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Sabios ignorantes y felices, de Daniel Tubau
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La doctrina del karma

El rey grecoindio Milinda (Menandro) escucha al arhat budista Nagasena

En todo este revolotear acerca de la idea del karma, quedan algunas cuestiones pendientes, antes de encarar el asunto que me ha movido a escribir este artículo.

El indeterminismo de la doctrina kármica

Quizá es innecesaria cualquier explicación. La situación en la que se halla un individuo en el momento actual es consecuencia de los actos de su pasado, del karma que ha acumulado en vidas anteriores, pero su futuro no está determinado, pues en cualquier momento puede, mediante un acto de su voluntad, cambiar el sentido de su evolución y ascender, mejorar. Para conseguirlo, claro está, tendrá que pagar la deuda kármica contraída hasta ese momento, lo que puede llevarle mucho, muchísimo tiempo. Si alguien ha estado echando piedras a un pozo durante treinta años, tendrá que pasarse otros treinta años quitándolas, a no ser que haga un sobreesfuerzo físico. No puedo hablar aquí, por problemas de extensión, del sobre esfuerzo moral necesario que podría acelerar el pago de la deuda kármica.

En cualquier caso, la montaña de piedras acumulada sobre el pozo es consecuencia de treinta años de trabajo, pero el que esa montaña siga creciendo o empiece a menguar depende de la voluntad del que acumula las piedras.

 ¿Quién acumula las piedras?

Es decir: ¿quién es ese Yo que contrae y paga las deudas, y que no es los Yoes particulares?

Este es un tema demasiado complejo para abordarlo aquí. Daré sólo varias imágenes comparativas. A lo largo de nuestra vida, soñamos cada noche. Durante el sueño, vivimos mil aventuras, que a veces recordamos y a veces olvidamos. Todos esos “Yoes” que protagonizan nuestros sueños creen existir en tanto que dormimos, pero se disipan al despertarnos. Nosotros permanecemos, ellos se evaporan. También nuestro Yo de la vigilia podría ser un personaje soñado por nuestro verdadero Yo.

Otra imagen: encendemos una vela y, cuando se va a consumir, encendemos otra vela con ella, y así sucesivamente. La llama de la vela 525 es descendiente de llama de la primera vela, pero la primera vela y las 523 restantes ya no existen.

Este ejemplo aparece en Las preguntas de Milinda, un hermoso texto que cuenta el encuentro entre el rey Milinda y el sabio Nagasena. Milinda es otro nombre del rey Menandro, descendiente de los griegos que se establecieron en la India tras las conquistas del macedonio Alejandro.

Última imagen: tenemos, en vez de una vela, un sello de caucho. Lo imprimimos en un papel y, a partir de esa impresión, creamos un nuevo sello, y así sucesivamente. El sello irá variando con el tiempo, dependiendo su aspecto de la calidad del caucho, de la tinta y del papel. El sello 1273 será, sin embargo, deudor de los aciertos e imperfecciones de los 1272 sellos anteriores, pero todos los sellos tendrán su origen en aquel primer sello, pero sin por ello ser ese sello.


2020: supongo que es innecesario aclarar que la idea del durmiente que sueña, del fuego de las velas o de los sellos que se imprimen, son analogías, metáforas o comparaciones, pero que no tienen valor demostrativo: sería fácil encontrar metáforas igual de sugerentes para mostrar un planteamiento contrario al que he expuesto. Pero ese es el valor de las analogías: hacer que podamos concebir algo que a primera vista nos parece irrazonable.

Continua en Penúltima aproximación al karma


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