Maniquís
Esta es la foto que debía servir de inspiración en El Píxel de oro 2006
LOS MANIQUÍS
– Hola… hola… ¿hay alguien ahí?
– Parece que el novicio ya se ha despertado.
– Sí, ya iba siendo hora.
– ¿Quién está hablando? ¿Quiénes sois vosotros?
– Vaya pregunta. Somos los que somos.
– Pero es que no os veo, aquí sólo hay cuatro maniquís, no hay ninguna persona.
– Bueno, eso depende de cómo definas la palabra “persona”. Su etimología es “suena a través”, y no estoy seguro de que nosotros sonemos a través de nada
– No fatigues al novicio con tus etimologías. ¿No ves que acaba de llegar?
– Tienes razón… Nosotros somos estos cuatro maniquís.
– Sí claro, y yo me lo creo. Si vosotros sois los maniquís, ¿quién soy yo?
– Tú eres el quinto maniquí, por supuesto.
– ¿Qué? No puede ser… Es cierto que hay un quinto maniquí. Ahora lo veo, ahora me veo… Esto debe ser un sueño.
– Sí, algunos lo llaman el sueño eterno.
– ¿Queréis decir que estoy muerto?
– Bueno, así es como suelen llamar a tu estado actual los que pretenden estar vivos.
– Pero, entonces, entonces… ¿he muerto? Sí, claro, ahora recuerdo el accidente… ¿Cómo quedó mi coche después del golpe?
– Mucho mejor que tú: podrán repararlo.
– De acuerdo, estoy muerto. Es posible, porque la verdad es que después de un accidente como aquel…
– Me parece que el novicio comienza a aceptarlo….
– Pero no entiendo qué hago aquí. No puede ser que la otra vida consista en convertirse en un maniquí.
– ¿Y qué tiene de malo? Se acabaron los dolores de estómago…
– …las jaquecas…
– …cualquier dolor, porque ya no tenemos carne que pueda sangrar, ni huesos que se puedan romper, ni nervios que se exciten, ni cerebro para experimentar el dolor…
– También se acabó ir corriendo de un lado a otro, porque aquí te llevan siempre a todas partes…
– …y además consigues ropa gratis, aunque no siempre del mejor gusto.
– Por cierto, llevamos ya mucho tiempo desnudos en este escaparate.
– Pues sí, es que no se ponen de acuerdo en las tendencias de esta temporada.
– Esperad, esperad un poco. ¡Os he pillado! Decís que somos maniquís, ¿verdad?
– Pues sí, es una forma de describirnos bastante adecuada, dadas las circunstancias.
– Somos maniquís sin dolor de cabeza, de dientes, de estómago, porque ¿cómo vamos a tener dolor de estómago si no tenemos estómago?
– Eso es…
– Y, claro, cómo vamos a tener dolor de dientes sin dientes…
– Ya lo ha entendido…
– ¿Y cómo vamos a hablar sin tener boca?, ¿eh, listos?
– Ya empezamos…
– No te enfades con él, a todos nos pasó lo mismo al principio.
– Es verdad, en fin, habrá que explicárselo todo.
– ¿Explicarme el qué?
– Vamos a ver. ¿Tú crees en Dios?
– Pues, yo, la verdad es que tenía ciertas dudas. Yo creo, o creía, no sé, en “algo”. No en ese Dios con barba blanca…
– ¿En una especie de energía, ¿verdad?
– Pues sí…
– En “algo que está ahí y que en cierto modo cuida de ti”.
– ¡Eso es!
– Pues estás de enhorabuena, chaval, porque eso es lo que hay.
– ¿De verdad?
– Si, una especie de energía que cuida de nosotros.
– ¡Vaya, qué bien! Pero lo que no entiendo es por qué esa especie de energía nos ha convertido en maniquís.
– ¡Y dale! ¡Qué manía con los maniquís! ¿Es que te gustaba más ser persona, lleno de enfermedades, cansancio y todo tipo de sufrimientos?
– No, no es que me guste más, pero, no sé, la naturaleza se ha tomado el trabajo de hacernos evolucionar desde las bacterias hasta los primates. Y me parece terrible descender ahora a un trozo de cartón piedra inanimado.
– Vamos a ver. ¿No habíamos quedado en que existía esa “energía que nos cuida”, es decir, Dios?
– Sí, pero…
– Pues entonces olvídate de la naturaleza, que ni falta que nos hace.
– ¡Eh, alto! eso no puede ser, incluso los creyentes creen que hemos evolucionado de alguna manera.
– Vamos a ver. Ahora que sabes que Dios existe (porque nosotros te lo hemos dicho), vas y decides que tenían razón los del diseño inteligente.
– Claro. Si Dios existe, no creo que se quede al margen y no controle la evolución.
– ¿Y para qué querría Dios controlar la evolución?
– Pues para que algún día surgieran sobre la Tierra seres pensantes como nosotros… La evolución resulta más razonable si tiene un objetivo al que llegar. Del mismo modo que un reloj es fabricado por un diseñador, también el mundo es supervisado por Dios.
– ¡Serás insensato! ¿Es que tú te crees que un Dios omnipotente tiene necesidad de tantos aparatejos?
– ¿Qué quieres decir?
– Un Dios omnipotente no necesita que haya una boca para que un alma hable. Por cierto, esa es la palabra que preferimos en vez de maniquíes: alma. O “espíritu”, si te resulta más cómodo.
– ¿Es que no te das cuenta de que si Dios quiere, puede poner un alma en una piedra, en una botella de vino… o en un maniquí?
– Puede ser, pero ¿por qué encerrarnos en estos cuerpos inanimados?
– En realidad las almas no estamos en estos maniquís ni en ningún lugar material, tan sólo los usamos porque nuestra vivencia en cuerpos nos ha hecho adquirir ciertas costumbres: como la creencia en la personalidad individual.
– Sí, eso facilita la comunicación entre nosotras. El vicio corporal es difícil de desterrar.
– Ahora que lo decís, creo que tenéis razón. ¿Para qué iba a necesitar Dios pasarse milenios controlando la evolución, si puede insuflar un alma en cualquier cosa? Sin duda, Dios también podría hacer funcionar un reloj pintado en la pared, sin necesidad de ningún mecanismo.
– Claro, por algo es todopoderoso, ¿no te parece?
– Pero, entonces, todos los creyentes que creen en el diseño inteligente…
– Están equivocados, por supuesto, como todos los que pretenden conocer a Dios. ¿Es que tú te crees que es fácil conocer los designios de “algo que es como una energía que nos cuida”?
– Entonces, ¿para qué sirve la evolución?
– Ni idea. Supongo que es la manera en la que la materia se entretiene.
– A las almas nos tiene sin cuidado lo que haga la materia.
– Sin embargo, las almas habitan en los seres humanos.
– ¿Tú crees? Eso no es seguro. A nosotras nos da la impresión de que la mayoría de los seres humanos son sólo mecanismos sin alma.
– Sí, un conjunto de válvulas y relés hechos de carne.
– Por alguna razón, a algunas almas les gusta meterse dentro de los seres humanos, pero los cuerpos pueden vivir sin nosotras.
– Sólo son materia organizada, pero nosotras somos parte de esa “energía que controla el universo”.
– Bueno, eso es una sospecha, tampoco estamos seguras. Pero sí está claro que Platón tenía razón cuando decía que cuando las almas se meten en los cuerpos olvidan que son almas.
– Nacer es morir.
– Y morir es en cierto modo nacer, porque al quedarte sin cuerpo no te queda más remedio que acordarte de que eres un alma.
– Muy bien, supongamos que tenéis razón. Pero si somos parte de la energía que controla el universo, o sea, de Dios, ¿por qué no nos hemos unido a él y seguimos habitando un trozo de materia tan vulgar como estos maniquíes?
– Al parecer estamos en el limbo.
– ¿El limbo?
– Sí, aquí, en estos maniquís vamos percibiendo poco a poco lo que somos realmente, sin todas esas distracciones de los cuerpos humanos. Podemos dedicarnos a ser almas todo el tiempo.
– Hay que suponer que en algún momento ya no tendremos necesidad de habitar en algún tipo de materia, como la de estos maniquís.
– De hecho, ahora mismo una de nosotras se ha ido, seguramente para siempre.
– ¿Qué queréis decir?
– Que ya no somos cinco almas en un escaparate: uno de los maniquís ahora es sólo materia vacía.
– ¿Y dónde se ha ido?
– Tal vez se ha unido a la energía que controla el universo. La verdad es que desde hace un tiempo estaba como ausente. Hoy ni siquiera se ha dignado a hablar contigo.
– Sí, últimamente estaba muy desacartonada.
– ¿Desacartonada?
– Descarnada.
– ¿Y nosotras cuando nos iremos?
– Probablemente cuando ya nada de lo material nos interese. Porque nosotras todavía estamos muy preocupadas por algunas cosas terrestres…
– ¿Cómo cuáles?
– Como las tendencias que se van a llevar la próxima primavera…
– ¿Creéis que volverán los tonos pastel?
III CONVOCATORIA (2005) Los maniquís
En el año 2003, Marcóticos, alias de Marcos Méndez Filesi, convocó un concurso de cuentos en la red llamado El píxel de oro. Año tras año me presenté al concurso y debo decir que año tras año lo gané.
Cuentos del siglo 20
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