El aprendizaje estoico

Un aspecto interesante del estoicismo de Epicteto es que, a pesar de la insistencia en la aceptación de lo que sucede, propone un aprendizaje, un entrenamiento gracias al que puedes dejar de sufrir por cuestiones inútiles. No se resigna a que nos conformemos con lo que somos y nos dice que es posible cambiar. Para eso se supone que fundó una escuela, aunque parezca contradictorio con la enseñanza que acabamos de elogiar: lo hizo para cambiar la manera de pensar de sus alumnos. Esa es una estupenda idea, común a casi todas las filosofías clásicas que no sólo proponen aumentar nuestro conocimiento, sino también mejorar nuestra vida, aunque el estoicismo resulta quizá la más convincente, o al menos la más insistente.
En mi reciente edición del Manual de Epicteto, que hay que recordar que fue escrito por su discípulo Flavio Josefo, cuento una anécdota personal, que me parece un ejemplo de estoicismo aplicado. En una época de mi vida en la que me sentía exhausto e inútil, porque tenía un trabajo extenuante, que me ocupaba todas las horas del día y no me producía satisfacciones intelectuales ni emocionales, decidí que tenía que añadir contenidos estimulantes a mi vida para no sentir que la estaba desperdiciando. La única posibilidad exigía renunciar a tres o cuatro horas de sueño. Parecía absurdo, porque eso supondría estar más cansado, pero no vi otra alternativa. El problema es que me resultaba fácil encontrar cualquier excusa (muchas de ellas razonables) para no poner en práctica un régimen de vida tan severo. Pero el mayor problema era que ni siquiera me acordaba de mis buenos propósitos. Lo ideal habría sido, como se dice en Las mil y una noches, grabarme el propósito «en el rabillo del ojo con una aguja muy fina para
tenerlo siempre a la vista». Como eso no era posible, decidí escribir con grandes letras en una cartulina la palabra «PERSEVERA», que coloqué en la ventana de mi dormitorio. De este modo, veía el letrero cuando me disponía a dormir y cuando me despertaba, con lo que conseguí poco a poco tener siempre presente la intención de alimentar mi pensamiento y mis emociones para enriquecer mi vida.
Ese entrenamiento, o esa recuperación de lo mejor de mí mismo, lo tuve que llevar a cabo en un momento en el que corría el peligro de resignarme, de convertirme en un ciudadano frustrado y satisfecho, es decir, satisfecho en su frustración, en su mediocridad. No se trataba de aplicar una fórmula mágica, una palabra que con sólo leerla cambiara mi vida, sino que era más bien un recordatorio estoico, parecido a algunos de los que recomienda Epicteto en el Manual. Eso sí, también era todo lo contrario a la resignación que tantos partidarios del estoicismo predican.
Faltan apenas cinco horas para que comience la presentación del Manual estoico de vida en la Librería Áurea Clásicos.
“Aparte de ser un magnífico libro de historia de la filosofía y una reinterpretación por parte de Daniel Tubau y sobre todo una actualización y…
Eso no es indiferencia. Al leer a estoicos como Epicteto casi parece que lo vemos disfrutar con el dolor y el sufrimiento, pero correr asustado…

