La ciencia fuera de la ley
La semana pasada, aproveché un viaje a Burdeos para hacerme con un ejemplar de La science hors la loi (La ciencia fuera de la ley), una antología científica realizada bajo la supervisión de Henry Dubois y editada en el año 2008.
Como es sabido, una de las maneras de medir la excelencia científica consiste en ser citado en revistas como Nature o Scientific American. Existe un organismo, llamado Science Citation Index, que se ocupa de examinar todas las citas que los científicos se hacen unos a otros, ya se trate de libros, tesis o artículos publicados en revistas de prestigio. El resultado es el Factor de Impacto, que puede ser determinante para conseguir becas o subvenciones.
El problema es que ahora los científicos no esperan a publicar sus investigaciones en revistas científicas, sino que las comparten a través de foros de Internet, algunos de ellos privados, pero no inaccesibles.
Internet está provocando un cambio en la práctica científica que podría compararse con lo que significó la creación en 1660 de la Royal Society para la ciencia moderna, que describí así en La verdadera historia de las sociedades secretas:
“La nueva ciencia se fue creando al mostrarse a la luz pública, al hacerse accesible para cualquier investigador, al conseguir que por primera vez los sabios colaboraran unos con otros, corrigiendo sus errores y comprobando sus hipótesis de manera contrastable, en vez de en un laboratorio oculto ya escondidas”.
El intercambio de información a través de Internet, la colaboración de decenas e incluso miles de investigadores que viven en distintos países, producirá en los próximos años una avalancha de descubrimientos que tal vez inaugure una nueva era científica. Ya está sucediendo, como demuestra el vertiginoso desarrollo de la propia Red.
Para reunir los artículos de este libro, Duboys y el consejo editorial de La science moderne han buscado en los foros de diversas disciplinas científicas ideas que cuestionen los parámetros básicos de la ciencia actual, que propongan nuevos paradigmas. Se trata de artículos divulgativos tan bien escritos que uno sospecha que los editores franceses los han mejorado, quizá al recordar aquella anécdota del barón alemán que leía los cuentos de Poe en francés, porque la traducción de Baudelaire lograba que el autor tuviera “un estilo más elevado”.
Aquí quiero mencionar sólo uno de los ensayos que más me han interesado de La science hors la loi, porque, además, coincide con un reciente anuncio científico.
Einstein
Se trata de “Por qué Einstein tenía razón”, de Jasper Reisz, en el que se argumenta en favor de una física determinista. Aunque los físicos cuánticos dicen que no es posible predecir ni siquiera el comportamiento futuro de un electrón, Reisz recuerda la célebre opinión de Einstein, “Dios no juega a los dados”, y afirma que las incertidumbres cuánticas no se deben a nuestra falta de conocimiento, sino a una idea errónea acerca de la naturaleza del tiempo. Incluso se muestra convencido de que en un plazo no muy largo será posible predecir no sólo el comportamiento de un electrón, sino el de todo el sistema solar.
La coincidencia científica a la que antes me referí es que las intuiciones de Reisz han recibido un fuerte apoyo, hace apenas unos meses, gracias a la nueva teoría del tiempo Peter Lynds, que ha sido llamado “el nuevo Einstein”.
¿Se acuerda el lector de las paradojas de Zenón de Elea acerca del tiempo? Por ejemplo aquella carrera en la que el héroe Aquiles le daba unos metros de ventaja a una tortuga Aquiles llega al lugar en el que se hallaba la tortuga cuando él empezó a correr, pero en ese intervalo de tiempo la tortuga habrá avanzado un poco más; cuando Aquiles recorra esa distancia, la tortuga de nuevo habrá avanzado… La conclusión es que Aquiles nunca logra alcanzar a la tortuga porque tiene que recorrer infinitas distancias que se van dividiendo de manera infinita:
“El más lento cuando corre nunca será alcanzado por el más rápido, porque el que está persiguiendo debe primero alcanzar el punto desde el que empezó el que está huyendo, por lo que el más lento estará siempre alguna distancia por delante.”
Platón consideró a Zenón un sofista petulante, y tuvieron que pasar muchos siglos hasta que sus ideas fueron recuperadas por Leibniz y Newton cuando crearon el cálculo infinitesimal. En palabras de Bertrand Russell:
“En este caprichoso mundo nada es más caprichoso que la fama póstuma. Una de las víctimas más notables de la falta de juicio de la posteridad es el eleático Zenón. Habiendo inventado cuatro argumentos todos inconmensurablemente sutiles y profundos, la grosería de los filósofos posteriores dictaminó que se trataba de un mero prestidigitador ingenioso, y sus argumentos simples sofismas. Tras dos mil años de continua refutación, estos sofismas fueron rehabilitados, y produjeron la fundación del renacimiento matemático.”
Pues bien, Lynds, que parece seguir las intuiciones propuestas por Reisz en su artículo publicado en La ciencia fuera de la ley, quiere recuperar la asombrosa refutación del movimiento y del tiempo de Zenón, pero no para aplicarla a las matemáticas, sino a la física y la cosmología:
“Con sus engañosamente profundas y complicadas paradojas, Zenón de Elea fue un verdadero visionario y, en algún sentido, estuvo 2.500 años adelantado a su tiempo.”
Lo más asombroso es que Lynds es un joven de 27 años que apenas ha terminado un curso en la Universidad de Wellington, pero su artículo, El tiempo y las mecánicas clásica y cuántica: indeterminación frente a discontinuidad, ha recibido elogios de científicos tan prestigiosos como John Archibald Wheeler, a pesar de que sus teorías contradicen las ideas aceptadas por la física ortodoxa, y en especial las teorías acerca del tiempo de Stephen Hawking.
Sin embargo, su hipótesis coincide en algunos aspectos con las sugerencias de Jasper Reisz, lo que nos hace sospechar que deberíamos prestar la misma atención a otros artículos de La ciencia fuera de la ley, del que quizá haya ocasión de volver a hablar en estas páginas.
Y también nos anima a observar con más atención lo que sucede en Internet, porque sin duda será allí donde aparecerán por primera vez las pistas acerca de cómo será la ciencia futura.
LA BIBLIOTECA IMPOSIBLE
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