Los sesgos cognitivos y el coronavirus

Contra el coronavirus

Ilustración de Data Science Central. Traducción no literal: «Todo lo que buscas y lo que observas puedes usarlo para demostrar lo que ya creías».

ADVERTENCIA IMPORTANTE: no tomes nada de lo que se dice aquí como un ataque a tu ideología o a tus tendencias políticas. Intento evitar en estos días del coronavirus toda lucha partidista o ideológica, como explico aquí.

El 27 de marzo Javier Salas publicó en El País de España un artículo muy interesante acerca de los sesgos que nos impiden tomar buenas decisiones. Los sesgos cognitivos se conocen desde los orígenes de la humanidad o al menos desde que los humanos empezaron a pensar acerca de cómo pensaban. Francis Bacon los llamaba ídolos de la tribu y Aristóteles se ocupó de muchos de los argumentos probables, pero no seguros, en sus Tópicos, es decir «lugares comunes», y de los falaces o tramposos en sus Refutaciones sofísticas. Muchos de lo que hoy llamamos sesgos cognitivos son causados por prejuicios, ideas hechas (lugares comunes) y por una confianza exagerada en nuestra intuición y en nuestra capacidad de razonar.

 

 

 

 

Pero, a pesar de estos y otros muchos precursores, el estudio metódico de los sesgos cognitivos (cognitive bias en inglés) que impiden que pensemos de manera sensata y razonable, empezó a convertirse en una disciplina académica y en materia de estudios psicológicos y sociológicos hace unas cuantas décadas, gracias a las investigaciones de Daniel Kahneman (el psicólogo que ganó el Premio Nobel de Economía) y su colega Amos Tversy, que crearon la definición de sesgo cognitivo en 1972. Economistas como Richard Thaler (también Premio Nobel) han contribuido al estudio de los sesgos en la economía, creando la disciplina de la economía conductual, que muestra que los sujetos económicos no actúan racionalmente (que es lo que suponía la economía clásica).

¿Y qué tienen que ver los sesgos cognitivos con el coronavirus?

Mucho. Porque la respuesta ante esta pandemia a menudo está cayendo en errores fácilmente evitables (como es obvio, los errores no evitables o los difícilmente evitables son más escurridizos). Errores evitables que están causados no siempre por mala intención, sino muchas veces por autoengaños de quienes tienen que tomar decisiones. Y en esto del coronavirus, quienes tienen que tomar decisiones somos todos, incluidos los ciudadanos anónimos.

Por eso, examinar, como hace Javier Salas, los sesgos cognitivos es muy interesante, aunque aquí también quiero mencionar uno o dos sesgos que no menciona Salas.

Primero recordaré los que menciona, pero puedes leer su artículo completo con este enlace: Los sesgos que engañan al cerebro durante la pandemia.

El sesgo de disponibilidad: lo que nos acude más fácilmente a la mente nos parece más probable o razonable. Puesto que en España no habíamos padecido grandes pandemias, pensamos que eso era cosa «de los chinos» primero y «de los italianos» después.

Efecto de anclaje: la comparación del coronavirus con una gripe nos hace razonar alrededor de esa referencia. De este modo, añado yo a lo que dice Salas, se produjo esa espantosa aceptación de que los ancianos y los enfermos crónicos estaban destinados a morir, pues «al fin y al cabo muchos de ellos (600.000) mueren cada año en el mundo por la gripe». El peor ejemplo de esta especie de aceptación de un argumento como el de La fuga de Logan (película en la que una vez cumplidos 25 años las personas son liquidadas) han sido las declaraciones de un epidemiólogo holandés que ha dicho que el problema de España e Italia es que atendemos en los hospitales a personas demasiado mayores: es decir, a esas personas habría que dejarlas morir, sin más: «En Italia, la capacidad de las UCI se gestiona de manera muy distinta (a Holanda). Ellos admiten a personas que nosotros no incluiríamos porque son demasiado viejas. Los ancianos tienen una posición muy diferente en la cultura italiana» (Clarín).

El carrusel de la renovación en LOGAN’S RUN, 1976

 

Efecto de storytelling o relato: Javier Salas y Susana Martínez Conde no lo llaman así en el artículo, pero creo que esa es la manera más adecuada de describir la incapacidad que tenemos la mayoría de las personas para razonar de manera lógica, para separar los datos de las creencias y las explicaciones de las opiniones. Las historias y las imágenes nos influyen más que cualquier estadística o razonamiento coherente.

La ilusión de control: creemos que tenemos control sobre una situación que en realidad es incontrolable. O bien, añado yo, una situación no absolutamente incontrolable pero que podría ser controlada si actuáramos con más modestia, si escucháramos a quienes no piensan como nosotros, con más decisión, sensatez y verdadera anticipación de los problemas que puedan surgir, es decir de lo que se llama imaginar posibles escenarios. Y uno de los escenarios más fáciles de prever en cualquier país desde que sucedió lo de Wuhan, y después lo de Italia y después lo de España, era y es: colapso del sistema sanitario y de las UCIs (Unidades de Cuidados Intensivos), necesidad de decenas de miles de respiradores, necesidad de millones de mascarillas y necesidad de millones de test de coronavirus. También influye que como el coronavirus es algo así como un enemigo invisible, nos parece que lo tenemos bajo control con medidas que en realidad son insuficientes.

Siempre, por cierto hay que pensar en un principio que no recuerdo ahora si es de Hofstadter o de Parkinson o de otro, que suele aplicarse a proyectos y planificación de trabajos, pero que es especialmente útil en situaciones de emergencia como esta:

Principio del doble de lo peor: tienes que ponerte no en el mejor, sino en el peor de los escenarios posibles, y entonces doblar el resultado. Es decir, que si piensas que en escribir una escena puedes tardar como poco 1 hora y como mucho 3 horas, entonces calcula que lo más probable es que tardarás 6 horas.

Sesgo de optimismo: que ha llevado a muchas personas a pensar que ellas no contraerían la enfermedad. Salas recomienda este artículo: Using social and behavioural science to support COVID 19 pandemic response. A esto hay que añadir lo que he dicho antes de que quienes no eran ancianos o enfermos crónicos se creían o creen a salvo: para ellos, esta historia de una adolescente francesa sin patologías muerta recientemente por coronavirus: La muerte de una adolescente de 16 años ilumina la irresponsabilidad de los jóvenes franceses.

Sesgo de suma cero: el concepto procede de la teoría de juegos. Un juego de suma cero es aquel en el que las ganancias de un jugador se compensan por las pérdidas del otro. Es decir que si yo te gano dos euros en una apuesta y tú, por lo tanto, pierdes 2 euros, entonces 2-2= 0.  Si en un examen al que te presentas solo se va a dar una plaza, entonces si tú ganas la plaza, se la quitas a otro. Sin embargo, un juego de suma no cero sería un examen en el que todo el que obtenga más de 5 puntos sobre 10 aprueba. El hecho de que tú apruebes no implica que otro no pueda también aprobar. Salas y los expertos que menciona en el artículo advierten de que el coronavirus no es un juego de suma cero: todos perdemos, todos nos infectamos y todos podemos infectar a los demás. El que tú dispongas de medidas de protección y otros no dispongan de ellas, no significa necesariamente que tú te salves y ellos no: todos podemos perder (y todos podemos ganar si colaboramos).

Sesgo de grupo propio: que yo llamaría sesgo identitario. Todo aquello que implica la preferencia por el grupo propio, como quienes dicen que esta o aquella «raza» (¡raza!, dicen algunos, como si hubiera varias razas humanas) es o será más resistente al coronavirus. Como bien señala Salas, este sesgo es el que lleva directamente al racismo. Prefiero, en cualquier caso, no mencionar casos concretos.

¿Y por qué no quiero mencionar casos concretos? Porque una de las peores cosas para enfrentarse al coronavirus es la polémica partidista, el insulto o descalificación faltona y brutal contra los oponentes. Ya habrá tiempo para recordar los muchos errores que se han cometido, pero  ahora ese es un comportamiento no solo casi infame sino que contribuye de manera decisiva a que la lucha contra el coronavirus funcione literalmente peor e incluso contribuya a causar más muertes. Se explica muy bien en este artículo de The Washington Post: In a pandemic, political polarization could kill people. Seámos responsables también en eso. La crítica, el control de los gobernantes y la información no se deben dejar nunca de lado, pero el ensañamiento y la cizaña son muy peligroso para todos nosotros.

Finalmente, existe un último sesgo.

Prejuicio de la retrospectiva: también conocido, dice Salas como «se veía venir», «a toro pasado lo explicamos todo». Ya hablaré de esto en otra entrada en detalle, pero es el conocido lema latino post hoc, ergo propter hoc. En traducción no literal: «Una vez que algo ha sucedido se encuentran fácilmente las causas», o en un refrán que no conocía y que menciona Inocencio Perales en un comentario al artículo de Salas: «A cojón visto, macho seguro». También circula por las redes un vídeo del Capitán Aposteriori, de la serie South Park, en el que un superhéroe en vez de solucionar los problemas dice cómo se deberían haber evitado.

Este prejuicio hace que muchas personas digan que había que haber hecho esto o lo otro, pero, claro, lo dicen ahora que ya saben lo que ha sucedido. El reproche implícito es: ¿y por qué no lo dijiste entonces?

Pues bien, esto es cierto, abundan esas personas que minimizaron incluso en su momento los riesgos del coronavirus y que ahora reprochan que no se tomaran medidas. Sin embargo, e observado que se recurre a ese sesgo para autojustificarse y negar que sí hubo muchas personas, muchos expertos y mucho sentido común desperdiciado que en su momento señalaron la situación que muy probablemente tendríamos que afrontar. Y en vez de reconocer el error cometido y la ceguera ante lo obvio, se recurre al prejuicio de la retrospectiva al «a toro pasado» y al Capitán Aposteriori para justificar errores graves que cometió este o aquel gobierno o este o aquel opinador.

Es mucho más decente y sensato, como han hecho algunos periodistas en España, como Iñaki Gabilondo (Ya no se admiten más fallos) o Fernando Vallespín (No es país para viejos) o Almudena Grandes (aunque pide un Perdón autojustificatorio y acusador y cae en un sesgo que trataré más abajo), reconocer que se equivocaron y que no debieron decir entonces lo que dijeron, es decir que fueron víctimas de diversos sesgos, el más evidente  el de la ideologización de la realidad y la polarización, sesgos de los que he hablado en Contra el coronavirus, deja de lado tus prejuicios ideológicos.

Este sesgo de recurrir al Capitán Aposteriori  o sesgo retrospectivo, lo bautizaré aquí con este nombre:

El sesgo de los sesgos: consiste en recurrir a los sesgos cognitivos para justificarnos y para desactivar las críticas sensatas y quitarnos la responsabilidad por los errores que hemos cometido. Por favor, lectora o lector, no cometas ese error. Aprende de los errores, no los justifiques, aprende a pensar mejor, al menos para la próxima vez. Recuerda esa frase de San Agustín que cito constantemente: «La discusión es la única batalla en la que el que pierde, gana».

Y añado, como propina, dos sesgos muy importantes. Al primero lo podríamos llamar:

Sesgo de la ucronía: consiste en decir que si hubieran sido otros los que hubieran gobernado, lo habrían hecho igual o peor. La ucronía es una utopía que imagina un pasado diferente del que fue, por ejemplo, El hombre del castillo, en el que Philip K.Dick imaginó que la Alemania nazi y el Japón fascista habían ganado la Segunda Guerra Mundial y se habían repartido el territorio de los Estados Unidos. Puedes leer el libro, siempre delicioso como todo lo de Dick o ver la adaptación en serie en Amazon.

Ese sesgo es precisamente la primera de las fórmulas lógico-mágicas del Kit de supervivencia para casos extremos, que aparece en mi próximo libro Cómo triunfar en cualquier discusión (que estaba a punto de publicarse pero que, a causa del coronavirus) se retrasará, no sabemos hasta cuándo.

Pues bien, lo siento, pero si no pretendes ser un polemista tendencioso, debes recordar que en política no se puede juzgar lo que alguien «habría hecho si hubiese estado allí» sino tan solo lo que ha hecho aquel que sí que estaba allí. El What if o Qué hubiera pasado sí… es terreno para fabuladores como Philip K.Dick, no para el mundo de la responsabilidad y la exigencia política. Sólo podemos juzgar lo que ha hecho y como mucho lo que «podría haber hecho» quien tenía la posibilidad de hacerlo. Porque recurrir a lo que habría hecho otro si hubiese estado allí (eso es lo que hace Almudena Grandes en su Perdón) no es un argumento válido cuando se trata de dilucidar responsabilidades políticas.

Imaginar lo que habría hecho otro (nuestro enemigo ideológico) es otro sesgo que también puedes encontrar en la letra Q de mi diccionario para polemistas:

Sesgo de Quién lo dice:

Así que, insisto, no tomes todo lo anterior como un reproche o una polémica partidista, sino que intenta observarte a ti mismo y la situación con más objetividad, sensatez y rigor. Y con menos sesgos cognitivos.


Contra el coronavirus

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Cómo pensar mejor

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