Agatha en El blog de Arlequini
Reseña publicada en El blog de Arlequini
por Aghata
miércoles, 25 de agosto del 2010
“Vamos, amigo, compañero, hermano, primo, vecino, ciudadano, compadre, conéctate, enchufa tu alma a la utopía, deja que por tus venas circule el fluido eléctrico de los sueños, convierte tus deseos en realidad”.
Daniel Tubau
No resulta extraño que haya sido justamente este lúcido escritor, especialista en nuevas tecnologías aplicadas a los medios de comunicación y guionista, el que nos muestre con su ojo ciclópeo el abanico de ilimitadas posibilidades, pero también lacras y peligros de Internet (la Arqueo Red, como él la llama), ese caballo desbocado que no sabemos exactamente a dónde nos conduce.
Recuerdos de la era analógica es un libro muy ambicioso que ofrece continuas vueltas de tuerca sobre temas tan controvertidos o candentes como la identidad, la realidad virtual o las diversas dicotomías que han hecho correr ríos de tinta a la filosofía, la ciencia, el arte, la literatura o el universo controvertido de las lexías y sus significados: mortalidad-inmortalidad; la realidad y su autoflagelación; el concepto de belleza, implícito en el estudio de las disciplinas artísticas y sus mutaciones; la distinción entre conceptos y cosas, similar a la polivalencia que sentimos al observar el edificio construido por William Smullyan formado por miles de cristales microscópicos, etc. Tubau muestra una capacidad nada corriente para moverse con solvencia en todos esos terrenos resbaladizos, hasta el punto de ofrecerle al lector la posibilidad de redefinir el libro, de adecuar su contenido a su propia valoración subjetiva porque –en realidad- las piezas de este tablero de ajedrez están vivas: los postulados y sus objeciones, se ofrecen a las continuas refutación de los refutadores.
Unos antólogos del futuro, recopilan un número de textos de la Arqueo-Red. Todos estos textos anclados en el pasado se mueven en el terreno incierto de las elucubraciones resbaladizas, de ahí el continuo vaivén de comentarios que pretenden ahondar en su procedencia o datación, las erratas encontradas en sus suposiciones, el antiguo lenguaje empleado (findemilenio) y las lagunas que plantean los propios documentos reelaborados a partir de otros.
Cualquier investigador que se precie reconocerá todos esos parámetros y esbozará esa sonrisa de complicidad necesaria de la que nutren tanto autor como lector. El libro nos muestra las dos caras del espejo: por una parte, el acercamiento e interpretación de los textos –con todas las dudas que uno quiera-; por otra, el estupor o incredulidad ante aquellas teorías del pasado que han sido superadas, rebatidas o extirpadas, pues el mundo se mueve y con él sus científicos, en un sueño de la razón que pretende explicarlo, aunque no esté exento de lagunas e incertidumbres, pues somos conscientes de que puede producir monstruos. Se trata pues de una situación similar a la que experimentamos los lectores cuando leemos teorías pretéritas, ya desestimadas; no olvidemos –por ejemplo- el carácter indisoluble del átomo en sus inicios y los hijos, cuñados y demás parientes que le han salido posteriormente.
El lector se encuentra ante un texto inclasificable, justo lo que pretendía su autor; un libro que gustará a todos: al lector de literatura fantástica, al que atrapa con relatos como Experiencias vicarias, un tema archiconocido, que ha sido llevado al cine con películas tan impresionantes como Avatar; no será éste el único que se sentirá fascinado: también lo hará el artista, cuando asista a las diatribas sobre el concepto de belleza, la maleabilidad de su condición y trabajo, o los esfuerzos de un artista visionario por llevar su propia obra al límite (Picasso y los indiscernibles, Gabor, etc.); el filósofo, cuando se sienta identificado en aquellas riñas apasionadas sobre la Teoría de Platón, el carácter volátil de los sueños o las dudas sobre la naturaleza de Dios y el objetivo de su creación, que están además en la base de presupuestos espirituales de las religiones y sus objetivos encubiertos (La identidad, El último siglo mortal, Que nada se crea, Signos, El espiritualismo material ) y, por supuesto, el amante de Internet, rodeado de hipertextos, vínculos, páginas web, e-zines y blogs efervescentes (Picasso y los indiscernibles, Mundo analógico, La caverna, El registro universal, Manifiesto contra los mundos posibles). Todas estas cuestiones se sitúan en el momento preciso y crean una tupida red de conexiones e interconexiones que desemboca en la red de redes, un universo de filamentos e hipervínculos que parece ofrecer un paisaje idílico, una Edad de Oro que nos invita al Carpe Diem, pero que no es real. El peligro de este nirvana cultural es que nos absorba, que creamos que esa realidad es la única existente, que desestimemos la verosimilitud del pasado, como se plantea en El último siglo mortal.
La joven Evohé ha realizado un trabajo de edición encomiable, al presentarnos un desplegable, llamado Mundo analógico, con reminiscencias del Talmud hebreo que contenía los comentarios de la Torah, la Biblia judía. El libro aprovecha a su vez las ilimitadas posibilidades que nos ofrece hoy las redes sociales, al contar con su propia página web en Facebook (http://www.facebook.com/pages/Recuerdos-de-la-era-analogica/185204174614) y Twiter ( http://twitter.com/Arqueored ) y con los inestimables comentarios que puede seguir el lector a través de otros blogs, como el del propio autor http://danieltubau.com. En definitiva un libro en consonancia con los tiempos que corremos, valiente y arriesgado, que merece la pena ser leído.
Aghata.
Puedes conseguirlo en versión impresa o electrónica
La crítica de Agatha me parece verdaderamente lúcida, porque no sólo encuentra cosas que yo quise poner a propósito en el libro, sino que descubre nexos y derivaciones inesperadas.
También incide en algunos puntos interesantes y misteriosos de Recuerdos de la era analógica. De todo ello hablo en:
La identidad de William Smullyan
Manifiestos, aullidos y caballos sin nombre
Nada más, aunque podrían decirse muchas más cosas ante una crítica tan estimulante como la de Agatha, a quien desde aquí le doy las gracias.