Dedicado a mis alumnos de la ECAM
Mi último libro es La musa en el laboratorio. Está dedicado a todos mis alumnos de la Escuela de Cine y el Audiovisual de Madrid (ECAM):
“Este libro está dedicado a todos mis alumnos de la Escuela de Cine de Madrid (ECAM), de los que he aprendido tantas cosas a lo largo de los años, y que me hicieron visitar a las musas curso tras curso para tener algo nuevo que contarles”
La explicación de la dedicatoria es muy sencilla. Como es sabido, supongo, los profesores aprendemos más que los alumnos en las clases. Cuando tenemos que sintetizar en un curso lo que hemos aprendido a lo largo de nuestra vida profesional, nos vemos obligados a descubrirnos a nosotros mismos, a recordar y observar cómo hacemos las cosas. Tenemos que ordenar las cuestiones a tratar, decidir cómo explicarlas de manera útil y reveladora, entender cómo hemos trabajado durante años, fijarnos en los pasos concretos que nos han llevado a escribir un guión, crear un nuevo formato de entretenimiento o hacer un esquema de pasos o una escaleta.
No es lo mismo ser guionista o director, como es mi caso, que ser profesor. Un buen guionista puede ser un mal profesor y un buen profesor puede no haber sido guionista en su vida. Es cierto que la experiencia profesional es muy importante, y es una característica de la ECAM que los profesores sean profesionales de la industria del cine o la televisión, pero es cierto que se han dado casos de grandes teóricos que nunca fueron profesionales del mundo audiovisual. Dos de los teóricos más famosos apenas ejercieron como guionistas, Robert McKee y Syd Field, algo que quizá se percibe en sus libros, pero el que para mí es uno de los mejores teóricos de la narrativa, William Archer, escribió su libro Playmaking dedicado a la dramaturgia sin haber escrito ninguna obra, según creo, aunque después escribió algunas, que no tuvieron mucho éxito ni de crítica ni de público, si no me equivoco. Pero su libro es uno de los mejores, útil no sólo para dramaturgos sino también para cineastas o para cualquier narrador, como prueba el que Mckee tome muchas de sus mejores ideas de él. Pero muchos grandes guionistas y directores son un desastre como profesores y que son incapaces de trasmitir a los alumnos sus inmensos conocimientos. No sé cuál es la causa, pero creo que no son muchos los grandes profesionales del audiovisual que hayan destacado como profesores, aunque se podría citar al extraordinario Alexander Mackendrick y a David Mamet.
En fin, si un profesor se toma las clases en serio y se prepara para un nuevo curso como si fuera un desafío (y no una oportunidad de dictar de nuevo su tesis doctoral), se verá obligado a aprender. A aprender mucho, muchísimo. Por eso, mis libros de guión nacen a partir de mi experiencia como profesor. Las paradojas del guionista nació de esa experiencia docente, y años después sucedió lo mismo con El guión del siglo 21, en el que reuní ideas que había desarrollado durante varios cursos dedicados a las nuevas narrativas, el mundo digital, la interactividad, lo virtual, etcétera. Naturalmente, durante la escritura del libro también investigué muchísimo, pero el impulso inicial fue el de las clases. Lo mismo hice en El espectador es el protagonista, donde decidí contar mis ideas más personales acerca de la escritura y la narrativa, que, además, había comprobado que cambiaban de manera radical el modo de enfrentarse a un guión de los alumnos, separándome de manera explícita de los gurús y teóricos habituales. Poco después descubrí dos grandes afinidades con mis propuestas, una anterior pero desconocida por mi y otra posterior: Alexander Mackendrick y Joseph McBride. Me gusta pensar que cuando Mackendrick se convirtió en profesor pasó por un proceso semejante al mío, de autodescubrimiento, de examen detenido del proceso creativo y de los problemas reales de la escritura, y que en muchos aspectos los dos llegamos a parecidas conclusiones. Esa manera personal de encontrar un camino propio es lo que generosamente Xavier Pérez y Jordi Balló han llamado la búsqueda de una nueva poética. Es decir de una nueva teoría de la escritura, alejada de las fórmulas habituales, muchas de ellas tópicas o de dudosa eficacia.
Finalmente, en el caso de La musa en el laboratorio, el libro fue creciendo año tras año, sin ser yo consciente de ello, durante mis cursos de Guión de programas (o entretenimiento) en la ECAM. Sin embargo, no es un libro de guión de programas, que habría sido lo previsible, sino de creatividad para todo tipo de narradores. La razón es que los alumnos de guión de programas, en uno de los primeros cursos, me hicieron preguntas acerca de cómo superar las dificultades para escribir un guión, cómo encontrar la inspiración, cómo superar bloqueos, cómo evitar la procastinación. Porque, claro, una cosa es conocer las técnicas o los formatos de guión y otra muy diferente ponerse manos a la obra y resolver problemas concretos. Entonces me di cuenta con toda claridad de lo importante que son las técnicas creativas, la capacidad inventiva, y también empecé a observarme, a descubrir cuáles eran mis trucos, mis trucos del oficio, métodos de los que apenas había sido consciente hasta entonces. Y también me di cuenta de que cuando se trata de guión de programas, la creatividad es fundamental, me parece que mucho más que en guión de ficción. Así que la creatividad, los bloqueos y la invención fueron cobrando más protagonismo en cada nuevo curso. El resultado ha sido, en definitiva este nuevo libro, dedicado a la invención y la creatividad para guionistas y narradores.
Así que, también desde aquí, agradezco de nuevo a mis alumnos de la ECAM todo lo que he aprendido de ellos y de mí mismo curso tras curso y clase tras clase.