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Sabios ignorantes y felices, de Daniel Tubau
Sabios ignorantes y felices, de Daniel Tubau

Galería

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No hay una única receta para la felicidad, pero sí recetas felices
Siete maneras de alcanzar la felicidad

Retorno al pasado

  Hay debates que son tan insustanciales que da mucha pereza entrar en ellos: la astrología, las seudoterapias, el diseño inteligente, los nacionalismos.

Después de dos guerras mundiales provocadas por la lucha feroz entre nacionalistas, especialmente en Europa, pensar que alguien en su sano juicio todavía sea presa de ansias nacionalistas de manera obsesiva parece difícil de creer.

Ahora que empezábamos a pensar en lo bueno que sería poder viajar por toda Europa como quien viaja por su barrio, resulta que se proponen fronteras donde nunca las ha habido.  Ahora que ya nos estábamos preparando para despojarnos de nuestra identidad española para convertirnos en europeos y comenzar a pensar en algo mayor, algo así como “terrestres”, resulta que nos tenemos que volver a preguntar si somos padanos, corsos, escoceses, vascos, castellanomanchegos o catalanes. Ahora que habíamos asumido que somos ciudadanos, y no súbditos ni hooligans de la patria, se propagan aquí y allá identidades basadas en naciones reales o imaginarias, en lenguas que se hablan o no se hablan, se emplea de nuevo el “nosotros” frente al “ellos” y legiones de entusiastas corren a la calle agitando banderas de colores y cifran el sentido de su vida en la pertenencia a un territorio dibujado en el mapa.

Es obvio que quienes alientan los procesos nacionalistas, como el incesante procés catalán, lo único que quieren es seguir explotando para su uso particular un territorio, y al mismo tiempo librarse de ser procesados, no por sus ansias independentistas (que tan súbitamente se han apoderado de ellos, por cierto) sino por la corrupción mafiosa de las últimas décadas. También resulta obvio que muchos de los entusiastas se dejan llevar por un maniqueísmo trabajosamente  construido en las escuelas y en los medios de comunicación dóciles durante años al nacionalismo, que coinciden con el franquismo en dibujar una España de pandereta y que alientan el más estúpido de los complejos de superioridad y el egocentrismo más vulgar: el que se basa en haber nacido aquí o allá.

Pero lo que de verdad asombra es que personas progresistas, que creen en la justicia y la solidaridad, se unan a los corruptos y a todos esos entusiastas que por carecer de personalidad propia prefieren fabricarse una identidad grupal. Porque creer que se puede conseguir un mundo más justo a través de las identidades nacionales no solo es un espejismo, sino un retorno al pasado, al peor de los pasados.


POLÍTICA


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