactor de la humanidad. Todo consiste en seleccionar ciertos acontecimientos y descartar otros. La luz de algunos datos biográficos ilumina un rostro satánico; la luz de otros datos, los rasgos de un ángel. Pero todos esos datos biográficos son reales, todos sucedieron.

No hay razones para dudar de lo que nos cuenta Bioy, que al parecer tomaba minuciosas notas tras cada encuentro con Borges, pero si de la proporción. De esas cenas y encuentros con Borges sale un libro de más de mil páginas. Parecen muchas, pero son pocas si tenemos en cuenta que es una amistad de más de cincuenta años, a menudo casi de encuentro diario. Como es obvio. Bioy seleccionó cada día algún fragmento de lo que había hablado con Borges. Sin duda hablaron cada noche de muchas cosas que Bioy no considero interesante conservar en sus diarios, tal vez solo anotó allí lo que por alguna razón le parecía digno de conservarse y descartó los recuerdos más imprecisos.

En definitiva, estos textos conservados para la posteridad son las cosas que Bioy recordó poco después de hablar con Borges. Pero quizá nos revelan más acerca de Bioy y de su memoria selectiva que de Borges.

Encontramos muchísimos pasajes interesantes en este libro, es cierto, como todos aquellos que tratan de literatura, de estilo y de poesía, incluso hay algunas reflexiones políticas interesantes, estemos o no de acuerdo con ellas, pero también hay demasiadas descalificaciones e insultos, desprecios que sobran, innecesarios, triviales, incluso mezquinos. ¿Quiere esto decir que deberíamos censurar al verdadero Borges y al verdadero Bioy? ¿Que debemos ocultar lo trivial, vulgar y mezquino de sus vidas y conversaciones? ¿Manipular la realidad de unas charlas que existieron? ¿Acaso no es también Borges ese hombre que dice esas cosas que nos parecen desagradables e innecesarias?

Sin duda, lo es, como lo somos todos en tantas conversaciones y comentarios casuales. Desafío a cualquiera que conecte la grabadora de su teléfono y registre las conversaciones con su familia, con su pareja, con sus mejores amigos, o que registre de alguna manera esos pensamientos que pasan por su cabeza de tanto en tanto. Sin duda yo mismo, que no soy una persona maledicente y huyo de manera consciente y metódica de quienes lo son, no saldría bien parado tras una selección cuidadosa. En definitiva, lo que nos cuenta Bioy probablemente es real, pero él mismo ya ha aplicado cierta censura y manipulación y nos ha revelado lo que él considera importante (que Borges insulte a alguien), al conservar esas minucias y dejar en el olvido otras muchas cosas que sin duda eran tan o más interesantes. Aquello sucedió, de acuerdo, pero ¿por qué no seleccionaste aquellas otras cosas que también sucedieron.

Bioy Casares, en definitiva, no logra cumplir su propósito más o menos secreto: convertirse en el Boswell o el Eckerman de Borges. Era sin duda el más preparado de sus amigos para lograrlo, el que más información tenía, pero al contrario que Boswell con Johnson o Eckerman con Goethe, decidió conservar demasiadas razones para no admirar a Borges, y en especial para no admirar su amistad con Borges.

Ahora bien, casi contradiciendo todo lo que he dicho hasta ahora, debo reconocer que también se agradece la sinceridad, por supuesto, porque también es vana y banal la admiración incondicional a los grandes autores, pero se echa de menos un poco más de las bellezas de Borges, que uno espera encontrar en abundancia al enfrentarse a un libro de mil páginas. Tal vez sería bueno hacer una selección de la selección y reducir el libro a trescientas excelentes y vibrantes páginas, más allá de los mil veces repetidos «Borges vino a cenar» y su inmediata dosis de veneno maledicente. Por fortuna, el propio Bioy nos ha dejado otras páginas y testimonios de Borges encantadores y deslumbrantes.

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