De nasis y el género nasal
El nasal es un género literario menor, que quizá no puede compararse con otros de más éxito, como la ciencia ficción, la novela policiaca, el terror o las vidas de santos (perdón, las autobiografías), pero en el que han probado su ingenio no pocos autores.
Entre las obras que se ocupan total o parcialmente de este asunto, Laurence Sterne cita las Fantasies o Pensées facetieuses (1612), de Deslauriers, las Conferencias Nocturnas o Serées (1584), de Bouchet, y los trabajos de Ambroise Parée.
Sterne menciona también el diálogo entre Pamphagus y Cocles, de Erasmo, en el que se analizan “las múltiples aplicaciones y oportuno empleo de las narices largas”, y a los habitantes de la isla de Ennasin del Cuarto Libro de Gargantúa y Pantagruel de Rabelais, que tienen una nariz con forma de as de bastos. No deberíamos olvidar, por otra parte, que el seudónimo con el que Rabelais firma sus libros de Gargantúa y pantagruel es Alcofríbas Nasier, un anagrama de su propio nombre, Frangois Rabelais en el que la nariz juega un papel fundamental, como señala Alicia Yllera:
“Nasier es el nombre de un gigante sarraceno, hijo del gigante Morachier, en el cantar de gesta de Gaufrey. Además introduce un juego de palabras con nasus, forma latina de «nariz», francés nez, que a menudo es símbolo del «pene».”
Son muchas también las obras dedicadas a examinar el caso de aquella nariz que quizá cambió el curso de la historia, la de Cleopatra. Y, por supuesto, ¿cómo olvidar esa otra nariz del gran Cyrano de Bergerac? Él mismo, con la voz que le da Rostand siglos después, imagina lo que de ella podrían decir sus rivales, si no temiesen el filo bárbaro de su espada:
“El Agresivo: Si en mi cara tuviese tal nariz, me la amputara.
El Fino: Para colgar las capas y sombreros esa percha muy útil ha de seros.
El Previsor: Tal nariz es un exceso: buscad a la cabeza contrapeso.”
Se pueden añadir más ejemplos del género nasal, como el soneto de Quevedo A un hombre de gran nariz, que comienza con el verso inmortal: “Érase un hombre a una nariz pegado”, pero no cabe duda de que una de las cumbres del género es el cuento de Gogol La nariz, en el que el barbero Iván Yákovlevich encuentra en el panecillo de su desayuno la nariz del asesor colegiado Kovaliov, que tal vez él mismo le ha cortado al afeitarle. El pobre Kovaliov, en efecto, se despierta sin nariz, aunque poco después se la encuentra vestida de consejero de Estado, con “uniforme bordado en oro, de cuello alto, y pantalón de gamuza”. Kovaliov se pregunta cómo puede vestir un uniforme “una nariz que, la víspera sin ir más lejos, se encontraba en mitad de su cara y no era capaz de desplazarse, ni en carruaje ni a pie, por sí sola?”.
Con Pinocho, Carlo Collodi escribió una obra que pertenece a tres géneros, el nasal, el infantil y el de terror. Las desventuras del aquel pedazo de madera han sido leídas como una versión del Frankenstein de Mary Wollstonecraft Shelley, pero el folklorista Edwin Grohe sostiene que tras él se esconde el mito de Prometeo y la mujer artificial creada por Zeus para castigarle, Pandora. La nariz, la única parte del cuerpo de Pinocho que crece, nos recuerda, dice Grohe, no a aquella otra parte que crece en el cuerpo de los hombres hechos de carne y hueso, sino al hígado de Prometeo, devorado por el águila de Zeus, que vuelve a crecer una y otra vez. La última semejanza esgrimida por Grohe logra convencernos: en el relato original, Pinocho, como el titán encadenado en el Cáucaso, recibía un castigo terrible: moría ahorcado. Collodi, por cierto, nunca ocultó sus fuentes, y creo que esto no lo menciona Grohe: el hombre que crea a Pinocho se llama Gepetto, el padre de Prometeo, Japeto.
Otra muestra del género son las teorías nasales de Wilhem Fliess, el creador de la primera teoría de los biorritmos, quien afirmaba que existía una relación entre las irritaciones nasales y toda clase de síntomas neuróticos e irregularidades sexuales. Expuso en 1897 sus teorías en Las relaciones entre la nariz y los órganos sexuales femeninos desde el punto de vista biológico. Fliess relacionaba los ciclos biológicos, de 23 días para las mujeres y de 28 para los hombres, con la mucosa de la nariz. La historia de sus investigaciones, y el apoyo que recibió de Freud, es tan lamentable como grotesca: baste aquí con recordar que ambos acusaron a una paciente de sufrir un problema de histeria sexual a causa de las tremendas hemorragias nasales que padeció tras ser operada por Fliess. Tiempo después, se descubrió que Fliess se había olvidado dentro de la nariz de la muchacha varios centímetros de gasa empleados durante la operación.
En España, Fliess tuvo un discípulo, el doctor Asuero, que curaba la infertilidad con un procedimiento delirante llamado “trigeminismo”, que consistía en tocar el nervio trigémino a través de las fosas nasales con un palito. Pemán llamaba a la terapia “estornudos curativos” y achacaba la fertilidad recuperada de las señoras lánguidas a las buenas artes del doctor, pero por otros procedimientos. Eso confirma la sospecha de que muchas de las obras del género nasal esconden un doble sentido, casi seimpre rabelasiano.
[CD cover, “Nose”, N. Gogol]
En cualquier caso, la obra más importante del género nasal es sin duda De nasis (De las narices), de Hafen Slawkenberg, al que Sterne admira tanto que se queda sin palabras para describirle: “Hay tanto que decir de él, que no voy a decir nada ahora”. Se deduce, por una referencia casual, que debió morir hacia 1640. Al parecer, se interesó desde muy joven por las narices grandes: “sentí el poderoso impulso, la vocación irrefrenable dentro de mí de entregarme de lleno a su estudio”.
En De nasis, Slawkenberg incluye cien cuentos del género nasal, a semejanza del Decameron de Bocaccio. Algunos, son, en opinión de Sterne, “más caprichosos y arbitrarios que especulativos”, como el que él mismo traduce en su Vida y opiniones del caballero Tristam Shandy, donde la llegada de un forastero de gran nariz revoluciona a las monjas de la ciudad de Estrasburgo. A pesar de lo aparentemente erótico del asunto, no hay que olvidar que, como dice Charles Parish:
“La sátira sobre la pedantería filosófica y teológica es tan importante para el autor como el simbolismo de la nariz, y leerlo únicamente como un cuento obsceno equivale a leerlo con, al menos, un ojo cerrado.”
O, en palabras de Sterne:
“La sátira principal de esa parte va dirigida contra los zoquetes eruditos que, en todas las épocas, han malgastado su tiempo y mucho saber en asuntos igualmente absurdos”.
Hablar de las narices durante páginas y páginas no es muy distinto, parece sugerirnos Sterne, de aquellas discusiones medievales acerca de cuántos ángeles caben en la punta de un alfiler, o de otras discusiones actuales, cuyos ejemplos dejo a la imaginación del lector.
***********
[Publicado por primera vez en Esklepsis 2 (1997) y por segunda vez en Divertinajes (La biblioteca ideal (2010)]