Escuchar libros: ¿un regreso a la cultura oral?

Agustín leyendo (parece que para un auditorio)

En la época actual [año 2010] tenemos la posibilidad no sólo de leer los libros, sino de escucharlos como lo hacían, aunque de otra manera, nuestros antepasados.

Algunas personas a las que he comentado mi afición a escuchar libros me han dicho que un libro escuchado no puede compararse a uno leído. Supongo que es parte del fetichismo del libro impreso, algo que a mucha gente le resulta difícil dejar atrás. Se confunde, como se decía antes, el continente con el contenido, como se decía antiguamente (no sé si continente es correcto en este contexto, pero yo recuerdo así la frase, quizá sería mejor contenedor).

En realidad, escuchar un libro supone una vuelta a la cultura oral, que ya se reinició con la radio y con la televisión (que , como es obvio, es audiovisual).

En tiempos de Agustín de Hipona la costumbre era leer los libros en voz alta: todo el auditorio los escuchaba. Había sólo un lector, es decir, la persona que leía en voz alta, aunque supongo que esa persona también escucharía su propia voz al leer los libros para los demás. Alberto Manguel cuenta en Una historia de la lectura que Agustín se quedó bastante sorprendido al ver que Ambrosio de Milán leía sin pronunciar las palabras:

«Sus ojos recorrían las páginas y su corazón penetraba el sentido; mas su voz y su lengua descansaban.».

Este testimonio muestra que la costumbre, incluso cuando uno estaba solo, era leer en voz alta, es decir, escuchar el libro.

Manguel también cuenta que los soldados de Alejandro Magno se quedaron asombrados cuando en una ocasión le vieron leer una carta de su madre «en silencio». Me parece recordar que también Aristóteles llamaba la atención de sus coetáneos por su costumbre de leer en silencio. Quizá esa es una de las cosas que Alejandro aprendió de su maestro. Así que antiguamente el fetichismo era hacia la palabra hablada, en vez de, como sucede hoy, hacia la escrita, al menos en lo que se refiere a los libros.

 

En casi todas sus representaciones, Agustín lee : «En el Arca marmórea de san Agustín, construida en el siglo XIV sobre el altar que conserva las reliquias del santo, Basílica de San Pedro in Ciel d’oro, Pavía. A la izquierda se ve el diálogo de Agustín con san Simpliciano; a la derecha, la conversión, cuando, siguiendo la indicación d eun ángel siguiendo la sugerencia de un ángel, Agustín lee las Epístolas de san Pablo.»

No sólo eso, como también aclara Manguel, la célebre frase scripta manent, verba volant («lo escrito permanece, las palabras se las lleva el aire») en la antigüedad se interpretaba al contrario de como suele hacerse ahora. No era un elogio de la palabra escrita, sino de la palabra pronunciada en voz alta, que tiene alas y puede volar, comparándola con esa otra palabra silenciosa sobre la página, que permanece inmóvil y muerta.

En esta ocasión parece que Agustín está leyendo en voz alta. «San Agustín» por Benozzo Gozzoli, 1468; en la Iglesia de San Agustín, San Gimignano, Italia

Y añade Manguel la siguiente  observación muy interesante:

«Enfrentado con un texto escrito, el lector tenía el deber de prestar su voz a las letras silenciosas, a las scripta, para permitirles convertirse en verba, palabras habladas, espíritu.»

Yo, sin embargo, tengo una interpretación diferente del Scripta manent, verba volant, pero no es éste lugar para desarrollarla. Sólo diré que he inventado una variación relacionada con el mundo digital:

«Bytia volant et manent» («Los bits vuelan y permanecen»)

Usé la idea en mi libro El guión del siglo 21, donde explico a qué me refiero. La idea también se muestra en la ilustración de la portada, realizada por Samuel Velasco.

El extraño signo de la portada, formado por un ojo, una oreja y la arroba de internet, sintetiza la fusión de la cultura oral y la visual en un nuevo medio que las supera a ambas.

En mi opinión, los ordenadores han hecho que la distinción que proponía Marshall McLuhan entre la galaxia Gutenberg y la Galaxia Tesla (él la llamaba erróneamente Galaxia Marconi) haya quedado en parte sin sentido. Resulta que ahora lo auditivo y lo audiovisual es también, y más que nunca, un texto modificable, revisable, que cambia pero que, al mismo tiempo permanece. La mayor virtud del alfabeto y la imprenta es el desarrollo del pensamiento lógico y de la reflexión profunda, que ahora también está al alcance de lo audiovisual, pues podemos conservar lo sonoro, modificarlo o transmitirlo de manera masiva.En cualquier caso, en el futuro, al menos en el futuro que aparece en mi libro Recuerdos de la era analógica, es previsible que no nos preocupe ni lo escrito ni lo oral, porque ni leeremos ni escucharemos los libros, sino que los degustaremos de otra manera, como se puede adivinar en el relato «La obra de arte en los tiempos de la percepción malebranchiana». Ese relato es una revisión futura del célebre artículo de Walter Benjamin «La obra de arte en la época de la reproducción mecánica», pero también a la luz de las ideas del padre Nicolás de Malebranche. Por eso quizá no es casual que aquí, en esta entrada, me haya referido varias veces a Agustín de Hipona, ya que Malebranche era agustiniano.


A continuación, incluyo un fragmento de la charla en la que Juanjo de la Iglesia presentó Recuerdos de la era analógica en El Caldito.

En esta breve pasaje de la conversación con Juanjo,  hablamos de la literatura oral y de leer o de escuchar los libros.

TRANSCRIPCIÓN DE LA CONVERSACIÓN

 

JUANJO: Estaba contando Daniel que le gusta más escuchar, bueno, más..

DANIEL: Sí, últimamente me gusta más escuchar los libros que leerlos. tengo un lector de textos y, entonces, en vez de leer, escucho. Voy por la casa, arreglando la casa, limpiando los platos… y voy escuchando un libro… y me gusta más, incluso tengo más concentración. En realidad es una vuelta a la cultura oral, es como se hacía en Grecia.  Tengo un lector de libros con un señor que tiene una voz muy buena, no suena nada mecánico, ni robótico… Si es sólo por información… lo pongo a alta velocidad, lo pongo a cinco de velocidad….

JUANJO: ¡Y además limpia más deprisa!

DANIEL: Es como, lo que se dice leer en diagonal, es la equivalencia a la lectura en diagonal famosa… escuchándolo a velocidad cinco.

JUANJO: Y además no suena como los discos, suena…

DANIEL: No, no. Suena bien…

JUANJO: …quiero decir, que no suena…

DANIEL: Es la voz que suena en los autobuses. Quien haya viajado en autobús… Asier no ha viajado en autobús, pero hay gente que sí…

JUANJO: Yo vengo en autobús todos los días… Y lo único que, el de mi línea se lía con las esdrújulas… Siempre dice «Ribera de…maannnnnaa…

DANIEL: Es una máquina

JUANJO: Es una máquina, el señor virtual que está ahí escondido, el enanito que dice las cosas y que lleva ahí el chófer…


Para quien quiera probar el placer de escuchar los libros con un lector electrónico, las buenas voces son las de la empresa Loquendo. La mejor en español es sin duda la de Jorge (castellano de España), pero hay otras bastante buenas como Diego (español de Argentina) o Francisca (español de Chile). También hay buenas voces en inglés, francés, italiano, chino… Para usar las voces se necesita un programa lector, como Textaloud, aunque las últimas versiones de los sistemas operativos, como Windows 7, creo que ya incorporan un lector automático. No hace falta decir lo útil que resultan estos programas para los ciegos, que pueden leer todo lo que aparece en la web al instante.


2021 En la actualidad, escuchar libros ya no se ve como algo raro, sino que incluso está de moda.


La primera versión de esta entrada fue publicada el 22 de mayo de 2010.
La revisé en 2011, 2014 y 2016. Y ahora en 2021.



Recuerdos de la era analógica,
Una antología del futuro

Amazon

 

Leave a Reply