Acerca de las definiciones

 

Quizá no es tan difícil saber a qué me dedico,  pero me alegra esa indefinición de la que habló Lola en la presehtación de Nada es lo que es (ver al final de esta entrada), que supongo que está en gran parte causada porque a mí mismo me cuesta definirme como esto o lo otro. Cuando me hice no sé si mis primeros carnés de identidad o el primer pasaporte, no sabía muy bien qué poner en la casilla «Profesión», aunque sí recuerdo, que, bastante antes de que tuviera mi primer trabajo (que fue de escritor) ya puse en la casilla «escritor», en vez de lo habitual a mi edad, que habría sido «estudiante». Tal vez lo hice porque había ya dejado de estudiar (abandoné los estudios después de suspender tres veces seguidas el mismo curso) y lo único que hacía, además de irme a bailar casi todas las noches, era escribir. Pero tiempo después aquello de poner «escritor» tampoco me acababa de gustar, porque era una definición y las definiciones ya entonces me parecían, aunque de una manera intuitiva e ireflexiva, limitantes. Por casualidad, en estos días he estado releyendo viejas cartas y en una que le envié a mi padre en 1989 he encontrado este pasaje que muestra mi aversión a ser definido, catalogado, etiquetado (y también a hacer tales cosas a los demás, claro):

«No creo que la filosofía sea mi terreno. A mí me gusta pensar que no tengo terreno, que no pertenezco a ningún gremio, club, corporación o, simplemente, grupo. Ya sabes, el típico discurso individualista de siempre. Si yo tuviese que ser presentado a un público que no me conoce, me gustaría que dijesen de mí no aquello de «Daniel Tubau, escritor…», sino: «Daniel Tubau, autor de La nueva Teología. Lo que, desde luego, no me gustaría nada, sería que se me considerase filósofo, como algunos, medio en serio medio en broma, parecen hacer ya. Un «marinero» al que aprecio mucho -es como una reencarnación del Martin Eden de Jack London- me ha escrito una dedicatoria en un bolígrafo BIC: «Es propiedad de Daniel Tubau, observador del mundo». No está mal». [Las comilllas de marinero se deben, precisamente a no querer catalogar a mi amigo como «marinero», del mismo modo que yo no quiero ser catalogado como «filósofo» o «escritor»]

Por eso me alegra especialmente que Lola en la presentación renunciara con a clasificarme. Creo que en Nada es lo que es cito aquello de Mallarmé: «Definir es matar, sugerir es crear». Por eso no me gusta dar a los desconocidos ni recibir de ellos informaciones que parecen decir mucho pero que lo que hacen es poner en marcha nuestra formidable máquina instintiva e intuitiva de prejuicios. Datos como la edad, el lugar de dónde eres, ciertos hechos biográficos que se recitan como una ficha policial. Prefiero que las cosas vayan surgiendo de manera natural y que no me encierren en las seguras pero aburridas paredes de una cárcel definitoria, porque también creo en aquello que decía Oscar Wilde: «Uno debería ser siempre un poco improbable» (uno de mis blogs se llamó así: «Improbable»). Improbable e imprevisible.  De todo eso hablo en el libro bastante, y de manera mejor argumentada, así que no diré más aquí.

Lo que se dice en la contraportada:

«Daniel Tubau estu­dió filo­so­fía pero no es filó­sofo; tam­poco es guio­nista ni direc­tor, aun­que haya ejer­cido esas pro­fe­sio­nes durante más de veinte años. Su nom­bre en la por­tada de este libro parece indi­car que es su autor, aun­que el título, Nada es lo que es, tam­bién nos hace dudar.»

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En Los siete velos del conocimiento he desarrollado el asunto de cómo al definirnos muchas veces lo que hacemos es mostrar menos nuestra verdadera personalidad, en vez de más, un tema del que hablo en la segunda parte de Nada es lo que es.

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La grabación de la presentación corrió a cargo de Bruno Tubau.

 

 

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