La ciudad de las estatuas
No recuerdo ninguna ciudad en la que haya visto tantas estatuas como en Budapest.
Magris cuenta en El Danubio que cuando el Terror blanco fascista reemplazó al Terror rojo comunista en los años 20 y 30, los revolucionarios no destrozaron las estatuas de sus antecesores, sino que las guardaron en algún sótano. Cuando los comunistas volvieron al poder, tras la Segunda Guerra Mundial, las sacaron del sótano y las volvieron a colocar en las calles.
Algo parecido sucede ahora, pues los húngaros han guardado casi todas las estatuas de la época comunista y han creado con ellas un Parque de las Estatuas o Museo del Totalitarismo, en el que se puede ver a Lenin, Marx, Engels, alegorías de la hermandad húngaro-soviética y a diversos líderes comunistas húngaros. Tal vez algún día las recuperen y vuelvan a ponerlas en la ciudad. Nunca se sabe.
Del único del que no se conserva nada es de Stalin, tal vez porque todas sus estatuas fueron destruidas en la fracasada revolución de 1956 contra los rusos, como cuenta Magris. Tan sólo se conserva un fragmento de una colosal estatua de Stalin en un museo que visitamos.
En el Parque de las Estatuas, a 13 kilómetros de Budapest, se venden camisetas en las que se ve a Lenin, Stalin y Mao como si fueran los Tres Tenores (Domingo, Carreras y Pavarotti), pero en la leyenda se lee: “The three Terrors”. En otra pone “World Terror Tour, 1917-1989” y, como si se tratara de un grupo de rock de gira, se enumeran las fechas de las revoluciones, invasiones y anexiones comunistas: Rusia, Ucrania, Bielorrusia, Finlandia, Hungría, China, Afganistán. Terminan con un interrogante acerca de la próxima fecha. Tal vez se podría añadir Chechenia, puesto que en Rusia no ha habido todavía un verdadero cambio de régimen y hasta ahora no ha gobernado ningún dirigente que no hubiera sido comunista (Putin pertenecía al KGB). O tal vez China todavía nos reserva alguna terrible sorpresa. Espero que no.
Se podría concluir, al ver estas bromas acerca del terror comunista, que el célebre sentido del humor húngaro se aplica a todo, pero también se puede recordar lo que dice Martin Amis en Koba el temible: que incluso ahora que todos o casi todos saben lo que sucedió en la Unión Soviética de Stalin y en la China de Mao Ze Dong, todavía existe una diferencia en la manera de encararlo respecto a los nazis:
“He aquí una paradoja reveladora: siempre se ha podido bromear a costa de la Unión Soviética, pero nunca sobre la Alemania nazi. No es sólo una cuestión de respeto. En el caso alemán, la risa se va automáticamente. Con el permiso de Adorno, no fue la poesía lo que se volvió imposible después de Auschwitz. Lo que se volvió imposible fue la risa. En cambio, en el caso soviético, la risa se niega a irse. La inmersión en los hechos de la barbarie bolchevique puede aumentar la resistencia a admitirlo, pero dicha inmersión no borrará nunca la risa de la barbarie.”
Es cierto. A casi nadie se le ocurre bromear sobre los nazis ni tener recuerdos nazis, cruces gamadas o gorras y abrigos de oficiales de las SS, como si se tratara de algo curioso y simpático, y eso, sin embargo, sí sucede con los recuerdos del antiguo bloque comunista, sin que sus propietarios sientan un rechazo instintivo hacia esos objetos y esos símbolos. En Madrid había un restaurante japonés en el barrio de Chueca con retratos de Mao e imágenes y carteles del Partido Comunista Chino. Nadie se ofende ni protesta, que yo sepa. Resulta difícil imaginar que eso se pudiera hacer con parafernalia nazi o simplemente fascista italiana. Es sin duda un alivio que así sea, pero es triste que sí encontremos todavía a los representantes de la muerte de millones de personas como si fueran personajes simpáticos, por ejemplo en una frutería china de Madrid llena de posters de Mao Zedong de la época de la Revolución Cultural.
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CUADERNO DE AUSTROHUNGRÍA (KAKANIA)
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