Los salones digitales

Hace unos días comparé los blogs y las páginas web con los antiguos salones (¿Son los blogs como los antiguos salones filosóficos?). Creo que es una comparación interesante, que permite acercarse mejor el mundo web, al contemplarlo desde un punto de vista diferente a la metáfora habitual con un libro. 

Casi todo nuestro conocimiento es metafórico y la verdadera utilidad de las metáforas y las comparaciones es que nos permiten conocer algo nuevo al anclarlo a algo ya conocido. Por eso en el delicioso libro indio Las preguntas de Milinda, en el que discuten el sabio budista Nagasena y el rey greco-indio Milinda (Menandro), cada vez que el griego tiene una dificultad para entender algo le ruega al arhat budista: «Hazme una comparación». Y entonces Nagasena le ofrece una comparación tras otra, como aquella en la que muestra cómo es posible la transmigración de las almas si pensamos en un fuego que pasa de una vela a otra vela antes de que la primera se extinga.

Pero también hay que tener presente que las comparaciones son sólo comparaciones, no semejanzas absolutas: nada es igual a otra cosa, porque, si fuera igual, sería la misma cosa.

Comparar las páginas web con los salones, los libros, las charlas de café o las tertulias, nos permite percibir cosas que, de otro modo, nos podrían pasar desapercibidas, pero también puede ser una trampa dialéctica, porque puede ocultar las diferencias que existen entre cosas que catalogamos como semejantes.

Salon Lemaire
Salon Lemaire

 

Así que hablaré ahora de las semejanzas entre dos cosas distintas y de las diferencias entre dos cosas semejantes, que es, precisamente, una de las definiciones que más me gusta (y que tal vez sea mía) de la inteligencia: «Encontrar lo diferente en lo semejante y lo semejante en lo diferente».

libroWebs y libros 

Las páginas web son como los libros porque en ellas hay letras, frases, párrafos, capítulos y páginas (páginas web).

Las páginas web se diferencian de los libros y se parecen a los antiguos rollos egipcios, griegos y romanos, porque tanto en webs como en rollos tiene sentido decir: «Como dije más arriba» o «Como diré más abajo», mientras que en los libros eso no siempre es verdad.

papiro
[La imagen del rollo y el texto pertenece a «Cómo debe ser una página web», donde hablo de temas parecidos a los de está entrada]
Páginas web y salones

Las páginas web se parecen a los salones por lo que dije hace unos días (¿Son los blogs como los antiguos salones filosóficos?).

Ahora bien, como también dije hace unos días a Pilar en respuesta a un comentario, en los salones digitales uno entra sin llamar. No hay timbres ni porteros en la puerta que te miren de arriba abajo y decidan si eres digno o no de entrar.

Es cierto que a veces las puertas están cerradas a cal y canto, porque no hay ningún modo de enviar un comentario. En ese caso, esas webs o blogs no se parecen a un salón, sino a un monólogo que uno puede escuchar si le apetece, pero sin poder convertirlo en diálogo. Es como si uno hablase a solas en el salón de su casa pero pusiera unos altavoces en la fachada para que en la calle todos pudieran escuchar lo que se le va ocurriendo.

Dicho así, y dada la mala fama que tiene la palabra monólogo, la cosa suena bastante mal, pero al fin y al cabo, la historia de la literatura es la de un continuo monólogo en el que los monologuistas usan altavoces de papel, a veces encuadernados en tela.

El verdadero problema del monólogo es cuando se emplea en un lugar inadecuado, es decir siempre que uno no está sólo, circunstancias en las que lo mejor, sin duda, es el diálogo.

Existen, sin embargo, otras variantes de monólogo que son públicas, como los mítines o las conferencias. Incluso hay un tipo de monólogo que casi parece diálogo: el de los líderes de las manifestaciones (que yo tengo la mala suerte de escuchar varios días cada semana porque en Madrid siempre suben por calle Atocha) que van diciendo a los demás manifestantes lo que tienen que gritar. Y los demás lo gritan, al menos muchos de ellos, y supongo que sienten de algún modo que están dialogando, aunque ese diálogo no se diferencia mucho de lo que decía aquella canción de François Hardy: «Yo soy tu ruido de fondo y tu mi pared.»

Ahora bien, en las páginas web en las que no hay la posibilidad de enviar comentarios, a veces queda un resquicio para la comunicación si la autora o el autor ha dejado su dirección de correo electrónico.

Mi salón digital

Una de las características de los antiguos salones es que allí había ciertas costumbres: un día determinado se recibía a estos o a aquellos, había una hora en la que se servía el chocolate y se hablaba de cosas más ligeras y los visitantes lo sabían y contenían su trascendencia.

Aunque yo soy enemigo jurado de los hábitos, admito que mi página web puede ser un caos indescifrable. Es como si mi salón estuviera casi a oscuras y los visitantes tuvieran que orientarse dándose golpes con las sillas, perdiéndose en un laberinto de salas, sin saber como regresar a la principal o cómo llegar a una de la que han oído hablar. Por ello voy ordenando poco a poco esta mansión llena de salones, salas y saloncitos.

Termino con esta primera visita guiada a mi salón digital, que sospecho se está haciendo tan pesada al visitante como recorrer todas las salas de un museo deteniéndose en cada cuadro.

Pero todavía hay mucho que decir sobre los salones digitales…

Continuará…

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[Publicado en Il Saggiatore, 20 de diciembre de 2005.  He cambiado en todo el artículo la expresión weblog (hoy en desuso) por blog. ]

NOTA EN 2013: desde que escribí la entrada, hace ocho años, me cambié de barrio digital, alojando ahora mi salón, que cada vez tiene más habitaciones, en WordPress. Con el cambio de aires, creo haber mejorado también la distribución de las habitaciones y espero que el recorrido por ellas sea un poco más placentero e intuitivo que en mis antiguos salones digitales.

 

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REVISTA ENTRE DOS MUNDOS

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CÓMO SE INVENTÓ EL FUTURO

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2 Comments

  • COMENTARON...

    ROSER AMILS dijo

    A mí también me gusta mucho imaginar los salones Verdurin y similares como paraísos de la charla fructífera y placentera, pero los tiempos cambian… y yo veo que donde uno lee que la gente se reunía en grandes salones para «recibir» ahora hay que pensar en pequeñas sobremesas-copas-cenas en casa o fuera de ella, por ejemplo, con nuevas modas y modos, o en el resurgimiento de las coctelerías o barras de tapeo como «charladeros» oficiales, o el «te veo en el blog» que me mandó una amiga hace poco como gran novedad en nuestras conversaciones, ahora enriquecidas a través de la pantalla.

    Ah! Y sobre los comentarios: Daniel, convéncete, ordenarlos es imposible; intentarlo, incluso imaginarlo, resulta útil como ejercicio… pero creo que es como cuando se ordenan los volúmenes de una biblioteca personal. O eres bibliotecario profesional y ves cada comentario como un elemento 100% clasificable o no hay manera, siempre terminan quedando unos libros por aquí y otros por allá a causa del mal de las sugerencias, desviaciones, ensueños etc. elementos que se aglutinan por magnetismo entre unos libros y otros creando recorridos laberínticos que… que son también valiosos e interesantes, no? A mí me gusta que haya un poco de emoción a la hora de visitar un blog, que entre unos comentarios y otros aparezcan temas que aparentemente no vienen a cuento…

    Bueno, tan solo era un comentario… +

    (Barcelona, 27 de diciembre de 2005)

  • danieltubau

    JORDI TORRENT comentó:

    A mí lo que de verdad me gustaría es que todo esto pasase en un salón de verdad, con cafés y alcohol y humo y sillones y tumbonas y algo para picar. Veros a todos las caras y los movimientos de los brazos mientras explicáis vuestras cosas. Poderos tocar el hombro cuando compartimos una risa.
    Todavía soy muy del 19 tocando al 20. Este siglo 21 tan electrónico me parece una herramienta de trabajo excelente, pero me siento un poco incómodo. Como en la Barcelona de ahora. Si, la Barceloneta esta mas limpia, pero dónde están aquellos merenderos con las paredes pintadas de paellas a vivos colores comidos por la sal del mar?

    (NYC, 9 de enero de 2006)

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