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Sabios ignorantes y felices, de Daniel Tubau
Sabios ignorantes y felices, de Daniel Tubau

Galería

Sacro y profano CUADERNO DE VENECIA
¿Inventó Coca-Cola la felicidad?
El buenánimo de Demócrito y los peligros de la envidia
Es más fácil ver que escuchar
¿Ataca Tucídides a Pericles?
David Hume
Platón, ¿creador de la filosofía evasiva?
La impopularidad del imperio ateniense
No hay una única receta para la felicidad, pero sí recetas felices

Coincidencias con Proust

Pu Song Li decía en uno de sus cuentos que no hay nada más delicioso que encontrar en un libro a un personaje o a un autor que opina lo que nosotros. Lo mismo dice Raymond Smullyan en Silencioso Tao.

Obtuve esta noche esa deliciosa sensación leyendo a Proust. El narrador de En busca del tiempo perdido desarrolla una idea que, de manera exacta y precisa, coincide con algo que me interesa muchísimo desde hace unos años. Me resultó asombrosa la coincidencia, no porque la idea en sí sea más o menos original, más o menos insólita: sin duda lo han pensado muchos otros además de Proust y yo. Pero la manera en la que Proust lo explica es casi exactamente la misma que he empleado yo, tanto por escrito como, más frecuentemente, de viva voz. Por ahora, copio aquí lo que dice Proust:

«Y ese miedo a un porvenir en que ya no nos sea dado ver y hablar a los seres queridos, cuyo trato constituye hoy nuestra más íntima alegría, aún se aumenta, en vez de disiparse, cuando pensamos que al dolor de tal privación, vendrá a añadirse otra cosa que actualmente nos parece más terrible todavía: y es que no la sentiremos como tal dolor, que nos dejará indiferentes, porque entonces nuestro yo habrá cambiado y echaremos de menos en nuestro contorno no sólo el encanto de nuestros padres, de nuestra amada, de nuestros amigos, sino también el afecto que les teníamos; y ese afecto, que hoy en día constituye parte importantísima de nuestro corazón, se desarraigará tan perfectamente que podremos recrearnos con una nueva vida que ahora sólo al imaginarla nos horroriza; será, pues, una verdadera muerte para nosotros mismos, muerte tras la que vendrá una resurrección, pero ya de un ser diferente y que no puede inspirar cariño a esas partes de mi antiguo yo condenadas a muerte. Y ellas -hasta las más ruines, como nuestro apego a las dimensiones y a la atmósfera de una habitación- son las que se asustan y respingan, con rebeldía que debe interpretarse como un modo secreto, parcial, tangible y seguro de la resistencia a la muerte, de la larga resistencia desesperada y cotidiana a la muerte fragmentaria y sucesiva, tal como se insinúa en todos los momentos de nuestra vida, arrancándonos jirones de nosotros mismos y haciendo que en la muerta carne se multipliquen las células nuevas».

Me gustaría decir al menos tres cosas relacionadas con lo que dice Proust, pero no las diré aquí, para que cada uno pueda disfrutar y reflexionar sobre el asunto sin contaminar las ideas de Proust con las mías.


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EL RESTO ES LITERATURA

ELIAS CANETTI

JORGE LUIS BORGES

GOETHE


Las lecciones de la experiencia

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