La enfermedad y las mujeres

Cuaderno del Mayab (México) /4

Tan preocupado estaba por mis males, ni siquiera he comentado el tiempo que hacía en México. Venía del invierno madrileño, que ya no es lo que era antes, pero que sigue siendo frío en diciembre, y llegué a algo que se encontraba entre primavera y verano. Lo habitual, según supe, era que hiciese más calor, pero estábamos bajo una ola de frío, es un decir. Cuando el cielo se despejaba, el calor aumentaba y en algunos lugares, como Uxmal, llegaba a resultar difícil de soportar.

Decidí ir a Isla Mujeres porque no me parecía interesante permanecer más tiempo en Cancún y, porque antes de internarme en Yucatán prefería estar un poco mejor de salud. Pensándolo ahora, sé que debí haberme quedado en Cancún sin levantarme de la cama durante al menos un día . Tal vez así me habría curado del todo. Sin embargo, sé que si me viese otra vez en la misma situación tampoco descansaría.

Por otra parte, la gripe-catarro-bronquitis que contraje dos o tres días antes de iniciar el viaje, todavía me dura ahora, más de 40 días después y tras tomar medicamentos de todo tipo. Con el invierno llegó a España una cepa especialmente virulenta de la gripe, tal vez el primer anunció de esa amenaza gripal del fin de siglo: se piensa que la gripe volverá a causar una elevada mortandad y se convertirá en la más terrible enfermedad. Debería prepararme para esta eventualidad, teniendo en cuenta que soy una víctima fácil de la gripe año tras año.

Durante mi estancia en México, la enfermedad a veces se hizo notar y otras casi se olvidó de mí. Hice un esfuerzo psicológico consciente para sobreponerme a ella, cosa que conseguí casi siempre. Ya se verá su evolución en los próximos días.

La enfermedad no modificó sustancialmente mis planes, excepto en una o dos excursiones que habría previsto y que no hice para no tentar la suerte. Sí modificó un aspecto importante: mi relación con las mujeres. Aunque a menudo me sentía bien, no dejaba de percibirme a mí mismo como un enfermo que se siente más o menos bien, y me faltaba ese ánimo que te impulsa a jugar y a bromear, a sentirte cómodo con la seducción. Por otra parte, en Madrid los últimos dos meses habían sido bastante agitados y durante el viaje quería pensar acerca de mi relación con varias mujeres. Así, que dejé pasar la primera ocasión clara con la muchacha del barco, incluso a costa de comportarme un poco fríamente al final, rechazando las insinuaciones para vernos en la isla. Cuando viajaba en bicicleta, también me crucé con la muchacha escultural y su asesor de imagen y tampoco busqué una ocasión que, si me hubiese sentido mejor, seguramente no habría dejado pasar.

En la discoteca me fijé en varias muchachas, y alguna parecía interesada en mí. Desconocía las costumbres locales y, no por miedo, sino por falta de lucidez mental, no me sentía con ganas de improvisar.


[10 de diciembre de 1995]

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