Ataque y defensa ||| El Duelo, 4
4. Ataque y defensa
—No ignoráis el peligro al que me expongo permitiendo que os refugiéis en mi casa.
—No lo ignoro, barón, pero confío en que los lazos familiares que nos unen os impidan denunciarme: sería mi muerte.
—Haríais mejor confiando en el aprecio que os tengo, pese a nuestras desavenencias. Si me moviesen razones de parentesco, debería denunciaros a mi tío, el Abad de Velfenhauss, que mañana me visitará. Habéis llegado en un mal momento. Será difícil esconder vuestra presencia a la sagacidad de mi tío.
—Lo conseguiréis -dijo Frederick con firmeza-. Pensad que no solo soy perseguido por mis ideas, sino que, lo que es más grave, soy traidor a mi patria. Sé que os repugna la revolución a la que yo me he adherido con toda mi alma, pero tal vez yo os devuelva el favor algún día.
—Espero que no sea necesario, pues ello implicaría el triunfo de vuestras ideas. De todos modos, no penséis que me repugna la Revolución. Sólo me molestan sus excesos y el futuro que me depararía su triunfo en Austria. Como veis, motivos puramente egoístas. Pero os agradará saber que ese temido marqués de Sade me inspira cierta simpatía.
—Os equivocáis -dijo Frederick con un gesto de disgusto-; pronunciar su nombre ya me repugna. Individuos como ese, para los que lo único que importa es la perversión, son un obstáculo para la Revolución. Su libertad ha durado poco: ha sido arrestado y le espera la guillotina.
—¿De qué se le acusa esta vez? -preguntó el barón sin poder esconder su asombro ante la noticia.
—De moderantismo,
—!Qué decís! -exclamó el barón con gesto divertido-, ¿no era un ser perverso y maléfico, extremista y sedicioso, libertino y cruel? Podría esperar cualquier otro cargo en su contra, menos ese. Moderantismo… ¿Y qué hace Robespierre por él?
—Nada. Fue el propio Robespierre quien le condenó, al negarse el marqués a firmar una moción que le fue presentada.
—¿Y a qué se debió su negativa? -preguntó, cada vez más interesado, el barón.
—Dijo que era inhumana.
—Os burláis de mí, Frederick. El Monstruo no firma una moción por considerarla inhumana, alguna condena a la guillotina, supongo. ¿Deberemos ahora considerar al marqués de Sade como un hombre pacífico y bondadoso, enemigo de los crímenes? Es evidente que por una razón u otra, ese hombre siempre estará entre los perdedores. Un hombre educado en los jesuitas, capitán de caballería y casado con el beneplácito de la familia real, es condenado a presidio por Luis XV, Luis XVI y, ahora, por Robespierre. Me parece un final lamentable el que me anunciáis para un hombre tan odiado por unos y por otros.
—Vuestro deseo de frivolizar os hace adoptar cualquier argumento susceptible de resultar escandaloso, pero no me dejaré atrapar en vuestras redes, la Revolución ha sido calumniada de muy diversas maneras; ésta es una de tantas, y no la más eficaz.
—Sin embargo, estaréis de acuerdo conmigo en que la condena impuesta al marqués de Sade puede obrar un milagro: el acercamiento de la Iglesia hacía los revolucionarios. Hasta ahora, los eclesiásticos se mantenían distantes, pues su cabeza peligraba; actualmente, sin duda, se sentirán más seguros. !Qué alegría recibirá mi tío el Abad cuando le informe de la suerte que le espera al hombre que más detesta!
—No se lo digáis -pidió Frederick-, pues podría preguntaros cómo lo habéis averiguado. No obstante, podéis asegurarle que, si sus intenciones son buenas, será bien acogido en París. Los crímenes que se le imputan a la Revolución son calumnias; el propio Robespierre, en un preclaro discurso que tuve la fortuna de escuchar en el invierno del noventa y dos, aseguró que no hay tales atrocidades, y puso el ejemplo del Abad de Mauri, quien, pese a insultar publicamente al pueblo de París, jamás fue atacado, y pudo recorrer las calles con la misma seguridad de la que hasta entonces había gozado,
—La situación ha cambiado -objetó el barón-; el rey aún vivía. El triunfo de los jacobinos ha traído consigo la instauración del Terror. La Revolución está herida de muerte, o al menos eso parece, el ejército francés retrocede en todas las fronteras… Dudo que un abate, más sospechoso que nadie de traición, pueda caminar tranquilamente por las calles de París.
—Es cierto que el ambiente es tenso en París -admitió Frederick-, pero el propio Robespierre se opuso a la descristianización de Francia. La guerra obliga a medidas extremas, pero, cuando Europa sea vencida, todo volverá a la normalidad.
—El último período normal de Francia fue Luis XV, no creo que os agrade esa normalidad -señaló el barón con ironía.
Continuará…
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