Demócrito, filósofo y detective
Cuando Watson conoce a Sherlock Holmes queda sorprendido por la amplitud de los intereses de su amigo y su aparente dispersión. En Estudio en escarlata se encuentra la célebre lista de las “áreas de conocimiento” de Holmes:
«1. Literatura… Cero.
2. Filosofía… Cero.
3. Astronomía… Cero.
4. Política… Ligeros.
5. Botánica… Desiguales. Al corriente sobre la belladona, opio y venenos en general. Ignora todo lo referente al cultivo práctico.
6. Geología… Conocimientos prácticos, pero limitados. Distingue de un golpe de vista la clase de tierras. Después de sus paseos me ha mostrado las salpicaduras que había en sus pantalones, indicándome, por su color y consistencia, en qué parte de Londres le habían saltado.
7. Química… Exactos, pero no sistemáticos.
8. Anatomía… Profundos.
9. Literatura sensacionalista… Inmensos. Parece conocer con todo detalle todos los crímenes perpetrados en un siglo.
10. Toca el violín.
11. Experto boxeador y esgrimidor de palo y espada.
12. Posee conocimientos prácticos de las leyes de Inglaterra».
Antes de que su amigo le revele la profesión que une todos estos intereses (“detective consultor”), Watson se muestra desesperanzado de encontrar la solución:
«Si el coordinar todos estos conocimientos y descubrir una profesión en la que se requieren todos ellos resulta el único modo de dar con la finalidad que este hombre busca, puedo desde ahora renunciar a mi propósito».
Sin embargo, podemos encontrar listas similares a la que ofrece Watson en la agenda de un científico como Robert Hooke, el gran rival de Isaac Newton, que anotaba de manera incansable todo lo que se proponía investigar:
«El uso de un carruaje.
Los ojos de los cachorros de perro recién nacidos.
Las plumas, picos y uñas de las aves que aún no han roto el cascarón.
La pólvora, entera y molida.
Insectos y otras criaturas que parecen exánimes en invierno.
La serpiente de Moisés y el agua transmutada.
Que la belleza no hace a las partes, sino que resulta de ellas, así como la salud.
La armonía, la simetría.
Que las formas internas acaso no sean sino disposiciones duraderas forjadas por los objetos externos.
El barómetro sellado y las consecuencias de semejante aparato.
Monstruos, y los antojos y temores de las mujeres encinta.
La reparación torpe de muelles a martillazos.
Pinchar una burbuja en el cristal de un barómetro».
No es difícil imaginar que algunas de estas cosas podrían resultar muy útiles en una investigación detectivesca, pero el aparente caos y dispersión de los intereses de Holmes y Hooke obedece también a un impulso irreprimible: la curiosidad. Los dos personajes coinciden en su afán por descubrir los secretos de la naturaleza, aunque Holmes delimita su campo de estudio un poco más que Hooke y parece conformarse con aquello que se relaciona con la vida criminal. Los científicos también quieren resolver un misterio: el de la naturaleza.
En realidad, tanto la curiosidad como esa caótica pluralidad de intereses es propia de los investigadores y filósofos de la naturaleza ya desde los tiempos de los pensadores presocráticos. Demócrito de Abdera no solo concibió el sistema atómico (o el molecular, según se interpreten sus «átomos»), sino que también estaba interesado por el origen de las palabras, por el movimiento de los planetas, por la causa de los colores y los sabores o por cuestiones relacionadas con la geometría, la física, el arte y la matemática. En su obsesión por descubrir misterios ocultos, abandonó todo lo que poseía, por lo que fue llevado a juicio, pero salió airoso al leer uno de sus tratados ante el tribunal.
Su actitud de ensimismamiento investigador, tal como la describe el poeta latino Horacio, nos recuerda inevitablemente a Sherlock Holmes: «Qué asombroso que el ganado entre en los campos de Demócrito y eche a perder la cosecha, mientras su alma, olvidándose del cuerpo, se va corriendo veloz».
Por otra parte, si Holmes «odiaba cualquier forma de vida social con toda la fuerza de su alma bohemia» y buscaba la soledad para entregarse a sus ensoñaciones o reflexiones, Demócrito, «para poder dejar un mayor espacio a su propia imaginación», solía pasar largos periodos de tiempo «en la soledad del desierto o entre las tumbas de los cementerios».
Además, el filósofo griego era capaz de hacer deducciones asombrosas, como cuando al tomar un vaso de leche dijo: «Esta leche ha sido ordeñada de una cabra negra y primeriza», cosa que se comprobó correcta. En otra ocasión saludó a una amiga del médico Hipócrates con la frase «buenos días, muchacha», y al día siguiente la saludó con un «buenos días, mujer»: la muchacha, nos dice el cronista, que no es otro que el propio Hipócrates, había tenido aquella noche su primera experiencia sexual.
En el primer caso, podemos imaginar una explicación holmesiana en la que lo asombroso acaba por resultar sencillo, como que en el vaso de leche había algún pelo de cabra negro y que la persona que había ordeñado al animal tenía la ropa manchada o rasguños en los brazos, lo que podía revelar que la cabra todavía no estaba acostumbrada a ser ordeñada. Tampoco resulta difícil imaginar algún detalle en la muchacha, en su actitud o en su atuendo que le revelase al filósofo la experiencia que había tenido aquella noche.
Por otra parte, se atribuían a Demócrito poderes adivinatorios, porque en sus viajes había estudiado con los magos persas y caldeos, pero nunca recurrió a lo sobrenatural en sus explicaciones y, como Holmes y los miembros de la Royal Society, siempre acababa revelando las observaciones que le habían llevado a sus conclusiones. Como el propio Demócrito escribió: «Prefiero descubrir una ley causal que convertirme en rey de los persas».
Esta entrada es un fragmento de No tan elemental: cómo ser Sherlock Holmes, aunque he modificado algunos detalles.
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Entradas sobre Demócrito
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