¿Es posible la multitarea?

Hace un tiempo publiqué un artículo llamado «Como tener buenas ideas entendiendo mal las cosas», en el que hablé de los problemas que tuvieron los primeros traductores simultáneos, porque parecía imposible que se pudieran hacer dos o tres tareas a la vez: escuchar en un idioma, traducir en otro y, al mismo tiempo, no dejar de escuchar la siguiente frase. Jorge Maqueda me hizo un simpático comentario en el que me señalaba que hay más mujeres que hombres que se dedican a la traducción simultánea y que ello se debe a que «ellas, no solo dos, pueden hacer varias cosas a la vez». Yo le respondí con un largo comentario en el que reproducía un fragmento de mi cuento «Jerome Perceval, el crítico voraz». Como es un comentario muy largo, he preferido conservar allí solo el comienzo de mi respuesta y reproducirlo aquí entero, cambiando algunas cosas, porque el asunto de la multitarea es muy interesante y he tenido que reflexionar sobre él con cierto detenimiento al escribir mi nuevo libro, un ensayo acerca de Sherlock Holmes, que pronto publicará Ariel y que probablemente se llamará No tan elemental, las profesiones y métodos de Sherlock Holmes. Así que, aparte de lo que cuento en ese libro, quiero escribir algunos textos en la red acerca de la multitarea. Este es el primero, que, como ya he dicho, es más o menos la transcripción de mi respuesta a Jorge.

 

Respuesta a Jorge:

Una de mis mejores amigas, Teresa Filesi, es traductora simultánea, pero creo que no tengo amigos que sean a la vez hombres y traductores (simultáneos) así que no puedo investigar mucho, excepto preguntándole su opinión a Teresa. 

Pero eso de si se  pueden hacer varias tareas a la vez, bueno, yo soy hombre y creo que he podido hacer por lo menos cuatro tareas a la vez, siguiendo los consejos de una mujer que investigó el asunto en los años 20: Gertrude Stein.

Félix_Valloton,_Portrait_of_Gertrude_Stein,_1907
Gertrude Stein, por Félix Valloton (1907)

Las cuatro o cinco tareas que llevo a cabo casi a diario en paralelo son: escuchar un libro y música a la vez, leer otro libro, escribir un artículo y cantar de vez en cuando. Todo al mismo tiempo. En otras ocasiones he visto una película mientras escuchaba un libro y en alguna rara ocasión he escuchado dos libros a la vez, como hizo Gertrude Stein. Muy a menudo corrijo mis libros escuchando capítulos anteriores o posteriores al que leo en pantalla. Doy fe de que se puede hacer perfectamente, aunque se precisa de cierto entrenamiento previo y hay momentos en lso que tienes que focalizar en una única cosa.

El método también lo emplea el personaje de uno de mis cuentos, Jerome Perceval, que se propone leer todos los libros que existen en un determinado número de años:

“Como el lector habrá adivinado, el plazo era demasiado breve. Sumergido entre montañas de libros, Jerome comprendió que jamás podría leerlos todos, que aunque viviese mil años no le daría tiempo siquiera para conocer una centésima parte de cuanto ha sido escrito. En su desesperación, Jerome intentó encontrar alguna manera de leer más libros en menos tiempo. Recordó los experimentos de Gertrude Stein en el París de inicios del siglo XX, en los que demostró que se podía leer un libro y al mismo tiempo escuchar a alguien leer otro».

No sé dónde leí la explicación de los experimentos de Stein en París, y no he logrado encontrar mucha información al respecto en internet, pero confío en hacerlo en un futuro cercano. Sé que el cómplice o colaborador en esos experimentos era un hombre joven, no Alice Kolhas. En cualquier caso, gracias al ejemplo de Stein, Jerome Perceval, cree solucionar su problema:

«Jerome contrató a un lector, un actor jubilado y venido a menos, que no cobraba mucho por sus servicios, y empezó a practicar: el leía para sí mismo un libro, mientras el actor leía otro en voz alta.
Sus primeros intentos fracasaron, pues era incapaz de distinguir con claridad lo que leía de lo que escuchaba: de repente Don Quijote se enfrentaba no a molinos en La Mancha, sino a pacíficas ovejas junto al temible Ayax en las llanuras de Troya; Hamlet hablaba con el fantasma de Saxo Gramático, en vez de con el de su padre; San Agustín mantenía soliloquios no con su alma, sino con Santo Tomás a propósito de cuestiones quodlibetales».

Áyax ataca a las ovejas, creyendo que son Ulises y sus hombres
Áyax ataca a las ovejas, creyendo que son Ulises y sus hombres

No sé si el lector ha captado el juego implícito en el fragmento citado: los acontecimientos que suceden en cada uno de los libros están emparentados de una manera sutil. La locura de Don Quijote atacando a las ovejas está sin duda inspirada en la del héroe Áyax que también atacó a las ovejas creyendo que eran Ulises y sus hombres; el Hamlet de Shakespeare habla con el fantasma del hombre que escribió la historia del verdadero Hamlet; la relación entre Agustín de Hipona y Tomás de Aquino y entre los soliloquios y las cuestiones que se discuten entre varios no necesita ser explicada. Enseguida se verá que este tipo de paralelismos pueden ser parte de un método creativo, que da excelentes resultados:

«Jerome acabó dándose cuenta de que, con este nuevo método, en vez de leer dos libros, no leía ninguno, pero, como sabía que Stein había pasado por decepciones semejantes, persistió en su empeño. Un día, un pequeño detalle llamó su atención: si el actor jubilado leía un poco más despacio, le resultaba más fácil discriminar entre lo que oía y el texto que él mismo leía a mayor velocidad. Poco a poco su comprensión mejoró, hasta que un día descubrió alborozado que podía recordar perfectamente los dos libros. La prueba definitiva la hizo con un oscuro escrito del Pseudo Dionisio, que escuchó, acerca de los nombres del dios oculto, y la reciente traducción de una novela japonesa del siglo X, que leyó al mismo tiempo que el actor leía su texto. No solo entendió y consiguió recordar ambos libros, sino que, además, halló interesantes nexos entre ellos, que en una lectura sucesiva, y no en paralelo, sin duda se le habrían escapado».

Como se ve, la lectura en paralelo de dos libros permite encontrar interesantes conexiones. Aquí entre De los nombres de Dios, del Pseudo Dionisio y un libro japonés del siglo X, que probablemente es el Genji Monogatari. ¿Qué conexión existe entre ambos libros? No lo sé, pero supongo que encontré alguna hace tiempo, del mismo modo que lo hizo Jerome. Este método de las lecturas en paralelo lo practico a menudo, por no decir siempre, y sé que da excelentes resultados, aunque debo decir que lo cierto es que antes de ser un método fue un rasgo espontaneo de mi carácter. Ahora bien, Jerome necesita leer muchos más libros en menos tiempo:

«En la siguiente fase del experimento, Jerome contrató a un segundo lector, o mejor dicho lectora, pues se trataba de una anciana de voz dulce, a la que Jerome había elegido para lograr el máximo contraste de voces. Tras un período de adaptación, durante el que llegó a la conclusión de que la mujer debía leer solo libros de filosofía y estética, mientras que el hombre se dedicaría a novelas y relatos, Jerome lograba leer entre tres y seis libros cada día, dependiendo del número de páginas».

El método parece funcionar, pero pronto llega la decepción para Jerome:

«Jerome vivió feliz durante varios meses con su nuevo descubrimiento: los libros leídos iban aumentando de forma prodigiosa gracias a su método de lectura múltiple, y parecía que ya nada podía impedir que se hiciera realidad su sueño de convertirse en el mejor y más perfecto crítico imaginable.
Sin embargo, cuando un día Jerome detuvo por un momento su frenética lectura para calcular cuántos libros podría leer en un año, el espejismo terminó. Incluso si, robándole horas al sueño, pudiera llegar a leer diez libros cada día, tan solo leería 3650 al año, que serían 3660 en los años bisiestos. Consultó los fondos de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos y descubrió que albergaba más de ciento treinta millones de documentos, de los que al menos 30 millones eran libros. Sí, claro, muchos libros estaban repetidos, pero la certeza de que el número se contaría siempre en millones y nunca en miles, le sumió de nuevo en la desesperanza. Despidió a sus dos viejos lectores, que ya se habían convertido en amantes, y consideró imposible lograr su propósito mediante cualquier procedimiento racional. Pero ¿y si fuera un procedimiento irracional? ¿Y si lo irracional fuera racional? ¿Y si lo irracional fuera real?”

La tarea de Jerome parece absolutamente imposible. Y tenía suerte de vivir en una época en al que todavía no existía internet y el mundo digital (escribí el cuento hacia 1986), pues ahora toda la información analógica, incluidos todos los libros que existen, apenas representa un 2% de la información total (el otro 98% es digital). Pero todavía le queda una esperanza, que, por supuesto, se cuenta en el relato.


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Jerome Perceval, el crítico voraz

Las ilustraciones del cuento Jerome Perceval, el crítico voraz aquí reproducidas son de Sandra Delgado y aparecieron en El camino de los mitos IV, recopilación de los cuentos del IV concurso LaRevelación, entre ellos el de Jerome, que quedó ganador. Puedes conseguir el libro en versión digital aquí y en formato papel aquí.

 LA ILUSIÓN IMPERFECTA

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