Heisenberg y la nueva física

|| La filosofía de la Mecánica Cuántica /7

Cuando Heisenberg formuló en 1927 su principio de indeterminación o incertidumbre, según el cual no es posible medir de manera simultánea la posición y el momento lineal (masa, tiempo, velocidad) de un electrón, la primera conclusión a la que llegaron muchos físicos fue que la teoría cuántica era una teoría estadística, en el sentido de que a partir de datos exactos solo se pueden extraer conclusiones estadísticas:

“Ante la íntima conexión existente entre el carácter estadístico de la teoría cuántica y la imprecisión de cualquier percepción, se podría sugerir que detrás del universo estadístico de la percepción subyace oculto un mundo “real” que es regido por la causalidad”.

Esta sería la conclusión del sentido común: no podemos conocer el mundo de las partículas subatómicas y las leyes deterministas que lo rigen, pero ese mundo existe, a pesar de que a nosotros solo nos queda hacer cálculos estadísticos que nos indican probabilidades.

Sin embargo, no era esa la opinión de Heisenberg:

Estas especulaciones nos parecen -y ponemos en ello especial énfasis- inútiles y carentes de significado, porque la física debe limitarse a la descripción formal de las relaciones entre percepciones”[ref] Silvio Bergia, Silvio “Desarrollo conceptual de la teoría cuántica” (en El siglo de la Física. Barcelona, 1992) [/ref].

Para Heisenberg, la noción de causalidad y la de una física determinista quedaba obsoleta, no exactamente porque hubiera sido refutada, sino porque no era tarea de los científicos el saber cómo es la realidad, sino tan solo describir la realidad que podemos observar y someter a experimentación. «Esto es lo que vemos, ¿qué hay debajo?» La respuesta es: «Ni lo sé ni me interesa». Coincide Heisenberg, quizá de manera inesperada, con William James y su filosofía del pragmatismo, muy de moda en esa época, aunque tal vez no fuera conocida por el propio Heisenberg. También anticipa filosofías como el constructivismo de Paul Watzlawicz.

Mirando hacia atrás podemos encontrar precursores a esta visión en la célebre frase de Isaac Newton: «Hypotheses non fingo» («No propongo hipótesis») que se supone que dijo cuando se le pidió que no sólo describiese la gravedad, sino que la explicase. De todos modos, a pesar de la opinión popular, hay que tener en cuenta que lo que dijo Newton fue:

«Todavía no he podido descubrir la razón de las propiedades de la gravedad en los fenómenos, y no finjo las hipótesis. Porque lo que no se deduce de los fenómenos debe llamarse una hipótesis; y las hipótesis, ya sean metafísicas o físicas, o basadas en cualidades ocultas, o mecánicas, no tienen cabida en la filosofía experimental. En esta filosofía, las proposiciones particulares se infieren de los fenómenos y luego se vuelven generales por inducción».

Es decir, Newton dijo que «todavía» no había descubierto esas causas, no que renunciara a encontrarlas. Y también que cuando las hipótesis se basan en cualidades ocultas no observables de ninguna manera (aunque sea por sus efectos), son solo un brindis al sol, una apuesta al viento, sin más. Otra cosa son las hipótesis que tienen en cuenta observaciones o que proponen situaciones contrastables.

Sin embargo, resulta difícil concebir la investigación científica sin presuponer  que la naturaleza se ajusta a nuestras explicaciones, o mediante la formulación de hipótesis, que, eso sí, deben poder ser puestas a prueba de algún modo para que puedan ser consideradas una aportación científica. Como veremos, los científicos, incluso aceptando la interpretación de Copenhague y el principio de incertidumbre de Heisenberg, no han dejado de buscar posibles explicaciones a la cuántica, desde los universos paralelos a las teorías de las supercuerdas, que, por desgracia, se ajustan a esas despreciadas hipótesis de las que habla Newton, pues no proponen ninguna manera de ser puestas a prueba.

Otra de las posibles influencias en el dictum de Heisenberg es, por supuesto, Kant y su noumenos que queda allá oculto, más allá de los fenómenos que aparecen ante nuestros a priori del espacio y el tiempo. También hay ecos de aquel célebre prólogo de Ossiander al De Revolutionibus de Copérnico, en el que se decía que toda la teoría heliocéntrica lo único que intentaba era «salvar los fenómnos», pero que no afirmaba que la realidad real fuera así. Naturalmente, en el caso de Ossiander y Copérnico se escondía el deseo de no ser acusados de herejes. Otra influencia, mucho más lejana, sería la de la escuela escéptica.

Continuará…


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[Escrito por primera vez  después de 1994 y antes de 1996, como un trabajo universitario. La edición actual procede de la edición personal de 1998. No he introducido ningún cambio significativo, más allá de correcciones de estilo para hacer más claro el texto y más agradable la lectura]


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