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La ceguera psicológica

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Al azar rescato una anotación a Darwin que hice en 1999 y que recuperé en 2004.

Darwin y la ceguera

Al revisar unos textos que escribí en el siglo pasado (que bien suena eso, pero espero poder decir: “algo que escribí hace dos siglos»), hacia 1999 y 2000, acerca de tres libros de Darwin, Humphrey y Gazzaniga, he encontrado una cita muy interesante de Darwin, que pongo aquí junto al comentario que añadí:

“Durante años he seguido también una regla de oro, a saber, que siempre que me topaba con un dato publicado, una nueva observación o idea que fuera opuesta a mis resultados generales, la anotaba sin falta y enseguida, pues me había dado cuenta por experiencia de que tales datos e ideas eran más propensos a escapárseme rápidamente de la memoria que los favorables”.

                   (Charles Darwin, Autobiografía)

Es cierto que a menudo sólo encontramos aquello que buscamos. Nuestros prejuicios y expectativas condicionan nuestra observación y solemos ser ciegos a todo aquello que va en contra de nuestras hipótesis. Tengo la sensación desde hace un tiempo de que este problema, que es semejante al punto ciego del que habla Daniel Goleman, se ha acentuado con el cambio de siglo y que se está extendiendo cada vez más una manera de ver el mundo que sólo es capaz de contemplar la parte iluminada por la propia linterna del que mira». (Publicado el 22 de abril de 2004)

Hasta aquí la cita de 2004 de la cita de 1999.

Ahora explicaré qué es eso del punto ciego. El punto ciego  es la zona de la retina en donde se conecta el nervio óptico. En esta zona no hay células fotosensibles (sensibles a la luz) por lo que no vemos nada en ella. Normalmente no percibimos ese punto ciego porque la visión de los dos ojos compensa ese vacío. Pero podemos descubrir ese punto ciego si cerramos un ojo. Por ejemplo con este experimento:

Si miramos de cerca la pantalla, cerramos el ojo izquierdo y mantenemos la vista fija en la cruz mientras nos vamos alejando, habrá un momento en que el punto negro desaparecerá. Si seguimos alejando la cabeza, volverá a aparecer, aunque es posible que desaparezca de nuevo un poco más atrás (al menos eso me sucede a mí).

Lo curioso es que lo que vemos no es el vacío, la nada sino la superficie blanca de la pantalla. Si el fondo fuese naranja, entonces veríamos de color naranja el lugar donde estaba el punto negro.

Es un asombrosa demostración de que nuestro cerebro construye la realidad por sí mismo, rellenando los huecos que pueda haber en ella.

Von Foester empleó la metáfora del punto ciego (y después de él Daniel Goleman) para sugerir que lo mismo que nos sucede desde el punto de vista de la óptica nos sucede en el terreno emocional, ideológico e intelectivo. Todos poseemos ideas que nos hacen ver la realidad que queremos ver y la que no queremos ver, es decir, todo aquello que no coincide con nuestros prejuicios. Los casos más notables son los del nacionalismo o las ideologías: somos muy capaces de ver los crímenes o los errores que cometen nuestros enemigos, pero somos ciegos a los que cometen nuestros aliados.

Para evitar esa ceguera y esas respuestas automáticas, antes de dictaminar sobre algo es conveniente que nos olvidemos de cuáles son nuestras ideas, para dejarlas a un lado y ver realmente lo que tenemos delante. Es un ejercicio difícil pero también la única manera sensata de enfrentarse al mundo.

Lo primero que hay que hacer es desechar  la estúpida idea de que pertenecemos a un bando y que enfrente tenemos a unos enemigos fácilmente detectables. Porque eso muy raramente sucede. Hacer eso no significa que no tengamos opinión, ni preferencias, ni  ideas acerca de lo que está bien y lo que está mal, sino que hay que tener mucho cuidado con lo que las ideas hacen con nosotros. Lo importante, en efecto, es qué hacemos nosotros con las ideas, no a la inversa.

Hace ya unos años creé La página noALT para mostrar que casi siempre hay una tercera opción, una alternativa a las dicotomías que nos obligan a elegir entre los nuestros y los otros.

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La ceguera psicológica – DILETANTE. Daniel Tubau