El talante

Creo que últimamente se ha hablado mucho en España de algo llamado «talante». He escuchado en la radio algunas burlas de Rajoy acerca del asunto y deduzco, por ello, que en algún momento Zapatero debe de haber dicho algo relacionado con el talante, como insistir en la importancia de tener un buen talante para solucionar los problemas. La réplica de Rajoy ha sido algo así como que ahora la moda es tener talante en vez de resolver los problemas.

Un argumento capcioso que convierte en cosas opuestas lo que antes era complementario (tener talante y resolver problemas).

En la Retórica de Aristóteles he encontrado esto referido al talante: «El talante personal constituye el más firme medio de persuasión». Por el contexto en el que está la frase, por talante entiende aquí Aristóteles la honradez, y considera tres características que (al margen de los argumentos mismos) hacen persuasivos a los oradores: la sensatez, la virtud y la benevolencia.

También los japoneses consideran que la actitud o talante es el elemento que más se debe cuidar cuando se quiere resolver un problema: si se tiene buena disposición a encontrar una solución es mucho más fácil encontrarla. Si los interlocutores no desean de antemano resolver el problema, es casi imposible resolverlo.

En la interesantísima biografía del psicólogo japonés Morita se cuenta que los empresarios norteamericanos se quedaban pasmados cuando viajaban a Japón y, al iniciarse una supuestamente tensa negociación, sus interlecutores japoneses se mostraban amabilísimos e incluso les daban la razón en todo. El propio autor de la biografía de Morita cuenta así su primer encuentro con un terapeuta de la escuela de Morita:

«No preocupaba a aquel terapeuta el que yo lo creyera indeciso. Después de todo, para él la madurez significaba ver los problemas desde distintas perspectivas. Su preocupación era que, de verse forzado a adoptar una posición inequívoca, ésta pudiera ser diametralmente opuesta a la mía, situación que podría suscitar un conflicto entre nosotros.

En Japón uno emplea gran número de tácticas con el fin de evitar conflictos interpersonales directos. No sostengo que tales tácticas sean siempre empleadas conscientemente. Sucede más bien que han resultado tan útiles que se las emplea habitualmente, hasta el grado de que, aun al nivel de las guías populares para viajeros, han llegado a formar parte de la descripción característica aplicada al pueblo japonés.

La táctica incluye: no comprender claramente, comunicar vagamente y de manera indirecta, evitando temas que pudieran conducir a información perturbadora, dejar de lado la información conflictiva y olvidarla. El no estar enterado de algo (o simular no estarlo) hace más fácil mantener relaciones sociales suaves y llevaderas, por lo menos a cierto nivel. Si otra persona piensa bien de mí, interpretará favorablemente los estímulos ambiguos que yo le envíe; por el contrario, si no piensa bien de mí, interpretará torcidamente aun mis más favorable comunicaciones. En consecuencia, será beneficioso para mí el cultivar relaciones armoniosas entre aquellos con quienes interactúo con alguna frecuencia.»

La persona que yo conozco que mejor practica este método es Miliki, quien siempre que había que plantear un problema comenzaba contando algo muy divertido. Todos nos reíamos, nos relajábamos y nos hallábamos en una disposición y con un talante adecuados para resolver el problema. Lo asombroso es que el truco funciona incluso si sabes que es un truco, incluso si te das cuenta de que esa anécdota tan divertida tiene como objetivo preparar el ambiente para plantear después un problema.

Funciona de todos modos.

Incluso se podría decir que el propio Rajoy, a pesar de su fanfarronería y sofismas dialécticos, poco a poco se va contagiando de ese nuevo talante que, afortunadamente, ha sustituido, al menos por el momento, al de Aznar (quien no se contagia nunca, por cierto).


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